domingo, 27 de abril de 2014

Málaga en el epicentro

Por José Morente

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Morante y Juli (a la usanza de Joselito y Belmonte) llegando en coche de época a la plaza de la Malagueta el Domingo de Resurrección. Un cartel que había despertado una expectación inusitada (Fotografía de Joaquín Bueno para Aplausos).

 

Una corrida de toros, cualquiera de ellas, puede tener múltiples lecturas no sólo diferentes sino, a veces, contrapuestas.

Si, como es el caso de la corrida del Domingo de Resurrección en Málaga, esa corrida la torean dos figuras indiscutibles, los toros no se sortean y una plaza periférica, como Málaga, disputa (aunque sea por un solo día) la supremacía al poder establecido de toda una Maestranza sevillana, la situación se descontrola pues mientras unos van entregados y disculpan casi todo, otros se ponen en guardia y a la defensiva y lo discuten todo. En esas condiciones, para el que no asiste al espectáculo, resulta difícil enterarse de lo que de verdad pasó. Es el calor de la pasión.

Una pasión que, aunque beneficiosa en principio, enturbia el juicio y distorsiona la opinión que se extrema tanto a favor como, y sobre todo, en contra de lo que acontece.

Repasemos lo que pasó en Málaga el Domingo de Resurrección, antes, durante y después de la corrida y procuremos que, a nuestro juicio, no le enturbie la pasión.

 

No hubo sorteo

La primera cuestión candente y que tanto ha dado que hablar, en la calle y en las redes sociales los días antes de la corrida, fue la ausencia de sorteo. Una ausencia que provocaba la reacción airada y la denuncia de algunos grupos de aficionados que interpretaron el no-sorteo como una grave agresión a los intereses del público.

Una pequeña reflexión debería servir para calmar los encrespados ánimos. En ese sentido, conviene precisar que si bien la no celebración del sorteo supone un evidente incumplimiento de un precepto legal parece también evidente que, con ser eso importante, no parece tener la trascendencia que algunos le quieren dar. El sorteo (algo que han olvidado u obviado los protestantes) tiene su origen y su razón de ser en la defensa de los toreros modestos frente a los intereses y abusos de los más fuertes. Es, en esencia, un derecho de los toreros y no tanto de los espectadores.

Sin embargo, tiene el sorteo otras lecturas, no desdeñables, como la intervención mayor o menor que debe tener el azar o la suerte en las corridas de toro. Es por eso, un tema que, en mi opinión, debía haberse resuelto, previo debate entre todas las partes implicadas incluyendo a los aficionados, durante el invierno pasado y no acabar siendo patata caliente de principios de temporada.

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Dentro de las diferentes posturas que han adoptado los aficionados ante la cuestión del no-sorteo, es de justicia destacar la equilibrada actuación de UTAMA (Unión Taurina de Abonados de Málaga) en defensa de los intereses de sus afiliados. La Asociación malagueña, antes de pronunciarse sobre el tema o adoptar cualquier medida de denuncia, ha tenido el buen criterio (y el buen gusto) de solicitar de la Junta de Andalucía la pertinente explicación sobre las razones jurídicas que han permitido no celebrar sorteo de las reses en la corrida del Domingo de Resurrección. Una elemental norma de buena praxis (la de oír a las partes implicadas) que se han saltado a la torera la mayoría de los medios de comunicación´y algunas otras Asociaciones de aficionados (En la imagen, la primera página de la contestación de la Junta a la pregunta planteada por UTAMA)

 

Seis ganaderías distintas

La segunda cuestión polémica, derivada de la anterior fue la elección de las reses por parte de los toreros pues no sólo no se sorteaba sino que cada uno de los dos toreros, había elegido ganaderías diferentes.

Otro tema que también provocaba un cierto clamor mediático a la contra y cuya importancia también se exageraba ya que lo relevante no es que los toreros elijan el ganado de su preferencia (pues eso, con no ser deseable, lo vienen haciendo todas las tardes los que pueden) sino la reducción de esas preferencias a 4 ó 5 ganaderías determinadas.

En ese sentido, y comparando con otras épocas de la historia y aunque siempre los toreros punteros se han decantado por las ganaderías de su gusto o que más se acomodaban a su forma de torear y, sobre todos, aquellas que podían propiciar el triunfo, nunca el abanico de ganaderías se había cerrado tanto como en nuestros tiempos.

