domingo, 26 de julio de 2020

Divagaciones sobre la quietud en el toreo (IV)

Por Jose Morente

El "modernísimo" toreo de capote de Victoriano de la Serna. Los dos talones asentados en la arena. Quietismo de estatua
En las tres entradas anteriores comprobábamos, analizando fotografías y viejas películas, que el "parar" de la trilogía belmontista ("parar, templar y mandar") era en realidad (y paradójicamente) una "quietud en movimiento". El torero, en continuo movimiento de piernas para ganar el pitón contrario, se "paraba" un instante, justo en el centro de la suerte, en el momento del embroque, deteniendo el tiempo.

Juan Belmonte compone la figura en un pase por alto en la feria sevillana del año 15. Un toreo asentado en el instante del embroque, pero de continuo movimiento delatado por ese talón levantado de la pierna derecha. 
Ese "parar" belmontino es radicalmente diferente a ese otro "estar parado" desde el cite al remate que es la clave del toreo moderno, del toreo de nuestros días. Un toreo moderno cuyas claves nos explica con mucha claridad Raúl Galindo en su libro El toreo en teoría (pág. 113):
El toreo ideal (dejando a un lado espada y banderillas) exige ante todo la quietud del torero. Una quietud que esté y que se vea. Para ello es necesario que el cuerpo del torero transmita una sensación de aplomo, de solidez. El segundo canon es la economía de movimientos. Ambos conceptos sustentan el código que un toro bravo puede descifrar.
Además de "estar" quieto, el cuerpo del torero debe "parecer" quieto y para ello es esencial la posición del tren inferior (de cintura para abajo). Esta parte del cuerpo debe estar completamente anclada durante el capotazo o el muletazo. 
Pero ¿de donde viene realmente ese modo de torear con anclaje del tren inferior que es la base del toreo moderno y que si lo pensamos resulta en esencia muy similar a ese -soñado que no sabemos si logrado- torear "sin menear los pies" que proponían  como método las viejas Tauromaquias.

José Tomás en Granada en 2019 ejemplifica en este muletazo las dos claves del toreo moderno: Un estatismo de estatua -con los dos talones asentados en la arena- y un mando confiado exclusivamente al minimalista juego de las muñecas (Fotografía de Arjona)
Victoriano de la Serna: el origen de la quietud

Si el origen del moderno concepto de quietud no está en Juan Belmonte como acreditan y atestiguan las viejas películas de la época que hemos revisado, la pregunta de cual sea el origen de esa quietud surge de inmediato. 

Y si estamos hablando de una quietud estatuaria (de estatua) es inevitable acordarse de Manuel Rodruiguez "Manolete" que paraba, perdón se quedaba parado, con capote y muleta, hasta incluso con los toros gazapones

Corrida de la Prensa de Madrid en 1944. El toro entra al paso mientras Manolete aguanta impávido su embestida "sin menear los pies", con los talones clavados en la arena.
Y es cierto que Manolete, el Monstruo, trajo ese toreo de estatua y minimalista a las plazas, pero, a fuer de honestos, podemos, y debemos, remontarnos a algunos años atrás, a la década de los treinta, porque en el año de 1928 debutaba en un Festival pro-Ciudad Universitaria y como becerrista un estudiante de medicina que causaría asombro por su asombrosa manera de estarse quieto delante de los toros. Un torero hoy olvidado, al que la historia no ha dado (como a tantos otros) el sitio que merece. Me estoy refiriendo al genial e inclasificable Victoriano de la Serna.

Un curioso alarde de un torero singular
Si su aparición como becerrista fue sonada, su debut como novillero en Madrid (el 27 de agosto de 1931) alcanzó cotas históricas quizás solo parangonables (en cuanto a impacto) al debut ante la Cátedra madrileña de Juan Belmonte y sus cinco verónicas sin enmendarse del año 13.

Muy pocos días después de su triunfo en su debut como novillero en Madrid, la prensa taurina motejaba ya de revolucionario a La Serna (Recorte de Ahora).
Y no es para menos. Su forma de torear con el capote, que luego refrendaría con la muleta, puede calificar verdaderamente de revolucionaria, anticipo de todo un modo de torear que ha llegado a nuestros días.

