domingo, 31 de diciembre de 2017

Villancicos flamencos (XXVI) Uvitas negras y maduras

Por Jose Morente

Manolo Caracol

Hace unos años, compramos nuestras uvas de fin de año a dos uveros de excepción: Manolo Caracol y su hijo Enrique. Ha pasado el tiempo y es hora ya de comerlas y nada mejor para hacerlo que inspirarnos con la voz de aquel excepcional pregonero. Lo hacemos con un villancico gitano grabado por Caracol en 1965 para la casa Orfeón-Zafiro

Por cierto que la portada (puro kitsch) merece la pena. Caracol aparece sentado con su guitarra en una mano y meditando después de una noche de juerga (o eso pensamos). De fondo, un gigantesco cartel de toros, precisamente el de la feria de San Agustín de Linares de 1947. Lo que nos sirve para recordar de paso este fin de año a ese otro coloso (este del toreo) que se llamó Manuel Rodríguez Manolete.

¡Va por ustedes y por ellos dos! ¡Féliz año!





Nochevieja (Villancico gitano-1965)
Canta: Manolo Caracol

(Recitado)
El año viejo se va
y el nuevo viene naciendo
las doce para las doce 
a tres perrillas las vendo
---
(Cantado)
El racimo de las doce
te traiga la buena suerte
cada uvita es una estrella
que baja del cielo a verte

Ay, no me digas que no
porque no las tomas una por una
que tu carita es un sol
bañaito por la luna

Quiero que tus labios
serrana, las pruebe
no me la desprecies
boquita de nieve

El año se va
y vuelve en la vía
y tú me dirás (bis)
que mi uva te ha vuelto
loquita perdía

Uvitas negras y mauras (bis)
negra como mis pesares
negras como tu hermosura

El racimo de las doce
te traiga la buena suerte
para decirte el uvero
lo mucho que  a tí te quiere

Vamonos al ....  (bis)
y verás como suena 
la campanillita de la nochebuena

sábado, 30 de diciembre de 2017

Antes y después del Guerra

Por Antonio Luis Aguilera

Un quite de Guerrita la última tarde que toreó en Madrid

Caía la tarde del 11 de junio de 1899, cuando en la fonda de doña Gregoria Echezarreta, cuartel general de Rafael Guerra Bejarano y su cuadrilla en los desplazamientos a la Villa y Corte, al quitarse el traje de luces que lució por última vez en la capital de España, harto de la hostilidad del público, le dijo a su amigo José Bilbao: “Pepe, no toreo más en Madrid ni para beneficio del lucero del alba“. Era el anuncio de la retirada del torero más poderoso de su época, que durante su carrera había participado en doce corridas benéficas, siete de ellas en Madrid

Sobre la fonda de Gregoria Echezarreta se publicaba este artículo en el Ruedo el año 1944
La despedida tuvo lugar el 15 de octubre de ese año en Zaragoza, plaza donde el II Califa del toreo, vestido de gris plomo y oro, puso final a su impresionante paso por los ruedos estoqueando al toro Limón, colorado ojo de perdiz, de la ganadería de don Raimundo y don Jorge Díaz

No me voy, me echan", dijo con amargura a los suyos. Al conocer la noticia el historiador don Luis Carmena y Millán, envió al domicilio del torero en Córdoba el siguiente telegrama: "Mi enhorabuena y un abrazo; felicite a Dolores. Hoy empieza el reinado de los maletas".  

  
Transcripción del telegrama de Carmena en el libro "Guerrita. Su retirada del toreo-Opinión de la prensa, telegramas y cartas" (Córdoba, Imprenta de El Diario, 1899)

Lejos quedaba el 8 de septiembre de 1876, cuando contando trece años de edad Guerrita debutó en Andújar (Jaén), integrado en la Cuadrilla Juvenil Cordobesa fundada por Francisco Rodríguez Caniqui, comienzos en los que llegó a anunciarse como El Airoso y Llaverito