Es una cuestión en la que, pese a los muchos tópicos y simplificaciones que circulan, en uno y otro sentido, tienen algo más de razón los aficionados que los toreros.

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El calor de la pasión hecho cartel de toros. Un cartel polémico que ha levantado ampollas entre algunos aficionados.

 

A cada torero le va mejor un tipo de toro 

Tercera cuestión planteada, derivada de la anterior y fácil de intuir a priori, es la del tipo de toro que más conviene a cada torero y, más concretamente, el tipo de toro que más se adecua al concepto de cada uno de los dos toreros actuantes: Morante de la Puebla y el Juli. Algo que la ausencia de sorteo debería poner (y ha puesto) en evidencia.

A la vista de lo que vimos, parece que el toro que conviene a Morante resulta ser un toro bravo pero al que se pide más nobleza que casta y fuerzas. Un toro terciado y equilibrado y, aunque moleste a algunos el adjetivo, un toro artista. Los de Málaga, salieron como era también previsible y ajustado al guion. Con mucha clase pero sin fuerzas el devuelto Zalduendo; Bravo y noblote, el de Jandilla y muy dócil y bonancible pero sin recorrido ni chispa, el de Juan Pedro. Urge una inyección de casta en esta última ganadería.

Por el contrario, los toros del Juli tuvieron más presencia en todos los sentidos, más plaza como se decía antiguamente y mucha más casta aunque sin derrochar bravura, antes al contrario. Así, fue bravucón y violento el Garcigrande. Manso de libro, el de Victoriano del Río y manso pero con fondo noble el de Domingo Hernández.

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El toro que le va al Juli tiene un punto mayor de agresividad que el toro de Morante. Y es lógico pues el de Velilla compensa su menor estética con valor y poderío. Por eso gusta dejarse crudos a sus toros. Hay que ser muy valiente y muy buen jinete, como lo son los picadores de la cuadrilla del Juli, para levantar el palo a un toro cuando está todavía debajo del peto (En la foto, sensacional segundo puyazo de Diego Ortiz. Fotografía facilitada por Pepe Olid) 

 

Mientras riegan la plaza. Imágenes para el recuerdo (Fotos de Joaquín Bueno)

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Morante

 

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El Juli

La actitud de los toreros. Lo mejor de la tarde

La cuarta cuestión, también previsible fue la buena actitud de los toreros. Ambos dos salieron motivados y muy dispuestos pues Sevilla pesaba y mucho en el ambiente. Más en tranquilo el de la Puebla y a todo motor y comiéndose el mundo el de Velilla.

Morante dejó destellos de su innegable clase y algunos de sus lances con capote y muleta quedaron grabados en nuestra retina per sécula, que diría un vate. Lástima que no se prodigue con enemigos de mayor enjundia pues poderío y valor le sobran.

Juli estuvo muy firme y decidido toda la tarde, sacando agua de donde, a veces, no la había pero donde lució de verdad fue en la lidia del segundo (su primero), un toro de Garcigrande en el que dio una lección magistral de pundonor y buen toreo. Faena que comenzaba con el espeluznante inicio de seis muletazos por alto de infarto, con las zapatillas clavadas en el albero y en los que Juli se hizo con el toro, un toro que había traído por la calle de la Amargura a todo el peonaje y faena que remató con un tremendo final que impactó en el público y en el que el toro acabó acobardado y cangrejeando ante tamaño derroche de poderío. Esa fue la imagen de la tarde.

 

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Al final de la faena, el toro cantó la gallina ante el empuje y poderío del torero. Juli se fue hacia él con intención de darle unas bernardinas de remate pero se fue con tanta decisión y firmeza que el toro empezó a cangrajear, andando hacia atrás, mientras el torero le ganaba el terreno ¿Que no vería el burel en la mirada del Juli? (Fotografía facilitada por Curro Mora)

Una tremenda faena pero que remató de un también tremendo bajonazo que le privó, con justicia, de una más que merecida y sobrada Puerta Grande.

 

La actitud del público

La quinta cuestión, también predecible en cierto modo, fue la actitud del público. Un público malagueño en su base pero reforzado con un contingente importante de aficionados llegados de todas partes y que entendió y leyó a las mil maravillas los avatares de la corrida.

Por ello, se despidió a los dos diestros con una fuerte y clamorosa ovación. Tan fuerte y clamorosa como las ilusiones que, en esa corrida, se habían puesto y que, a la postre, resultaron (aunque sólo en la parte de los toros) defraudadas.