Verónica del día del debut de La Serna como novillero en Madrid (27.08.1931)

Lo describió muy bien Felipe Sassone en Casta de toreros (Madrid, 1934, págs. 206-209):
Me apresuré a ver por mis propios ojos actuar a Victoriano La Serna vestido de luces y con toros de verdad. No niego mi asombro a las primeras verónicas. Aquel muchacho no se movía, y no es que no moviera los pies, sino que casi no movía los brazos, que despedían al toro con un leve movimiento de las muñecas, merced al cual ondulaba el capote hacia el lado de la salida (...)
En la primera actuación no me convenció con la muleta. Después, sí; después observé que algunas veces en el pase natural y muchas con la derecha, también realizaba el milagro estatuario de un toreo inmóvil en que casi no se advertía que cargase la suerte. Una sensación de peligro y seguridad a la vez, daban calidad de prodigio a la hazaña y justificaban el aplauso (...)
Las piernas de Victoriano La Serna no se mueven, ni siquiera antes de la conjunción que se llama centro de la suerte (...).
Muletazo novilleril de La Serna con el mismo estatismo de su verónica (Fotografía publicada en Ahora el 1.09.1931). Según Sassone no se advertía que cargarse la suerte. En realidad, La Serna cargaba la suerte con los brazos no con las piernas. 
Se encuentran en esa descripción de Felipe Sassone las dos características de las que hablaba Raúl Galindo y que podíamos denominar como quietismo estático y economía de movimientos. Las dos notas que definen el mejor toreo moderno (Manolete, José Tomás,...) y que tienen su origen en el sorprendente toreo de este segoviano singular.

Creo que hasta la fecha no se le ha llegado a dar, a la aportación de La Serna, la importancia que su modo de ejecutar las suertes ha tenido realmente en la evolución de este arte también singular.

Y es que hoy, cuando volvemos la vista atrás, los aficionados traemos siempre a colación los mismos nombres (Belmonte, Domingo Ortega, Rafael Ortega, Antonio Bienvenida, etc.) como ejemplo de buen toreo (¡y bien está!), pero con olvido de aquellos otros que fueron base del toreo de nuestros días: Joselito, Chicuelo y Manolete, entre otros. Y uno de esos otros, al que no se nombra es Victoriano La Serna.

Ya va siendo la hora de que pongamos a La Serna en el sitio que su genial aportación merece. Ya va siendo hora.

La increíble verónica de Victoriano de La Serna. Esta vez con el compás semi-abierto pero, eso sí, con los talones asentados. En todo caso, quietud de estatua y mando en las muñecas. Un modo de torear que ha hecho historia.

domingo, 12 de julio de 2020

Cuaderno de notas (CXL) Atentado contra el toro de Coria

Juan Manuel Suárez Japón

El toro (Nagashi) de Coria (Sevilla) roto  y quebrado por mor de un absurdo atentado contra la cultura de un pueblo.
Nota LRI: Un atentado contra la cultura -ya se trate de la cultura andaluza o la japonesa- es un atentado a lo más sagrado de las personas. Una forma de pre-totalitarismo. Unos desalmados han atentado contra el simbólico toro Nagashi en Coria (Sevilla). Un atentado debido quizás a la ignorancia de quienes son incapaces de respetar las creencias y sentimientos de los que no piensan como ellos. Una muestra de la estupidez humana. De la estupidez y de la incultura porque el toro de Coria (Sevilla) contra el que han atentado es un símbolo japonés que no tiene nada que ver con la tauromaquia,  con ese toro de Coria (Cáceres) tan cuestionado por los animalistas, sino con la muerte y el recuerdo a los difuntos. Conviene difundir este post de facebook que ha publicado esta misma mañana Juan Manuel Suárez Japón sobre este atentado.

La ceremonia religiosa toro Nagashi se celebra en Coria (Sevilla) desde 2017. Fue la primera vez que se hizo en Europa.
Entre los insondables misterios del alma humana está su capacidad de hacer daño, de destruir, de ir contra personas o cosas que no hacen dado a nadie. Sin duda, son almas enfermas, cánceres de las sociedades que no somos capaces de extirpar del todo. El patrimonio cultural -¡¡que es un bien de todos/as¡¡-, es con frecuencia el destino de esos gestos de maldad inexplicables.  Y por desgracia, de nuevo se ha manifestado en nuestro pueblo. Esta vez destruyendo el Toro Nagashi, un conjunto escultórico regalado a Coria del Río por el artista japonés Yamahoka. 