Una foto de un Guerrita muy joven en sus primeros tiempos. Con las banderillas en la mano.
Su extraordinaria torería pronto le facilitó la contratación como banderillero en las cuadrillas de Manuel Díaz Lavi, Manuel Molina, Valentín Martín, Manuel Fuentes Bocanegra, Fernando Gómez el Gallo y Rafael Molina Lagartijo, su paisano y maestro, que finalmente le otorgó la alternativa
Lagartijo en 1886. Ya se había incorporado el Guerra a su cuadrilla tras pasar por la de Fernando el Gallo
Estos fueron los inicios profesionales de uno de los espadas más grandiosos de la historia, de un coloso que, por saber, hasta supo irse a tiempo, en pleno esplendor, ejerciendo de rey del toreo, sin que nada le quedara por demostrar ante los toros. Precisamente fue ese inmenso magisterio, del que con legítimo orgullo presumió toda su vida, lo que no le perdonó el público de su tiempo, el “respetable”, al que ayer como hoy parece cansar la regularidad en el triunfo de las auténticas figuras del toreo. Pocos años antes de su muerte, Guerrita fue entrevistado por don José María Carretero, revistero cordobés nacido en Montilla, para El Libro de los Toreros (Ediciones Caballero Audaz. Madrid, 1947), al que declaró:  
“... Como la gente creía que yo era el amo del toreo, resultaba que de todo lo que pasaba en las plazas me hacían responsable a mí... Yo pensé que el tomarla conmigo obedecía a que al público le cansa tener que aplaudir siempre al mismo artista... A la gente le gusta encumbrar un torero y poderlo hundir cuando quiera, apenas le llame la atención otra novedad. Pero conmigo no les valía... Desde que tomé la alternativa no hicieron más que ponerme toreros enfrente e imaginar competencias... Con Lagartijo, al que yo quería y respetaba como a un maestro; con Mazzantini, con el Espartero, con Reverte, con Fuentes, con el Algabeño, con Emilio Bomba... Pero tuve suerte y amor propio y me mantuve siempre en mi puesto”.
Rafael Guerra Guerrita, último rey del toreo del siglo XIX, actuó como espada de alternativa durante trece años, sumando 892 corridas, 22 de ellas como único espada, estoqueando 2.339 toros y sufriendo 15 percances de consideración. Pero su figura no ha sido comprendida por quienes la analizan superficialmente, recreándose en anécdotas y sentencias, sin entender lo que verdaderamente representó en el toreo de su época y en el de nuestro tiempo. 

La Tauromaquia redactada bajo su dirección técnica, publicada en 1896 por Leopoldo Vázquez, Luis Gandullo y Leopoldo López de Sáa, revela que si hubo un diestro que intuyó el toreo del siglo XX, con otro toro que habría de tener mayor fijeza y bravura, ese fue el Guerra, al que tampoco comprendieron cuando sentenció: “Después de mí, naide, y después de naide, Fuentes”. Bien sabía el cordobés que el trono que dejaba vacante no tenía sucesor. No se equivocó, porque nadie lo ocuparía hasta tres lustros después, cuando Joselito, abrazando los preceptos de su Tauromaquia, la pusiera en valor para toda la torería andante. 
La Tauromaquia de Guerrita
 
No entendieron la historia quienes atribuyen a Juan Belmonte la paternidad del toreo moderno, porque en la instauración y desarrollo de ese toreo resultaron determinantes Guerrita y Joselito, a quienes con escaso rigor analítico algunos otorgan en el reparto un guión de actores secundarios

Mienten quienes afirman que Rafael Guerra y Gallito fueron poco más que dos lidiadores de inmenso poder que esquivaban con magistral destreza las embestidas. Fueron el faro que iluminó la oscuridad para que un trianero genial pudiera acortar las distancias y manifestar un temple excepcional que cambiaría el rumbo del toreo hacia una lidia más sosegada, de superior rango artístico, donde el juego de los brazos dominaría las embestidas destronando el protagonismo de las piernas. Porque para que Juan Belmonte pudiera ceñir el toreo y pararse con los toros para interpretar la verónica tan magistralmente fue necesario que Guerrita cambiara los preceptos de la antigua verónica, donde el diestro citaba de frente y levantando los brazos despedía la embestida, enseñando que con el cite de costado el torero juega indistintamente ambos miembros y articula el lance. Entonces le llamaron ventajista, pero gracias a esa “ventaja” el pase de la verónica recibió tratamiento de alteza en las manos de Belmonte y otros extraordinarios intérpretes como Chicuelo, Curro Puya, Cagancho, Rafael de Paula, Finito de Córdoba, Morante de la Puebla...

Sin la colocación de perfil (y sin el desemparejamiento de brazos) que propuso Guerrita para el toreo de capote no se puede entender la verónica moderna (En la imagen, verónica en la Edad de Plata. Concretamente de Curro Puya)
Más la Tauromaquia del Guerra no termina en el primer tercio de la lidia, sino que contempla la ligazón de los pases en el toreo de muleta, al preceptuar  el diestro que el pase regular (natural) se instrumentará estirando el brazo hacia atrás, describiendo con los vuelos de la muleta un cuarto de círculo, y no se rematará necesariamente con el de pecho, sino que se repetirá tantas veces como sea posible. Y Gallito aplicó esta técnica en su modelo de faena, toreando al natural sin despedir al toro, en línea recta, dejándole colocada la muleta al final del pase para invitarlo a ir hacia atrás y repetir la suerte por los terrenos de adentro. Fueron los primeros capítulos de un toreo nuevo, carente aún del reposo y perfeccionamiento que alcanzaría después, pero de una dimensión histórica definitiva, porque se trataba de la técnica que iba a permitir el toreo actual

Ha nacido una nueva forma de torear al natural: frente al lance corto y sesgado, el toreo en redondo propone un natural largo y mandón (En la fotografía, Joselito el Gallo en Madrid)
Guerrita fue un espada colosal que, como Joselito, vivió por y para el toreo. Fue tan portentoso que algunos historiadores, por largo y dominador de todas las suertes, consideran al II Califa de Córdoba como el torero más completo de la historia. 