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El público agradeció con entusiasmo al principio y final de la tarde, la actitud de los dos torero (Fotografía de la página web de la COPE)

El tiempo es circular

Y la sexta y última reflexión, el carácter circular del tiempo y la relativa semejanza de lo que pasó en Málaga el domingo pasado con lo que aconteció en el mano a mano de Joselito y Belmonte con toros de Murube del año 1915 y que ayer se empezaba a rememorar.

Un mano a mano que, como el del Domingo de Resurrección convirtió a Málaga en epicentro taurino (no en balde era la primera vez que se enfrentaban cara a cara los dos colosos); que se celebró también con toros “a modo” pues los toros de Murube eran el ganado “comercial” de la época y preferido de Gallito y por las otras por las figuras y el denostado por los aficionados de la cáscara amarga. Y que, sobre todo tu resultado artístico no alcanzó tampoco las expectativas que había levantado pues aunque empezó bien acabó mal por culpa de los tres últimos toros, mansos, chicos y sin fuerzas.

Me refiero a los toros de 1915, quede claro.

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Joselito Y Belmonte llegando juntos a la plaza de toros en automóvil de la época

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Juli y Morante llegan juntos a la plaza en automóvil de época

 

Reflexión final a modo de sobrero

No hay sobrero, pero si lo hubiera merecería la pena volver a reflexionar sobre la pasión extrema de algunos aficionados a la hora de juzgar y pronunciarse sobre los temas taurinos de forma harto subjetiva. Una pasión que nubla el entendimiento.

No es el caso del público, mucho más ecuánime y ponderado en su conjunto y que, a la postre, pocas veces se equivoca en sus apreciaciones y valoraciones.

 

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Paseíllo con el público de la Malagueta de testigo. Un público, el de toros, que, como demuestra la historia y al contrario que los aficionados, rara vez se equivoca (Fotografía de Joaquín Bueno para Aplausos)

 

Addenda personal. La corrida del Domingo fue sembrando, a medida que transcurría, un halo de cierta desilusión entre el público pues las expectativas creadas eran tremendas pero, a medida que pasa el tiempo, el recuerdo de lo malo se desvanece y lo bueno se afianza en la memoria, en la mía al menos. Y los destellos de arte de Morante y la contundencia del Juli aparecen cada vez más nítidos y claros.

Entre lo bueno, y además de la actitud de los toreros, la grata compañía de Cecilia, Mary Anne, Valentina, Remo, Rafael y Juan Antonio convirtió una corrida casi decepcionante (o quizás, no) en una tarde y un fin de semana inolvidables.

Es lo bueno que tienen los toros, el encuentro con tanta buena gente.

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jueves, 24 de abril de 2014

De Gaona al Juli

Por Jose Morente

 

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Juli en Málaga el Domingo de Resurrección. Demostración de poderío (Foto de Curro Mora)

 

Un alarde de valor y casta

Salió a la arena el segundo, Gladiador, de Garcigrande con 513 Kilos de peso y con mucho carbón en sus bravuconas aunque emotivas embestidas. Un toro con mucha plaza.

Gladiador, en banderillas, traje en jaque a toda la peonería pues no en balde cortaba el viaje que era un primor por lo que aquello fue un verdadero desbarajuste. Algo inusitado en una cuadrilla tan eficaz y avezada como la del Juli.

Cuando tocaron al cambio de tercio, Juli se fue decidido a los medios, clavó las zapatillas en la arena y enjaretó seguidos, sin moverse un ápice, seis pases por alto, seis, que crujieron al morito y dejaron claro quien mandaba en el ruedo.

La faena siguió en vibrante pelea de poder a poder, con el toro queriendo aún convencerse de que podía ganar la pelea al osado que se atrevía a hacerle frente y con el torero empeñado en demostrarle lo contrario, tirando de él, despacio, lento y medido, en tandas interminables de gran y bella factura.

Al final, cuando el toro se paró que es cuando empieza el toreo y los defectos del animal afloran, todavía el diestro se entretuvo en buscar y exprimir las últimas arrancadas que, increíblemente, seguían siendo bruscas y violentas. Los pitones acariciaban los muslos y el vuelo de la muleta trazaba recorridos imposibles alrededor del cuerpo siempre quieto del maestro.