La ignorancia, que suele ir a veces asociada a estos infectos depredadores con los que convivimos, no sabe que esta escultura estaba hecha para honrar la memoria de nuestros muertos. Y aunque lo supieran, seguramente lo habrían hecho igual, porque ni a la muerte ni al dolor ajeno respetan estas gentuzas. 

Cuesta pensar que haya gentes capaces de ir hasta el lugar, con la complicidad de la noche, y llevar el embrutecimiento de su alma y de su pensamiento hasta quebrar un monumento que era, -y deberá seguir siendo-, una voz para la paz.

En nombre de la Asociación Hasekura, -y seguramente también en nombre de los tantos/as corianos y corianas, ejemplos de ciudadanía y comportamientos-, desde nuestra desolación y nuestra impotencia exigimos a los cuerpos y fuerzas de la Policía, Local y/o Nacional, que emprendan la necesaria investigación para determinar las causas de esta destrucción y, en su caso, dar con las manos que han perpetrado semejante atentado contra nuestro patrimonio y contra nuestra convivencia en paz.

Juan Manuel Suárez Japón

Jubiloso, el toro de Coria (Cáceres) de las fiestas de San Juan de 2019. Otra fiesta patrimonio de nuestra cultura, cuestionada y asediada por los intolerantes.

El tremendo testamento de dos genios: Caracol y Mairena

Por Jose Morente

Un encuentro tan deseado como imposible que solo fue posible en el mundo virtual (Portada de LP de 1977 editado por la casa RCA)
Dos grandes que nunca acabaron por entenderse y que tampoco hicieron nada por encontrarse.

Manolo Caracol y Antonio Mairena vivieron en dos mundos diferentes. El sevillano y el de los Alcores estaban en las antípodas por vivencias e ideologías. Del rajo y duende gitano de uno a la perfección académica y escolástica (también gitana) del otro. Noche y día. Alpha y Alep, Caracol y Mairena, Mairena y Caracol, sonaban distinto y provocaban emociones muy diferentes en quienes tuvieron la enorme ventura de oírlos.

Muy diferentes en todo, menos en una cosa, en su grandeza. Pocos como ellos ha habido en toda la historia del flamenco, pues estamos hablando de dos de los más grandes. Gran parte de la historia de este arte se condensa en esas dos gargantas privilegiadas.

Ellos no llegaron a juntarse, aunque Caracol llegó a insinuar lo interesante que hubiera sido ese encuentro que nunca llegó.

Decía Caracol en el programa Rito y Geografía del Cante:
"...pero me hubiera gustado más que ese cantaor, por ejemplo, hubiera sido Mairena, hubiera sido yo... Y entre Mairena y yo hubiéramos buscado la juerga...Nos hubiéramos metido en casa de los gitanos y cantar. Cantar el y yo..."

Ellos, por desgracia, no llegaron a juntarse, pero nosotros en este blog si que podemos y queremos hacerlo. Nos avala nuestro mairenismo confeso y nuestra devoción también declarada y conocida por la casa de los Ortega, la casa de Joselito.

Y vamos a juntarlos en algo que, siendo tan diferentes, tuvieron en común: su último cante. Y es que Mairena y Caracol, Caracol y Mairena se despidieron del flamenco grabando dos cantes que son dos joyas. Un a modo de testamento flamenco con el que cerraron sus impresionantes e imprescindibles discografías.

Gitanitos de la Cava (Fandangos)

Caracol murió el 24 de febrero de 1973, en accidente de tráfico en Madrid, cuando se desplazaba a Los Canasteros. Muy poco antes había grabado un disco de larga duración que terminaba con un espeluznante y premonitorio fandango: "Me voy a morir" le decía en ese cante a sus gitanos de la Cava, a los gitanos de Triana.

