miércoles, 21 de octubre de 2020

Volver a la pureza del toreo

Por Jose Morente

Pablo Aguado. Toreando con los vuelos de la muleta

Tengo para mí que estamos asistiendo a un cambio de ciclo taurino. Después de varias décadas de toreo centrados en la técnica, el toreo que llaman "de siempre" vuelve a estar de moda. De hecho, nunca ha dejado de estarlo.

Los síntomas son claros y evidentes. Y conste que hablo de los gustos del público. Siendo indiscutible el tirón taquillero de Andrés Roca Rey, el incontestable triunfo de Pablo Aguado en la feria de abril de 2018 fue ya un claro aviso de lo que afirmamos o intuimos. Las tardes de Juan Ortega en Linares o Jaén el pasado año, confirman esa tendencia.

Y no es el hecho en sí del triunfo. Hoy cualquier torero al que le embistan sus toros como le embistieron los jandillas a Aguado o el Victoriano del Río a Juan, puede torearlos a un nivel similar al de los dos toreros sevillanos, sino que me refiero más bien al alborozo con que ese toreo fue recibido en la plaza y en la calle. Y cuando hablo de la plaza y de la calle no me refiero solo a los aficionados conspicuos, siempre añorantes de esa forma de torear, sino del sentir común del público que es lo que realmente importa.

Llevábamos mucho tiempo con el toreo debatiéndose entre la técnica y la épica y donde el arte (la estética) aparecía solo como un plus añadido, un regalo que llegaba, cuando llegaba, después de dominar al toro (la técnica) o sobrevivir a sus acometidas (la épica). Eso ya parece cosa de un pasado cada vez más lejano por mor de la pandemia. Hoy parece que se impone nuevamente el toreo que se basa en el gusto por torear, por el placer de torear. Ponerse ante el toro de forma natural y relajada, vuelve a ser paradigma de nuestra época (¿Tendrá eso algo que ver con el cambio, también evidente, de ciclo económico o sanitario?).

Juan Ortega. Toreando con la mano derecha sin ayuda ¡también con los vuelos!

Un triunfo de la estética que llega -como siempre- tras una dura etapa de adaptación al toro. Muy similar a lo que ocurrió en la nunca bien ponderada edad de plata. Dura época. No lo olvidemos, pues en el toro, en su comportamiento, está siempre la clave de todo lo que pasa en los ruedos.

¿Cómo es el toro de hoy?

En mi opinión, perdidos en el estéril e inútil debate de ganaderías comerciales y ganaderías duras (tan rentable a veces para unas y otras, para unos y otros), no nos hemos percatado del importante y radical cambio de comportamiento del toro de lidia en las últimas décadas. 

El toro que hoy sale a las plazas, no es sólo uno de los más grandes, por edad y volumen, de la historia, sino que, aumentado su manoseo en las dehesas y entrenado los correderos, es también uno de los más complejos de torear.

Y no me refiero, es obvio, a esa dificultad obvia del toro manso de sentido que hace imposible el buen toreo por exceso de malicia, toro que hoy -por suerte- no abunda, sino a esa dificultad para redondear una faena plena que se deriva de la falta de entrega de la mayoría de los astados que hoy se lidian. Un toro que se siente tan fuerte y poderoso, no acaba nunca por entregarse totalmente.

La adaptación a ese toro ha sido muy dura (no podemos olvidar las muertes de Iván Fandiño y Víctor Barrios) y los toreros de nuestra época han tenido que recurrir a una técnica evidente y depurada para poder sobrevivir (las escuelas son una necesidad, no un fastidio como sostienen algunos).

Un periodo de adaptación duro, muy duro, pero que ha sido necesario para que hoy el toreo se pueda plantear cómo se está planteando para deleite de los aficionados ¡Puro arte o arte puro!

Morante en Córdoba, siempre puro arte, arte puro.


El año de Gallito (extraño año en todos los órdenes incluido el taurino) ha sido el del retorno de una manera intemporal o eterna (da igual) de entender el toreo.

lunes, 19 de octubre de 2020

Cuaderno de notas (CXLIV) El Escorial, Le Corbusier y los toros

Por Don Quijote

Le Corbu en El Escorial (1928)

¿De qué le hablaré al lector? Hay que andarse con pies de plomo... ¡Pues ¡ea! le hablaré de El Escorial!

No te alarmes querido lector; voy a hablarte de El Escorial y hasta de un arquitecto moderno de fama universal; más sin que por ello nos alejemos del tema taurino: ya lo verás.

Le Corbusier -el arquitecto francés a que he aludido- estuvo el año pasado en España. "Venía -cuenta el admirable escritor Manuel Abril- a enaltecer una arquitectura de precisión y de justeza", la arquitectura novísima, cubista, de que es paladín; y se encontró -continúa Abril- con "un ilustre antepasado español de la arquitectura presente: el Monasterio de El Escorial, fábrica pura, prodigio de singular modernidad"...