Y entonces ocurrió…

El toreo es cíclico y eterno. Una faena trae envuelta en el aire el rumor y recuerdo de otras muchas tardes anteriores y el regusto de lo que hicieron antes, mucho antes, otros toreros. Y surgen situaciones y gestos que parecían perdidos en la memoria de los tiempos pero que, de forma inaudita y casi mágica, afloran de golpe una tarde cualquiera cuando nadie las espera.

Eso ocurrió en Málaga, el domingo de Resurrección, finalizando la lidia del segundo de la tarde, de nombre Gladiador, de brava estirpe, de buen trapío y de enfurecida embestida, cuando Julián López, a quien llaman el Juli, se dirigió al toro con la muleta detrás del cuerpo, cogida con las dos manos, al estilo de aquel buen y fino torero catalán que se llama Joaquín Bernardó.

Juli, torero, avanzó y el toro, durante un momento, dudó si arrancarse a quien se atrevía a desafiarlo a cuerpo limpio y con el engaño detrás del cuerpo en inútil defensa…

Y entonces, igual que hace 100 años, cuando Gaona toreó, lidió y dominó a un manso encastado de Vicente Martínez, el día del homenaje al pobre Florentino Ballesteros, en presencia nada menos que del Rey de los Toreros, entonces…

… el toro del Juli, reculó asustado ante la mirada de seguridad del diestro, ante su porte sereno, ante su avance implacable, inexorable, decidido, tenaz, elegante y firme.

Igual que hace 100 años. 

Cangrejeaba el toro y avanzaba el torero mientras yo, en esos momentos, no sabía ya si seguía sentado en el tendido de la plaza de toros de la Malagueta, un Domingo de Resurrección del siglo XXI o si, en realidad, todo era un sueño y me encontraba en la plaza Monumental de Barcelona, un 19 de marzo del año de Gracia de 1918 viendo a Rodolfo Gaona imponerse a un manso de Colmenar

¡Qué mas da Barcelona o Málaga! ¡Qué mas da 1918 o 2014! ¡Qué mas da!

El toreo es cíclico. Que es lo mismo que decir circular o eterno

Cuando se juntan un toro con casta y un torero valiente, ya sea ayer, hoy o mañana … algunos instantes se convierten en magia.

 

martes, 22 de abril de 2014

Cuaderno de notas (XXVI) Estampa de Gaona con Gallito

 

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Gaona. El par de Pamplona

 

 

Huraño, cenceño, altivo,

quieto en la estampa te veo,

cómo cuando estabas vivo

en la summa del toreo.

 

Te da los palos José

─las banderillas, tu suerte─.

Él lo sabe ─y yo lo sé─,

no por competir, por verte.

 

Por ver en tiempo y espacio

el milagro de ajustar

los pies al verso de Horacio

 

y salir, como al entrar,

andando, andando despacio,

Rodolfo y José ¡qué par!

 

Poema de Pepe Alameda

(facilitado por Juan Antonio Polo)

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Par de banderillas de Joselito el Gallo

lunes, 14 de abril de 2014

Un par de detalles de López Simón en Madrid

Por Jose Morente

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Alberto López Simón, el domingo de Ramos en Madrid con un toro del Puerto de San Lorenzo. Una corrida con muchos incidentes, desde la cornada grave que recibió un valentísimo Saúl Jiménez Fortes hasta la devolución de una de las reses al corral pasando por el buen hacer, en general, de la terna (fotografía de la web de las Ventas).

Decía Morante en la Puebla hace unos días que, en el toro no caben las ideas preconcebidas.

Lo que, en determinados casos, puede estar mal, resulta ser lo correcto en una situación diferente. De igual forma, un mismo problema puede resolverse, a veces, de modo distinto pues, a fin de cuentas, el torero tiene que solventar sobre la marcha las diferentes tesituras que le plantea su oponente. En toros, dos más dos no siempre son cuatro.

En Madrid, el domingo pasado, Domingo de Ramos, con ganado del Puerto de San Lorenzo, se anunciaban Alberto López Simón, David Galván y Saúl Jiménez Fortes en una corrida que había levantado cierto  interés y que se resolvía con bastantes incidencias y con la grave cornada de mi valiente paisano Saúl Jiménez Fortes.

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La cogida de Saúl en Madrid (una cornada grave de 30 cms.). El toro le metió el pitón en el suelo después de derribarlo con su pata trasera en un quite (Fotografía de Aplausos).