(Voz) Y gracias al público de España y del todo el mundo. Voy a grabar mi último fandango, mejor dicho mi penúltimo fandango en grabación, y le doy a la afición de España y del mundo entero y que todos los niños de vuestras casas tengan en la mente el disco de Caracol en su cincuenta años de sus Bodas de Oro.
Me voy a morir
Gitanitos de la Cava
Me voy a morir
Venid gitanos, gitanas
Quiero usted le lloréis por mí
Mis gitanos, mis gitanitos de la Cava


La madrugá (Tonás)

Diez años después, el 5 de septiembre de 1983, fallecía en Sevilla Antonio Mairena, con el corazón roto. Poco antes había grabado, en un último esfuerzo, una tremenda serie de tonás que remató de forma sobrecogedora cantando a la libertad (Soler&Soler dixit).

Cuando corren los cerrojos
y veo el alba del nuevo día
a uno le daba martirio doble
y a otro le estaban quitando la vía

Y aquél que se va
va diciendo en el silencio
que grande es la libertad

Dos grandes

Caracol y Mairena, Mairena y Caracol, los dos más grandes, nos dejaron un impresionante testamento discográfico, resumen de su inmenso legado.

Lo dicho, ¡Gitanitos de la cava, me voy a morir, pero que grande, que grande es la libertad!



viernes, 10 de julio de 2020

Cuaderno de notas (CXXXIX) Saldrá un torero

Por Juan Belmonte García


Manolete (ABC)

"Saldrá un torero que toree bien el noventa por ciento de los toros, uno que tenga el valor para pisarles a todos su terreno. He ahí un secreto"

Declaraciones de Juan Belmonte a Fernando Gili "Claridades" en DE LA VILLA, Antonio. "Juan Belmonte-el nuevo arte de torear".

domingo, 5 de julio de 2020

Paco Camino y el sobrero del Jaral

Por Jose Morente

Paco Camino remata una tanda ante el sobrero del Jaral de la Mira, en Madrid, la tarde histórica del 22 de mayo de 1975.
Abducido por la prensa de la época, descaradamente en contra de quien tuviera el caché de figura del toreo, mi verdadera devoción por Paco Camino nace demasiado tarde cuando ya retirado del toreo pude revisar unas cintas de vídeo de su época mexicana con varias faenas excepcionales comentadas por el simpar y excepcional Pepe Alameda. Aunque siempre había admirado y respetado al sabio de Camas, desde entonces soy "caminista" declarado, convicto y confeso, absolutamente convencido de la enjundia, profundidad, calidad e importancia histórica de su toreo. 

Hace unos años le dedicaba en este blog cuatro entradas a modo de reivindicación y homenaje:
Paco Camino (I) La inteligencia torera 
Paco Camino (II) De Madrid al cielo...mexicano 
Paco Camino (III) Casta de torero 
Paco Camino (y IV) la estocada
Hoy, me gustaría recordar algo más sencillo: una de sus grandes faenas, si no la más grande. La faena de Madrid al sobrero del Jaral de la Mira, en día de baile de corrales, algo que algunos piensan que solo pasa ahora.


Un extraordinario derechazo de Camino al sobrero del Jaral.

Un torero en las postrimerías de su carrera


Tras en la entrada en vigor del guarismo que certificaba la "verdadera" edad del toro, en 1972 se retiran Antonio Ordoñez, El Viti y el Cordobés. Camino se mantiene como maestro y referente de una nueva generación de jóvenes toreros: José María Manzanares, José Luis Galloso, Niño de la Capea, Antonio José Galán. Ruiz Miguel y los mexicanos Curro Rivera y Eloy Cavazos. La generación de los 70.

Fue una década, la del final del "régimen", confusa y convulsa, contestaria, rebelde y, sobre todo, muy protestona. Protestas que, lógicamente, alcanzaron al mundo del toreo. 

La andanada del 8. Ahí empezó la protesta. Con el tiempo se propagó al 7, donde hoy se asienta el núcleo duro de la afición.
En el 73, un toro de Atanasio Fernández, ganadería de las consideradas comerciales, mataría en la plaza de Barcelona al hermano de Paco, Joaquín, banderillero en su cuadrilla. Tras un parón de seis meses, Camino regresa a los ruedos en 1974. Para llegar a 1975, el año de su enfrentamiento televisivo con Palomo Linares y el año de su faena al sobrero del Jaral. Una faena sobre la que Carlos Abella opinaba:
"No sé si la mejor, pero sí en conjunto la que para la historia del toreo mejor resumió sus virtudes toreras, renovadas con el paso del tiempo y perfeccionadas gracias a su gran cabeza y maestría". 
Por si la valoración de Abella pudiera parecer exagerada y parcial, conviene recordar que también Alfonso Navalón, compartía el mismo criterio:

"El trasteo tuvo una primera parte técnica hasta someter la distracción del manso y luego una docena de muletazos bellísimos, ejecutados con una lentitud y un temple que jamás había logrado Camino en su larga carrera. Al pasar el tiempo nos asalta la duda de si la faena fue realmente templada o si fue la lenta embestida del toro la que obligó a Camino a torear despacio. Lo cierto es que esta fue la mejor faena de su vida, coronada además con una estocada muy limpia, aunque algo desprendida." 
Pero, lo que para Carlos Abella había sido una prueba de maestría, para Joaquín Vidal (que todavía no escribía en El País) había sido un raro acaso, un momento aislado dentro de una trayectoria discutible y criticable:
"Camino se presentó en Madrid con responsabilidad y con una entrega como jamás se le había visto en esa plaza". 
Y añadía:
"En su primer toro estuvo en los tonos de muletero rápido y de ventaja que le han caracterizado"
Creo que despachar la carrera de Paco Camino con el calificativo de "muletero rápido y de ventaja" es pasarse tres pueblos. A Camino se le pudo discutir su velocidad toreando, algo que quizás pudiera justificarse por su afición al toro de encaste santacoloma, un toro ágil y de gran picante y velocidad de embestida, pero lo de ventajista, clama al cielo, máxime en un diestro como el camero cosido a cornadas.

En cualquier caso, la predisposición negativa de Vidal hacia Camino pone en valor su valoración de la faena:
 "Fue el delirio... lo que hizo Camino esta tarde escapa a las posibilidades del relato: había que vivirlo. En los tendidos se produjo una enorme conmoción. Como si la plaza hubiese sido sacudida por una corriente eléctrica; la faena fue contemplada por el público en pie, vibrando, en un auténtico delirio. 
Cuando Camino remató su penúltima tanda de naturales, sensacional, con el pase de pecho ligado, tan mandón como suave, de una armonía inigualable, y se fue del toro pinturero, con la muleta hecha un cartucho y recogido bajo el brazo, aquello fue un manicomio. Ya entonces se pedía insistentemente la oreja. Mató despacio, recreándose, pero la estocada quedó baja"
Un faenón de ese calibre no está a la altura de cualquiera. Y Camino no era ni fue nunca un cualquiera. Camino era grandioso, no porque le sonara la flauta una tarde concreta o llegase a Madrid con más ganas que otras veces, sino porque su concepto del toreo era grandioso. Podía estar mejor o peor, que eso depende de múltiples imponderables como el estado de ánimo del torero o la calidad del toro, pero siempre dentro de un nivel medio altísimo... para quien sepa y quiera verlo, claro.

Y para verlo, lo primero es mirar al toro.

Natural de Camino al sobrero del Jaral
Un toro manso en varas que fue muy bueno en la muleta

Y si miramos al toro, nos encontramos con esa aparente paradoja del toro manso en varas y bravo en la muleta. He dicho bravo aunque muchos dirían que solo noble. En cualquier caso, bueno para el torero y malo para el ganadero, como se hubiera dicho en la década de los treinta con mosqueo y enfado de Corrochano

Pero así fue el sobrero del Jaral. Un toro manso en varas, pero nobilísimo en los engaños con una despaciosidad que Camino entendió a la perfección y le permitió la faena que hizo. Una faena que puso en cuestión el calificativo de torero "rápido" con que se le juzgó con injusta dureza tantas tardes.

Camino podía torear ligero, pero era capaz de torear tan despacio como el que más despacio hubiera toreado, lo demuestran la faena al sobrero del Jaral y otras muchas de sus grandes faenas, especialmente algunas de sus temporadas mexicanas.

Camino y el sobrero del Jaral. San Isidro de 1975. Un faenón de un gran torero. Lo vemos.


Aquí el enlace en facebook


Epílogo breve con dedicatoria
Tras el faenón de Camino, Ángel Teruel, que tuvo una gran tarde, le brindó la faena del sexto.