Pepe Alameda, en su indispensable obra “Historia verdadera de la evolución del toreo” (Bibliófilos Taurinos. México D.F. 1985), enseñó que, para comprender la historia del toreo, es necesario hablar de antes y después del Guerra, por tratarse de la figura que establece la frontera entre el toreo de Lagartijo y Frascuelo, que en Guerrita alcanza la más alta cota de perfección, y el preceptuado en su Tauromaquia, que interpretado solidariamente por Joselito y Belmonte, y recreado artísticamente por la maravillosa ligazón de los pases de Manuel Jiménez Chicuelo, implanta definitivamente la regularidad de Manuel Rodríguez Manolete con su valerosa forma de obligar a los toros, para que llegue hasta nuestros días.

La herencia de Guerrita llega a nuestros días a través de Joselito el Gallo, Chicuelo y Manolete (Fotografía de la historia a color)
He aquí la historia de un nuevo modo de torear, el sistema que liga los pases en redondo, que no puede explicarse sin la profunda huella de Córdoba y Sevilla, ciudades determinantes en el curso del toreo. O sin Sevilla y Córdoba, las dos bañadas por el Guadalquivir, al-wadi al-Kabir, “el río grande”, cuyas riberas tanto saben de toros.

Plano del río Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla... hasta el mar 

viernes, 29 de diciembre de 2017

Vamos a acordarnos de... Juan Talega

Por Jose Morente

Rancapino canta por soleares y se acuerda de Juan Talega
Anda el flamenco, siempre ha andado, entre tradición y vanguardia, viejo debate nunca resuelto en un arte que o es tradición o no es.

Por eso, porque el flamenco vive, tiene que vivir, de sus raíces, los flamencos cuando cantan, tocan o bailan se inspiran en sus ancestros, en aquellos otros profesionales o aficionados del cante, el toque o el baile que les puede servir de referencia. La frase es ya típica y tópica: ¡Vamos a acordarnos de ....! 

En el programa de la serie "Puro y Jondo" dedicado a Rancapino, Jesús Fernández Palacios le propone al de Chiclana el nombre de Juan Talega. La respuesta de Alonso no se hace esperar y aparte de mencionar la pureza de ese venerable patriarca del cante gitano, suelta una frase lapidaria:
"Todos los cantaores que existen en España, todos, a la hora de cantar por soleá, se tienen que acordar de Juan Talega".
Que es lo que hace Rancapino a la hora de cantar por soleares, acordarse del cantaor de Dos Hermanas, reliquia verdadera del cante gitano.

Los oímos...


lunes, 25 de diciembre de 2017

Villancicos flamencos (XXV) Polvorones y pestiños

Por Jose Morente


La Sallago en sus últimos años

Encarnación Marín "La Sallago
" nació en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 18 de enero de 1919. 

Se inició cantando por saetas pero tocó todos los palos. El flamenco que se cantaba -aunque no profesionalmente- en su familia (una familia dedicada a la pesca)  le sirvió para resolver una precaria situación económica. 

En Jerez con el mecenazgo de los Domecq arrancó su carrera que consolidó en Madrid y que estuvo ligada a los espectáculos folclóricos de los años cincuenta y sesenta.. Uno de sus tocaores habituales fue Isidro Sanlúcar, padre de Manolo Sanlúcar, quien le acompaña en estos deliciosos villancicos gitanos.

La Sallago, que también hizo pinitos como bailaora, falleció en Sanlúcar, el 16 de enero de 2015, a punto de cumplir 96 años de edad.




Villancico gitano (1956-RCA)
Canta: La Sallago
Guitarra: Isidro Sanlúcar

Pastora de Mariquilla
que llega la Nochebuena
que hay que poner a las penillas
ramito de yerbabuena

Ole, ole tiene por ojo dos soles
Ole, ole que tus ojitos alumbran igual que faroles

La noche se puso verde 
tan verde como laurel
y una ovejita se pierde
buscando al niño Manuel

Ole, ole, tiene por ojo dos soles
Ole, ole, tus ojitos alumbran igual que faroles

Polvorones y pestiños
llevarle por Dios llevarle
que esta noche nace el niño (bis)

Toitos le llevan al niño
que yo no tengo naita que llevar
no tengo na que llevar
yo le daré mi cariño
tan grande como el Portal

Ay, Virgen María
Ay, San José
escucha los cantes del niño Manuel (bis)




domingo, 17 de diciembre de 2017

Villancicos flamencos (XXIV) El Pinto otra vez

Por Jose Morente

Pastora y el Pinto

Un cantaor exquisito tapado tras el fulgor tremendo de la incomparable Niña. Un aficionado cabal enamorado de los cantes de Pastora y de Tomás, de su Tomás del alma. Un cantaor de enorme capacidad y de una solvencia cantaoras pocas veces elogiada como se merece y como pocas veces se ve. 