No voy a entrar en la reseña del espectáculo pues ya son muchos los medios que dan cumplida información de lo que pasó. Me voy, por tanto, a limitar a recordar un pasaje de la faena de Alberto López Simón al cinqueño Resistentito, un buen toro del Puerto que pesó la friolera de 616 kilos para alegría y jolgorio de los carniceros de la plaza.

En concreto, vamos a repasar una de las tandas que dio con la izquierda este buen torero que es Alberto. Una tanda en la que el toro repone y se le para un par de veces. En una de ellas, López Simón, ostensible y parsimoniosamente, se cruza al pitón contrario, lo que consigue arrancar algunas palmas (más bien pocas, todo hay que decirlo) del respetable.

Antes, en otro de los parones del toro, el torero –al hilo después de rematar el primer muletazo de la tanda- aguanta impertérrito y sin moverse, manteniendo la difícil posición, para acabar jalando del astado y conseguir sacar otro buen natural.

Son dos respuestas diferentes ante situaciones similares.

Cruzándose el torero mejora su posición y consigue que el toro arranque. Es una buena muestra de valor y técnica torera.

Pero quedarse en el sitio, aguantando el parón del toro es muy expuesto y tiene tanto o más mérito que cruzarse. Exige también mucho valor y serenidad por lo comprometido de la situación.

Es algo que (como decía José Luis Lozano en declaraciones que reproducíamos en estas páginas hace unos días) se valoraba mucho en los años 60. Una época de grandes toreros y no menos grandes aficionados.

Lo vemos.

miércoles, 9 de abril de 2014

Cuaderno de notas (XXV) La teoría del talismán

 

1917-06-21 Madrid Belmonte con Barbero de Concha y Sierra

Juan Belmonte ha sido uno de los mejores capoteros de la historia. En concreto, su toreo a la verónica ha dejado huella. Sin embargo y según la cualificada opinión de Pepe Alameda,  su toreo de muleta no estaba a la misma altura. De hecho, sus faenas de muleta eran muy cortas y duraban sólo lo que duraba el empuje inicial del toro. Pese a ello, una nube de panegiristas ha creado una imagen mitificada y distorsionada de ese toreo de muleta convertido en canon (el canon belmontista) que ha sido y sigue siendo utilizado torticeramente contra la forma de torear de la mayor parte  de los diestros que le sucedieron.

 

En el capítulo sobre Antonio Fuentes, digo que este inaugura un tipo de lidiador que después se dará con frecuencia, el del que siendo muy bueno con el capote, “baja” luego con la muleta.

Creo que en Belmonte se repite el caso. Aunque la crítica más oficial no lo haya visto y aunque haya una montaña de literatura interpuesta. Los “hechos” están ahí, antes que la “montaña” (…)

Eso es lo malo, que después de los primeros años de la muerte de Joselito, durante los cuales su aureola fue respetada, surge y se precipita la reacción “"belmontista”, con todos los estigmas psicosociológicos de una moda.

Y una borrasca de plumas de diversos calibres, amparadas por las lejanas y subjetivas de Valle-Inclán y Pérez de Ayala (primeros snobs del belmontismo incipiente), se lanza a una carrera deportiva para ver quien le busca a Belmonte más justificación de su existencia, más jerarquía para su presencia, mejor complemento a sus carencias y más aventurada exégesis para sus excelencias.

Una moda como esta entre gentes que escriben con poquita disciplina y ningún miramiento, produce resultados catastróficos. Sobre Belmonte –el real y el supuesto- llueven los Ortega y Gasset de taberna, de cafetería y de ateneo de pueblo –y de sala de redacción por descontado-.

Uno de los poderes maravillosos que le descubren a Juan es el de que, con el talismán del temple, puede hacer pasar al toro, aunque este no embista.

Pero Juan no da más que diez o doce pases, los que el toro “tiene”, los que corresponden a su primer impulso y facultades. En cuanto el toro no “viene”, la faena se acaba. Y entonces, ¿de dónde se saca lo del talismán? Pero responden:

“Ah, no, es que estos son los pases justos, los que debe tener una faena”

No me diga. ¿En dónde está escrito eso, en el Partenón, en el frontispicio de la plaza de piedra de Ronda, la de los “toreros machos” o en las tablas de Moisés?… Y, entonces ¿para qué el Guerra y Lagartijo y Cúchares? Todos hicieron el ridículo, pues todos perdieron su tiempo. ¿Que se fizo de tanta invención como trujeron?

