Final de la tarde de ayer. Apoteósica vuelta al ruedo de los protagonistas del espectaculo Crisol (Foto: Alex Zea-La Opinión de Málaga) |
Medio recuperado de la impactante tarde de toreo puro y fundamental de Saúl Jiménez Fortes y, mientras el torero convalece de su cogida, nos topamos con el espectáculo Crisol, pasando -como me decía Jose Morente- sin solución de continuidad, sin cámara de descompresión, de la épica a la estética, del toreo seco, valiente y entregado de Saúl al toreo elegante y estético de Enrique Ponce. De la verdad desnuda del toreo al toreo en envoltorio de lujo. Del drama al espéctaculo. Demasiadas emociones para vividas sólo en veinticuatro horas.
La de antesdeayer quedará en el recuerdo de muy pocos pues la plaza estaba casi vacía. Muy pocos aficionados que, además en su mayoría, no quisieron o no supieron -ellos sabrán- valorar lo que Jiménez Fortes les estaba regalando. La plaza de la Malagueta, su público, su banda de música, su presidenta se mostraron toda la tarde secos, duros, ariscos y exigentes sin justificación con el torero malagueño. Como dijo, con total acierto una voz del tendido: ¡Fortes en tu pueblo no te quieren!
La airada reacción de los espectadores ante ese grito prueba que el vociferante puso el dedo en la llaga pues constataba dos hechos. Primero, el desapego de la plaza, el público, la banda y la presidenta hacia el torero de la tierra y, segundo, la falta de categoría de esta plaza. Y es que, las categorías no se adquieren por imposición administrativa sino demostrando la plaza, el público, la banda y la presidenta- rigor, conocimiento y sensibilidad hacia el buen toreo. No los hubo.
Una tarde pues de sensaciones contrapuestas entre la emoción de lo que hizo Fortes en el ruedo y la tristeza que produce la escasa respuesta que obtiene quien -como él- clama en el desierto. Fortes fue profeta de un mensaje no atendido ni entendido. Nadie es profeta en su tierra.
Espectáculo Crisol
Al día siguiente, cambio total de decoración. De la plaza casi vacía a la plaza casi llena. De la sequedad del que espera atento el menor fallo a la actitud amable del que acude ilusionado esperando el milagro. Y el milagro, llegó.
No voy a contar la corrida. No voy a entrar en analizar ni valorar faenas, indultos y demás historias. Ahí está para quien quiera verla pues se retransmitía por televisión. Baste decir que fue algo diferente, algo más, que una corrida de toros. La superposición de toros y música añade un plus al espectáculo. Un espectáculo que, hoy por hoy, sestea anclado en el pasado. No sé, no puedo saber pues no soy adivino, si esta es la solución a algunos de los graves problemas que arrastra la fiesta. Personalmente, pienso que no pues el espectáculo de ayer magnífico como tal espéctaculo se me antoja excepcional, único y difícilmente repetible. Por otro lado, las causas de los problemas de la fiesta son estructurales, del propio sistema. Pero lo que tengo claro, es que el formato tradicional está caduco pues no sabemos venderlo y cada vez interesa menos a menos gente.
El toreo necesita urgentemente una puesta en escena diferente que acentúe sus valores estéticos y culturales, aquellos más cercanos a la sensibilidad de los públicos actuales, sin renunciar por ello a su riesgo y emoción, a sus valores éticos más profundos. Globalizar e imponer el modelo francés -tan querido por algunos- podrá valer para Francia y el norte de España, donde siempre se ha estimado más la lucha que el arte pero no es la solución perfecta. Lo que la gente quiere, con lo que vibra -de Despeñaperros para abajo, al menos- es con el buen toreo. Toreo, no trabajo ni pelea o lucha. Eso se vió ayer.
La música puede subrayar los aspectos amables de la corrida pero sobre todo puede atraer un público nuevo a los tendidos. Algo totalmente necesario. Necesario lo de atraer un público nuevo, no la música. Y es que, lo llevamos diciendo hace mucho tiempo, la fiesta necesita el calor del público. Toro y torero en el ruedo necesitan, como agua de mayo, espectadores en los tendidos que se emocionen aplaudan o protesten. Sin público en los tendidos, el espectáculo -magnífico- no tiene ningún sentido. Y digo público y no aficionados porque los aficionados además de caber en un autobús se muestran en general -al contrario que los públicos- excesivamente secos, duros, ariscos y exigentes hasta la exageración. Sin sensibilidad.
A la fiesta la salvará, si la salvan, los públicos amables, pródigos y generosos, no los aficionados que la estamos dejando morir poco a poco. O ayudando a morir, lo que también tiene pecado. Lo que hicimos el jueves con Saúl fue de juzgado de guardia. Y sólo había aficionados en la plaza.
Lo de ayer, la actitud de los espectadores ante el espectáculo Crisol de Enrique Ponce y Javier Conde, fue, por el contrario, una bendición.
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