El Pinto ha sido mucho Pinto aunque, a veces, la popularidad, tapa las cosas más importantes. Entre otras, el derroche de buen gusto cantando.

Volver a recuperar este año otro villancico de Pepe Pinto, es un verdadero lujo y una magnífica manera de ir entrando en esta navidades fiestas. Disfrutémoslo como merece.



Una borreguita blanca
a la cuna se ha acercado (bis)
y con su hociquito negro
al niño Dios ha despertado

Y San José la acaricia
mientras el niño la contempla
y alegre la borreguita
junto a la cuna se sienta

Por la pierna del chiquillo
se va subiendo una hormiga
y alegre la borreguita 
la espanta con una espiga

Una palomita blanca
ya a la una se ha acercado
y con su pico de oro
sus manitas les ha besado (bis)

Todos les traen al niño
y yo ya no tengo que llevarle
le llevaré con cariño
lo mejor de mis cantares

Le cantaré con cariño
le cantaré a su madre
le cantaré toda la noche
hasta que la voz me falte

En el portal de Belén
un fuego han encendido
entre toditos los pastores
porque el niño tiene mucho frío

Todos les cantan y le bailan
y al compás de los panderos
y un ángel del cielo baja 
para coronar a este nuevo lucero


miércoles, 29 de noviembre de 2017

Cuaderno de notas (CXXX) Ronda

Por Aquilino Duque


Cráter de luna donde todo es luna,
era donde el trabajo es fiesta y rito,
rueda de la fortuna
petrificada contra el infinito,
esfera de reloj, cero absoluto,
que resume lo eterno en un minuto. 

Todo empezó a dar vueltas una tarde:
velador en lo oscuro, negra nube,
la pantera enjaulada del Botánico,
la columna que sube
al cielo soledad y el pánico
del caballo asombrado en el alarde
agrícola y marcial de la Maestranza. 

Trilla en que la pezuña, el casco, el viento,
el juego de la caña y de la lanza,
el lance alado y el pitón cruento
separaban el oro de la granza.
Era de oro, círculo amarillo.
Arena en que quedaba soterrado
el jurarnento de oro de un caudillo
por un señor perjuro desterrado. 

Oro que luego de Ultramar trajeron
dríadas de la Sierra de las Nieves
que en mástiles pinsapos convirtieron
para llevar hasta las tierras de oro
de Ultramar y en los términos más breves
el caballo, el aceite, el vino, el toro
y traer de lastre un mítico tesoro
para acuñarlo. en el troquel del ruedo.

Quien pisa ese oro no conoce el miedo:
ostensorio del sol, crisol de luna,
ojo de arena, pétrea corona,
pozo de sombra y luz, tambor del cielo,
fondo agostado de laguna
que atraviesa la tarde, de amazona,
terciado el marsellés de terciopelo. 

Lo que fue luna helada es sol ardiente,
y ante la media luna de una frente,
caliente el corazón y el pulso frío,
envuelto en luces, un valiente
la media luna encela
desplegando un cartel de desafío
de seda, de percal y de franela.

La peonía y el romero,
la orquídea, la romúlea, el tovisco,
el jaguarzo morisco
y el verbasco,
los diamantes que levanta el casco
del caballo en que viene caballero
con su luna a la grupa el bandolero.
Si esta luna va al sol, otra en la sombra
toma asiento del brazo de un maestrante.
Todos conocen pero nadie nombra
al pregonero que entra con su amante
y en torno al redondel giran, despacio,
la luna del algar, la del palacio. 

Se abre el portón de las cuadrillas,
tímpano roto y pétreas barreras.
Bajo el escudo y el balcón de herraje
se paran carruaje y carruaje:
faetones, calesas, jardineras
desbordantes de peinas y mantillas.
Se desdobla un estribo, crujen muelles,
en una rueda se enganchó una falda,
y en lo alto, en su palco rojigualda,
saludan los retratos de los reyes. 

Chupa de paño azul y vueltas rojas,
áureos galones y botonaduras,
los jinetes deshojan y monturas
un trébol inicial de cuatro hojas
en cuadrillas, parejas, carruseles,
la geometría de la contradanza,
aspas, elipses, ruedas y luneles ...

Así se adiestra contra los infieles
y los herejes la Real Maestranza.
Porfía del caballo y el olivo:
la paz, la guerra y una sola fiesta.
Cintas, coronas, ramos, alcancías,
el sombrero que baja hasta el estribo,
la banderilla que tremola enhiesta
y una paloma en las balconerías.