Esta “teoría del talismán”, llamémosla así, recogida en el libro de Corrochano ¿Qué es torear? es una perfecta creación ex nihilo, pues no entronca con nada y surge de la nada.     

José Alameda, El hilo del toreo (1ª ed. Madrid, Espasa Calpe, S.A., 1989. Págs. 208y 209)

sábado, 5 de abril de 2014

Cuaderno de notas (XXIV) ¡Líbrenos Santa Coleta de los malos aficionados!

 

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Gaona lanceando a la verónica al estilo clásico, parado, vertical y con el compás cerrado (Detalle de una fotografía publicada en el blog Aportaciones Histórico Taurinas Mexicana de José F. Coello Ugalde)

 

Un notable matador de toros, que actualmente se halla colocado en la primera fila por su estilo de torear elegante, clásico y parado, que lanceaba de capa por verónicas como un consumado maestro, verónicas colosales que los buenos aficionados saboreábamos entusiasmados por ejecutarlas con los pies juntos y clavados en la candente arena, se ha visto precisado a mixtificarlas, no por antojo suyo, sino por caprichos del público.

Dice que comprobó el año pasado (y por tanto lo repetirá siempre que así lo desee el “respetable”) que le aplaudían más cuando veroniqueaba con el compás abierto, que cuando lanceaba con los pies quietos y juntos, y como de esta manera se arriesga más y le aplauden menos, está dispuesto a dejar su arriesgadísimo estilo de veroniquear y a lancear como lo piden las exigencias ridículas de los aficionados contemporáneos.

Estas despreciables innovaciones del toreo moderno se las debemos a los malos aficionados. Un mal aficionado hace más daño a la fiesta nacional que un puyazo hondo y bajo a un toro noble y bravo.

¡Líbrenos Santa Coleta de tropezar en nuestra próxima localidad de la plaza de toros con un mal aficionado! (…) Ante todo y sobre todo, protestemos y reneguemos del mal aficionado que es el mayor enemigo que tiene nuestra magnífica e imponderable fiesta española.

 

Artículo de Chiquero. “El público ideal” editorial publicado en la revista “Arte Taurino” nº 35 (Madrid 30 de marzo de 1914)

viernes, 4 de abril de 2014

Cuaderno de notas (XXIII) El carrusel

 

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Jose Mari Manzanares con la muleta en Sevilla. Si bien el público ruge cuando los muletazos se encadenan sin solución de continuidad, la enjundia del toreo bien ligado pide que cada muletazo de la tanda tenga su principio y su final.

Encadenar los muletazos, en lo que el maestro Manzanares denominaba “el Carrusel”, sólo se justifica como modo de aliviar a los toros excesivamente pastueños. Un recurso admisible pero del que no debe abusar el torero. 

 

Para que se dilate el temple en cada pase, y haya ritmo entre uno y otro [pase] es necesario ligar. Pero también hay ligazón con ventaja y ligazón con pureza.

Una cosa es ligar muletazos completos a muletazos completos, que incluyen cite, embroque y remate, bajo los cánones belmontinos  de “parar, templar y mandar”, y otra muy distinta, hacer lo que yo llamo el carrusel, que consiste en empalmar medios muletazos sin rematar ninguno, llevando siempre la muleta adelantada, y perdiendo siempre un paso antes de que termine el pase. Puede haber cadencia aparente pero eso es torear por fuera.

Naturalmente, con este carrusel, el toro dura más porque no sufre el castigo que le inflige el toreo auténtico: Parado el diestro en el cite, templado trayecto y remate vaciado con mando hacia adentro.

Ligar cuatro o cinco de estos muletazos resulta demoledor para cualquier toro por fuerte que sea, pues en cada uno de ellos se exprime toda la bravura del animal. Eso es lidiar toreando, la expresión más moderna del dominio.

El carrusel viene muy bien al toro pastueño y desrazado, porque le obliga menos y no le exige crecerse al castigo.

