martes, 23 de julio de 2019

El guardián del Vaticano

Por José Morente


Corría el otoño del tristemente recordado año de 1920, cuando el cronista Gregorio Corrochano, en operación de lavado de imagen, nombraba Guardián del Vaticano al poliédrico y polémico Ignacio Sánchez Mejías.


El Vaticano taurino, cuyo solio pontificio se encontraba vacante desde la muerte del llorado Joselito el Gallo, estaba siendo asediado por una multitud de aspirantes. Corrochano, en un alarde de tardío fervor gallista, se negaba a reconocer los méritos de ninguno de esos pretendientes y nombraba Guardián del Vaticano al yerno de José. Torero valiente donde los haya, Ignacio era probablemente el más indicado para la ardua tarea pues, formado en su cuadrilla, se miraba en el espejo del torero de Gelves

Joselito y su cuadrilla. Ignacio de pie al lado de Blanquet

Lo que sigue es la prueba gráfica de lo que decimos. Y es que pese a las diferencias de concepto y planteamientos de ambos (dominador y cerebral Gallito; desenfadado e irreflexivo Mejías), el estilo y repertorio del segundo no tenía -ni podía tener- mejor referente que el estilo y repertorio del primero.



El cambio de rodillas




El galleo del "bú"












La verónica





La verónica (II)





Recorte





Par en tablas





Par de poder a poder





Cite en tablas





Ayudado de rodillas





Ayudado por alto





Natural





Pase de la firma





De pecho con la izquierda





Ayudado





Por alto de rodillas





Muletazo de rodillas cogiendo el pitón





Desplante





Estocada





Dentro... y fuera de la plaza



En todas las fotos, el de la izquierda es Gallito; el de la derecha, Ignacio... sobran los comentarios.


lunes, 22 de julio de 2019

Cuaderno de notas (CXXXIV) Nosotros los gallistas

Por el Cachetero


El 16 de mayo de 1945, el Ruedo publicaba un artículo sobre Joselito a los 25 años de su muerte firmado por el Cachetero y titulado "Nosotros, los gallistas" y subtitulado "Confesiones de un admirador que no vió a Joselito" algunos de cuyos comentarios que extractamos los suscribimos nosotros con devoto entusiasmo.

Permítaseme confesar inicialmente que la presente tarea es la más difícil que se me presentó en mi corta vida de escritor taurino ¡Ahí es nada confesar un fervor absoluto y una filiación taurina sin vacilaciones, cuando la verdad es que mis cortos años me privaron de ver la majestad torera de Joselito el Gallo!

Nosotros los gallistas -me gusta empezar así y añadirme, sólo por milagro de fe, al gallismo militante- somos así. Somos de los que creemos que la fiesta de los toros aún anda con las tocas de la viudez, que se encendieron como llama de funeral de ébano una tarde en Talavera, veinticinco años hace.

Aquella tarde se perdieron con Joselito muchas cosas que no han vuelto a aparecer por las arenas donde los toros salen a poder con los toreros. Una de ellas el freno sabio, la contraposición que hacía que la revolución que el otro gran torero de la mejor época que conocieron los toros fuese positiva y se cuajase de adiciones. Todo ello era posible porque Belmonte había descubierto genialmente que la teoría de los terrenos taurinos admitía un plus ultra. Pero allí estaba José para que esa adición no se sumase al toreo, restando, al par, sus dimensiones inmutables.

Si la herejía puede recaer sobre el que es más papista que el Papa, la herejía actual del toreo es ser más belmontista que Belmonte. Si fuera posible que éste, con el mejor vigor de sus años y en su mejor "forma" taurina pudiese alternar con los actuales belmontistas, que han elevado la escuela a un punto, quizás, bellísimo, de decadencia, como fruta deliciosa y viciosamente sazonada, podría verse con los ojos de la cara lo que Joselito fué en los toros.

Uno ha encontrado ya la fiesta viuda. Y por eso, el estudio atento del pasado, tan próximo, de la leyenda y del mito taurino de Gallito, señaló el camino sin duda alguna. Uno es gallista desde entonces, y con tal filiación me confieso cuando ahora me preguntan sobre mi simpatía a este o a otro ismo actual. Yo no sé si estoy sólo entre mis coetáneos en tal postura, que a lo mejor me viene por herencia de un abuelo que fué lagartijista y de un padre cuya vida taurina empezó por Guerrita y acabó con Joselito, o si existen gentes en mis circunstancias. No lo sé, sino que grupo ha de formarse y aumentar inexorablemente el grupo de los que creen que la fiesta de los toros ha de salvarse por el gallismo y lo que representa.

Si esto, a los veinticinco años de morir, no sirve como el mejor homenaje a Joselito, no sé cual servirá. Hacer creyentes tras de la muerte, ganar batallas como la que ha de ganarse después de muerto, es privilegio de grandes héroes. Del gran héroe de los toreros que fué Joselito, el mejor torero que pisó los ruedos.