Lo perfecto en el mundo es lo redondo,
y es vertical lo grande, lo imponente.
Ronda, que tiende sobre lo más hondo
del tajo la osadía de su puente,
alzó frente al vacío y su amenaza
la perfección redonda de su plaza. 

¿Quién aprendió de quién? ¿La arquitectura
a imagen nació en Ronda del toreo?
¿O fue el toreo el que en la mesura
y en la severidad del coliseo
su genio desubriendo y su figura,
en arte mucho y en esfuerzo poco,
dio un quiebro grácil a la línea pura,
clásica gravedad a lo barroco?

El horror al vacío
y el horror a la informe muchedumbre
dieron a Ronda estilo y señorío,
y su centro de arena, cumbre a cumbre,
en círculos calizos, onda a onda,
sierra a sierra, se abrió en la lontananza,
ganando altura y gravedad, redonda
y rotunda y profunda la Maestranza,
plaza, corona y corazón de Ronda.

DUQUE, Aquilino. "Oda a la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Ronda" (Sevilla, 1995, Revista de Estudios Taurinos nº 2, págs.127-132) 


lunes, 20 de noviembre de 2017

Cuaderno de notas (CXXIX) No toreeis jamás como Belmonte

Por Felipe Sassone
Juan Belmonte según Sebastián Miranda (publicado en Toros y toreros en 1916)
"Los intelectuales del arte, en general, los literatos que no sabían mucho de toros, los maestros de estética, Valle-Inclán y Pérez de Ayala, saludaban alborozados al prodigio de Triana. Precisamente porque no sabían de toros ni eran esclavos de un tecnicismo y de una escuela, les gustaba más aquello que se parecía menos al toreo. Y lo elogiaban sin hablar de toros; hablando de pintura, de literatura, hasta de teología. Hablaban de la transfiguración, y Valle-Inclán sacó a relucir el quietismo estético y espiritual de Miguel de Molinos. Los revisteros de toros a secas, que se pirraban por parecer literatos, seguían las huellas de los maestros que no sabían de toros, y descoyuntaban su prosa disparatándola de hipérboles. 

Joselito no tenía, en cambio, más panegíricos que los kikirikíes y los ¡ei carballeira! del gallego Pérez Lugín, que santa gloria haya y en eterna ociosidad permanezca para descanso suyo y de las letras castellanas. El público, todo hay que decirlo, se iba también con Belmonte. Claro, porque Belmonte era el débil y José el poderoso; Belmonte, víctima, torero que se entregaba, los hería en la cuerda sensible; cuando aplaudían a Juan tenían la sensación de conceder un premio al mérito; cuando aplaudían a José sufrían la humillación de pagar un tributo que se les arrebataba.

José era el conquistador; pero Belmonte era el héroe, y a nuestro público español, derrotista por temperamento, le molestaba la facilidad del vencedor seguro, y prefería las piernas de trapo de Belmonte a las piernas de acero de Gallito.

¿Y yo? ¿Qué pensaba yo, que sentía? Yo sabía torear; yo había aprendido a torear de una manera, y admiraba a Belmonte sin comprenderlo. ¿Me gustaba? Sí; me gustaba verlo torear; pero no aprobaba su toreo. Me gustaba lo imposible, y me asombraba y me divertía ver que pudiera hacer lo que yo pensaba que no se podía hacer. ¡Y no me convencía!

Yo tenía un espíritu de discípulo, y Joselito era el único profesor. Si yo hubiera tenido hijos con vocación de toreros, les dijera, mirad a Belmonte, admirad a Belmonte; pero no toreeis jamás como Belmonte."

SASSONE, Felipe. "Casta de toreros" (1ª ed., Madrid, Editorial Pueyo, 1934, págs. 77-78)

viernes, 17 de noviembre de 2017

De Valdepeñas a Linares

Por Antonio Luís Aguilera

Pepín en el Sanatorio de Toreros convalece de la cogida de Valdepeñas (8 de agosto de 1947). Su cara lo dice todo.

Faltando veinte días para la cita de Linares, Manolete vio la muerte en Valdepeñas. Fue una tarde extraña, de calor sofocante que encendía el griterío de los tendidos, en un ruedo seco que levantaba nubes de arena ante las inciertas embestidas del encierro de Concha y Sierra. Se observaba preocupación en los toreros por el feo estilo de la corrida. Curro Caro despachó su lote con oficio. 

Curro Caro en Valdepeñas el 8 de agosto del 47

Manuel Rodríguez había cortado las orejas y el rabo del segundo, trofeos que rechazó ante las protestas del respetable; en el quinto se dividieron las opiniones, algo habitual en un público cada vez más en contra. 


Manolete en el segundo de la tarde.

Pepín Martín Vázquez
escuchó palmas en el tercero y buscaba tocar pelo en el sexto, al que saludó con hermosas verónicas e hizo un bonito quite por chicuelinas, que silenció las protestas que denunciaban cojera de la pata izquierda. 