 

Jose Mari Manzanares en “La Tauromaquia de Jose Mª Manzanares” de Arévalo, José Carlos y Del Moral, José Antonio (1ª ed., Ediciones Akal, S.A., Torrejón de Ardoz, 1987. Págs. 85 y 86)

martes, 1 de abril de 2014

La Faena eterna de Fernando Savater

Por Jose Morente

 

Fernando Savater

Fernando Savater. Filósofo, escritor… y aficionado a los toros

 

La Faena eterna

En la segunda semana de agosto de 1982, Fernando Savater pronunció, en el Palacio de la Magdalena dentro de los cursos de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, una interesante conferencia a la que tituló “Caracterización del espectador taurino”.

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La conferencia se publicó dentro de la Obra colectiva Arte y Tauromaquia (1ª ed. Madrid, Ediciones Turner, 1983. Págs. 111-125), libro que recogía algunas de las Conferencias del citado curso

Para poder definir el carácter singular del aficionado al toreo, Savater dijo muchas cosas pero la más importante, la base de su discurso, es su hipótesis de que todo aficionado lleva, en el caletre, una faena soñada que no vivida, nunca vista, pero tan grabada a fuego en su memoria tan clara y nítida que con ella, y en función de ella, juzga todas las faenas, esas sí, contingentes que ve en la plaza.

A esa faena imaginaria, Savater la llamaba la Faena eterna.

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Todo aficionado tiene en la cabeza una faena soñada formada por la intuición de lo que podría ser. Los muletazos sueltos e incluso las faenas concretas, por muy sublimes que sean, no tienen nada que ver con la Faena eterna (Fotografía de un excepcional muletazo de Antoñete, seleccionada por Felipe Romero) 

Como las faenas reales, por magníficas que sean nunca pueden siquiera aproximarse a la Faena eterna, pues esta es ideal y soñada, el aficionado vive en una permanente insatisfacción ya que nada de lo que ocurra en la plaza podrá alcanzar la rotundidad y esplendidez de esa faena imaginada.

 

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Aunque nada de lo que ocurra en la plaza puede aproximarse ni aproximarnos a la faena soñada, hay momentos en los que la emoción que nos provoca un toro o un torero se acerca mucho al ideal (En la imagen, cite en la distancia de César Rincón. Fotografía seleccionada por Jack Coursier)

 

El aficionado idealista

Eso es lo que explica el carácter dogmático, radical e intransigente del aficionado a los toros que, en el fondo, es un idealista y para quien la Faena eterna se sitúa, por tanto, por encima de la realidad y la sustituye.

El aficionado se alboroza con cualquier aproximación a esa Faena soñada (un muletazo, un quite, un alarde de valor) pero, la mayor parte de las veces se desespera y enoja ante la frustración que le provoca lo que ve.

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El aficionado se alboroza con cualquier aproximación a la Faena eterna. En la imagen, el capote de Morante de la Puebla, algo más que una aproximación a la faena soñada (Fotografía de Ernesto Naranjo, seleccionada por Alberto Marcos Morante)

 

El toro como rito

Añadía Savater en su conferencia que otra característica del toreo es su aproximación a las fiestas rituales más que a las artes plásticas.

Lo que diferencia al toreo de otras manifestaciones culturales o artísticas es que, en estas, no hay arquetipos que coarten la libertad del artista. Las reglas del arte son personales y subjetivas y encierran en sí mismas la necesidad de su transformación.

En el toreo ocurre justo lo contrario, pues el dogma, el canon imponen la repetición de lo que se supone configurado para siempre y excluyen la exploración de lo nuevo.

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Uno de los toreros que mejor pueden encarnar el concepto del toreo como ritual es Antonio Ordoñez  (Fotografía del maestro de Ronda seleccionado por Paco Carmona)

 

El aficionado saturado

Es esa repetición sistemática, esa sensación de “déjà vu” pero cada vez más alejada del ideal, de la Faena eterna, a la que Savater atribuye la sensación de decadencia o degradación de la Fiesta a la que llega, más tarde o más temprano todo aficionado. Y es que, según el escritor donostiarra, a cada aficionado le “cabe” un número máximo de corridas a lo largo de su vida.

Superado ese número, Savater nos dice (no sin ironía) que para el aficionado “ha llegado el momento del retiro o quizás de dedicarse a la crítica taurina”.

 

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“Cuando uno empieza a preocuparse cada vez más por el fraude del festejo y se pregunta porqué se caen los toros o si tal o cual diestro hace honor a u denominación siendo demasiado derechista, ha llegado el momento del retiro o quizás de dedicarse a la crítica taurina” (Fernando Savater)