El Escorial

De la imponente mole geométrica de San Lorenzo, milagro de granito, que abruma y pasma, escribía yo hace poco en estos términos: Sencillez magnífica; austeridad desnuda; inmortal majestad de la piedra escueta; armonía de la fuerza; rígida hermosura; descomunal exactitud...

Pues bien, esta casualidad de la exactitud, de la grandiosidad, de la justeza y de la sencillez, fue lo que asombró a Le Corbusier en España, respecto de dos casos: El Escorial y el toreo.

Cuando vió lo que eran los toros, exclamó:

- ¡Yo no tengo nada que decir a este pueblo!

En efecto, el venía a predicar en sus conferencias sobre arquitectura moderna la precisión y la justeza, "y se encontraba -continúa Manuel Abril- en un pueblo, cuyo juego favorito era de una precisión que no admite ni un segundo, ni un milímetro de error, sin que vaya en el error la vida misma. ¿Que mayor matemática aplicada que el cruce en el volapié, que el juego de los brazos y los pies en el cuarteo y el de la cintura en el quiebro? En todo momento igual, y en todos gallardamente, sin perder la compostura, ni la línea, ni la gracia.

¿Cómo venir a descubrirle la justeza a un pueblo que juega así?

Cuando vió el Monasterio de El Escorial, corroboró la impresión y el juicio formado en los toros. Allí estaba, y ¡de qué modo!, realizada, en arquitectura, la misma ley de preciso clasicismo que le había sorprendido en el toreo..."

(...)

La justeza de visión de Le Corbusier no la ha tenido, posiblemente, ante el magnífico e impresionante espectáculo, ningún otro extranjero.

Don Quijote, "El Escorial y el toreo" 

(publicado en la Fiesta Brava, nº 168, Barcelona, 17 de enero de 1930)

Adenda incorpórea

La condición que le Corbusier (Charles Edouard Jeanneret era su verdadero nombre) puso a Fernando García Mercadal para venir a España a impartir dos conferencias sobre arquitectura, fue que le llevaran a una corrida de toros.

Le Corbusier con Fernando García Mercadal en El Escorial. Mercadal fue quien invitó a Le Corbusier a España y le llevó también a los toros.

Como Le Corbu llegó a España el 8 de mayo de 1928, podemos soñar que la corrida a la que llevaron fue a la de la faena de Chicuelo a Corchaíto.

El toreo de Chicuelo se ajusta perfectamente a la sensación (un preciso clasicismo como decía Don Quijoteque la fiesta de los toros provocó en el arquitecto suizo.

Aunque también puede que viera a Gitanillo de Triana o a Cagancho o, quizás, a Antonio Márquez... 

Entradilla del artículo de Don Quijote, publicado en La Fiesta Brava. Un natural de

¡Qué más da! Fuese quien fuese quien toreará en esa corrida a la que le invitaron, el toreo -y El Escorial- le maravillaron.


Le Corbu, además de arquitecto fue también pintor. Este es un lienzo suyo: Taureau (1960)


domingo, 18 de octubre de 2020

Cuaderno de notas (CXLIII) Ha toreado Juan Ortega

 Por Zabala de la Serna

Juan Ortega en Jaén


En un solo quite por chicuelinas Juan Ortega había borrado toda la tarde. Toda la crónica. Todas las letras del abecedario. Ido el sol, caída la noche, la luz se hizo. Fue la escultura a Chicuelo y su deslumbrante broche un anuncio, el momento exacto en que Ortega sacó la escoba. Y luego brindó al público la gloria. Pues gloriosa fue la faena. Desde que acarició por alto los ayudados. Que barrían sedosos el lomo de Basurilla, el toro más fino, el más lindo, el de más clase. A calidad más calidad. Y esa brotó de las muñecas paroxísticas de Juan. Para inmortalizar el toreo, reducirlo a las esencias de la naturalidad. Donde todo es cadencia, y lentitud, y armonía. Había poesía la torería desnuda de toda alharaca. La ligazón del natural con el de pecho, tal como los cantaba Belmonte, vertían el cuenco de las maravillas. Qué despacio discurrió todo y qué pronto pasó. Después de tanta espera. Después de tanta nada. Al fin, el todo.

Juan Ortega enterró la espada en el segundo viaje. Y estalló la plaza, desgañitada, afónica ya por entonces. Ronca de jalear el sueño del toreo. Cayeron las dos orejas con una fuerza atronadora, borrando todos los demás trofeos conquistados. Y los recuerdos amargos con el hondo toro tercero que se agarró a la tierra como un buque varado. Ortega barrió todo con su escoba. Como el lomo de Basurilla, arrastrado en una vuelta al ruedo por el pañuelo azul.

Zabala de la Serna, "Hasta que Juan Ortega sacó la escoba" en El Mundo. 17.09.2020

La gran estocada de Juan Ortega a Basurilla de Victoriano del Río

El toreo de Juan Ortega en Jaén

Música: Adagio en G menor. Albinoni / Imágenes: Movistar plus