En el callejón, sin soltar el capote, Manolete fumaba un cigarrillo atento al planteamiento de faena de Pepín, que inició el trasteo con unos estatuarios que fueron ovacionados. Con la muleta en la izquierda el toro protestó al tomar el primer natural, repuso y, sin atender el toque, volteó al torero corneándole con saña en la pierna izquierda hasta que el diestro cordobés acudió e hizo el quite. El silencio se apoderó de la plaza ante la visible hemorragia, el nerviosismo del trance, y los rostros desencajados de los compañeros asistiendo al herido para conducirlo a la enfermería. En otro lado del palenque, Manuel Rodríguez fijaba con el capote la atención del toro, observando el pitón ensangrentado y esa mirada fiera, cargada de muerte, que solo saben ver los toreros. 



La cogida de Valdepeñas en 3 imágenes. El toro de Concha y Sierra, mete el pitón mientras Pepín instrumenta un natural. El diestro sevillano caído en el ruedo. Mientras se levanta intentando tapar con la mano la hemorragia, Manolete le hace el quite.

En el interior del cuarto del hule, las expertas manos del doctor Izarra lograron detener la hemorragia en una operación de urgencia vital, pero la gravedad de las lesiones exigía el traslado del herido a un centro hospitalario adecuado, para llevar a cabo una delicada intervención de reconstrucción vascular. No había tiempo que perder. Madrid quedaba a más de doscientos kilómetros y la zozobra comenzaba a adueñarse de los hombres del toro. Manolete ofreció su Buick azul para llevar al compañero al Sanatorio de Toreros, donde avisado aguardaba el doctor Jiménez Guinea, y ocupando el asiento del volante abandonó velozmente la ciudad manchega. Tras el penoso e incierto trayecto, la eficaz intervención del célebre cirujano devolvía a los toreros la esperanza y la sonrisa al filo del nuevo día. Pepín había salvado la vida. 

Manolete con su Buick. Camará observa.

Antes de partir de Madrid para cumplir los contratos del agosto más duro de su carrera, Manolete acudió al Sanatorio para animar a Pepín y despedirse. Ninguno podía imaginar que el adiós sería para siempre. Años después, el fino torero de Sevilla manifestó que nunca pudo olvidar el gesto de su compañero, confesando que el beso que le dio Manuel al despedirse era el recuerdo más hermoso que guardaba de su paso por el toreo: “De Manolete me pasaría la vida entera diciendo cosas. Lo recuerdo constantemente. Fue un hombre inmenso y un torero como no he conocido otro. Ahora pienso que yo tuve mucha suerte en Valdepeñas y él muy poca en Linares. O al revés, porque los hombres no seremos nunca capaces de entender los designios de Dios”. 

En Valdepeñas antes del paseillo, Pepín sonríe. A la derecha se adivina el perfil de Manolete. Luego tras la cogida, el cordobés iría a visitar al diestro de la Resolana al Sanatorio de Toreros
Para el cordobés continuaba el viacrucis en que le habían convertido 1947 desde el regreso de México. Con pena observaba cómo el público que antes le aclamaba entusiasmado ahora le insultaba y le enseñaba las entradas. Había dado fruto la campaña de un influyente sector de la crítica, clanes taurinos y diestros incapaces de aguantarle el pulso en la plaza: la alianza que buscaba destronarlo acusándole de ser el culpable de lo peor del toreo. 

Manolete en el callejón de la plaza de Gijón. La campaña del norte tuvo una dureza inusitada.

Manolete anhelaba acabar la temporada, colgar el traje de luces y casarse con Antoñita, la mujer que amaba, cuyo enlace estaba señalado el 18 de octubre en Barcelona, como reveló más tarde quien fue su confidente, el periodista don Antonio Bellón. Pensaba que había llegado la hora de disfrutar de su fortuna antes de que pudiera arrebatársela un toro, pero su estricto sentido del deber le imponía cumplir los compromisos y entregarse en cada plaza. Eso fue lo que hizo con los puntos sin cicatrizar de la cornada sufrida el 16 de julio en Madrid, su última tarde en Las Ventas, corrida de Beneficencia que toreó cediendo sus honorarios para los necesitados. 

Un respiro. Los días de Fuentelencina con Antoñita Broncalo.

Agosto barruntaba tormenta. Se desencadenó en Linares como pudo haber sido en cualquier lugar. Un relámpago rasgó la tarde y el estruendo del trueno enmudeció al orbe taurino. 



La cogida en dos fotografías tomadas por un aficionado desde el tendido y que fueron publicadas en el número extraordinario que El Ruedo publicó tras la cogida.
Lo que vino después resulta conocido. O no tanto, porque ante el horror de su muerte afloraron sentimientos de culpa y medias verdades que forjaron una historia con aires de leyenda, narrada con los tonos hipócritas de aquella España en blanco y negro. Se obviaba el drama de un hombre joven, que hubo de sufrir el desprecio de los suyos por la mujer que amaba, con la que convivía desde 1943, porque su madre y entorno no la consideraban digna de ser su esposa. Tras la crucifixión faltaba la lanzada, ejecutada en el hospital de Linares por los que presumían de amigos, al negar a Antoñita el paso a la habitación de Manolo hasta que en ella moraba un cadáver. 

Su novia solo pudo entrar a verlo después de muerto. No la dejaron pasar mientras moría.

Terminaba el acoso y derribo del rey de los toreros. Nacía el mito. Fue en la corrida número veintiuno de su temporada española, el mismo que llevaba marcado a fuego Islero, el toro que lo mató, cuyo certero derrote silenció tanta culpa inconfesable.

Remate. La elegancia torera de un gran torero. En Gijón con la capa.

sábado, 4 de noviembre de 2017

La faena más grande de la historia. Chicuelo con Corchaíto

Por Jose Morente


Chicuelo en la habitación de su hotel preparado para salir a torear en la plaza de Madrid, probablemente el día de la faena a Corchaíto. Al fondo a la derecha, su tío Zocato. "A mí, el público de Madrid todavía no me han visto torear como yo quiero que me vean". Ese mismo día le vieron  (Fotografía publicada en la revista Estampa a finales de mayo de 1928)

Una plaza muda

Hubo un momento en que la plaza de Madrid se quedó en un silencio total y Chicuelo pensó que su faena no le estaba gustando al público. Una verdadera lástima porque el torero estaba disfrutando de verdad con la embestida de Corchaíto un toro muy noble de Graciliano Pérez Tabernero.



Un toro muy curioso pues había salido abanto y algo mansurrón pero a la muleta llegó bravo y noble. Quizás ese punto de mansedumbre -pensaba el torero para su caletre- era el motivo por el que se estaba dejando torear tan bien. Ese abrirse en el engaño y salirse tras los vuelos, es lo que permitía al diestro relajarse en el embroque y olvidarse de la técnica. Torear, sólo torear y por el mero placer de torear.

La lidia de Corchaíto había comenzado muy bien. Era su primer toro y tercero de la corrida del día 24 de mayo de 1928. Chicuelo había dado la alternativa a Barrera y la costumbre, hoy corregida, le imponía torear ese toro y el cuarto. Los dos primeros -el de la alternativa y el de Cagancho- habían sido bravos en los caballos, los dos diestros habían estado muy bien y el público estaba disfrutando de lo lindo cuando salió a la arena ese tercer toro que pasaría a la historia, algo que entonces nadie hubiera imaginado.

Ya en el capote, alternando en quites, Chicuelo había estado sensacional con Corchaíto. Sus cuatro chicuelinas habían puesto la plaza boca arriba. Por eso, cuando el torero de la Alameda cogió los trastos y se fue a los tercios del tendido 2 con la muleta en la izquierda, la plaza estaba a revienta calderas. Y eso que todavía no había llegado lo que iba a llegar.



A Chicuelo siempre le había gustado tantear a los toros con la izquierda. Lo de tantear por naturales se lo habían reprochado algunos aficionados amigos (¡No arriesgues tanto!) pero a Chicuelo le importaba bien poco (¡Con lo que a mí me gusta torear con la izquierda!). Por eso se fue a buscar a Corchaíto con la muleta en la izquierda, con la espada en la derecha y con el corazón en el centro, para ligar cuatro naturales gloriosos, inmensos e indescriptibles que pusieron al rojo vivo la plaza de Madrid.




Mientras daba esos cuatro naturales, Chicuelo recordaba que esa forma de ligar se la había visto, el primero de todos, al pobre José, a Joselito. Con los toros buenos, Joselito les dejaba, en el remate, la muleta muerta en la cara y si el toro volvía por su camino, lo enganchaba sin tocarle, sin brusquedades, tirando de la franela, tendiendo la suerte y engarzando naturales. Uno tras otro. Eso le había visto Chicuelo a Gallito. Engarzar naturales, tantos como le dejaran los toros. Que, esa es la verdad, solían ser pocos los que se lo permitían porque en la época de José, en la Edad de Oro, todavía muy pocos toros respondían a ese toreo en redondo que luego sería la base de la faena de muleta. Belmonte se había metido de lleno en el terreno del toro pero Juan ligaba el natural con el pase de pecho al estilo de la vieja escuela, del toreo antiguo. Joselito fue quien adivinó el futuro.

Y allí estaba Chicuelo, en la plaza de Madrid, frente a Corchaíto. Un Chicuelo que se había casado hacía poco con Dora la Cordobesita, obligado a arrimarse para mantener con decoro a esa familia que estaba empezando a formar, y acordándose de esa manera de ligar los muletazos que tenía Gallito, delante de un toro bravo y noble, muy noble, que le estaba poniendo en bandeja el triunfo y la posibilidad de hacer algo grande, muy grande, en el toreo.



No iba a ser esa la primera faena importante de su carrera. Había habido otras antes en varias plazas de España y México pero no en Madrid. Y en aquellos tiempos, no era lo mismo hacer una gran faena en Madrid que en cualquier otra plaza del mundo.

Como México, país del que también se acordaba Chicuelo mientras citaba a Corchaíto pues el toro mexicano más toreable, más boyante, más noble, de mejor son y mejor embestida, hacía posible ese cante grande que rara vez permitía el toro español. Por eso, porque este tipo de toro escaseaba en España es por lo que Joselito el Gallo, cuando le salía un toro de buen estilo en cualquier plaza, siempre pensaba lo mismo "¡Ojalá me toque uno como este en Madrid un día sin viento!".

Un toro de esos, de los de buen estilo, era Corchaíto y ese toro le había salido a Chicuelo en Madrid. Premio gordo de la lotería para el diestro de la Alameda y premio gordo, sobre todo, para los afortunados espectadores que estaban ese día en la plaza presenciando la faena más grande de la historia del toreo. La más grande no sólo por la indiscutible calidad del excepcional trasteo, pues ya antes hubo -y las habría después- otras faenas excepcionales de otros diestros, sino por su importancia capital en la evolución de la fiesta. La faena a Corchaíto marcó un rumbo y un ejemplo. Un antes y un después. Después de esa faena los públicos ya sólo querrían que se torease así. Pero eso no se entendería hasta muchos años más tarde cuando el paso del tiempo permitiese calibrar cabalmente el alcance de lo sucedido ese día.

Mientras tanto en la plaza Chicuelo, después de esa primera tanda y el remate de pecho había engarzado dos naturales más. Y luego otro más. Borrachera del toreo al natural. La plaza era un verdadero manicomio.



A ese inicio colosal e inmenso, siguieron pases por alto, pases con la derecha y la izquierda, pases de todas las clases, pases de la firma, molinetes, afarolados, de pecho, de costado, de espalda. Toda la gama del toreo del mejor estilo. Una faena preciosa que no preciosista como, con muy mala uva, dijo al día siguiente Gregorio Corrochano, a quien se le había subido a la cabeza la importancia y relevancia que se le daba a su opinión. Un crítico influyente, buen aficionado pues se fijaba en el toro, pero malo por dogmático y teorizante, por no entender el toreo. Hacedor y deshacedor de reputaciones, más preocupado por construir frases impactantes, que por seguir el hilo de la fiesta. 



Un hilo que se le escapó ese día. Lo de Corrochano, su incapacidad para valorar la faena de Chicuelo, la más grande de la historia, causó la indignación de los buenos aficionados madrileños. Tanto enfado provocó que el crítico de ABC tuvo que rectificar astuta y ladinamente a los pocos días. 

Corrochano fue el único que no se enteró de lo que estaba pasando en el ruedo. Los espectadores, mientras tanto y mientras toreaba Chicuelo, habían enloquecido y enmudecido. Fue cuando Chicuelo, ante ese silencio, pensó que algo no iba bien. Pensó que su faena no estaba gustando al público...



La apoteosis

Chicuelo entonces no lo sabía pero la plaza había callado en silencio sepulcral, no por disgusto sino porque la emoción del buen toreo había puesto un nudo en los corazones. Nadie, roncas las gargantas, podía ya gritar un olé. Y entonces ocurrió lo insólito, lo inexplicable. Todos los espectadores silenciosamente agitaban sus pañuelos al viento y pedían la oreja. La plaza entera muda pedía los trofeos antes de entrar a matar el torero. 

En esas, Chicuelo entró a volapié y pinchó, Enseguida, tres naturales más, tres últimos y tremendos naturales de tinieblas, los mejores según muchos de los que lo vieron pues el toro sin fuerzas ya no iba y había que tirar de él. Luego otro pinchazo y media estocada que, esta sí, tiró al toro sin puntilla.



Ahí fue cuando el torero, nuestro torero, levantó la vista y vio el tendido poblado de pañuelos. Ahí fue cuando comprendió que la faena, con la que él tanto había disfrutado, había emocionado tanto a tantos. Emocionado él también y quizás algo sorprendido le comentó al Rerre su alegría porque, pese a los pinchazos, le estaban pidiendo la oreja.

La respuesta fue tajante: "¡No, Manuel, te están pidiendo la segunda! ¡La primera ya te la han dado mientras toreabas! ¡Acabas de cambiar el toreo! ¡Has hecho historia!".

Lo dicho, la faena más grande de la historia. 


Chicuelo tras cortar las dos orejas a Corchaíto dando la vuelta al ruedo en la plaza de Madrid seguido por uno de sus peones (probablemente se trata de Antonio Romero, el padre de Romerito, peón de Curro Romero)
Nota de LRI de agradecimiento. Los comentarios y pensamientos de Chicuelo sobre su faena al toro Corchaíto nos llegan a través de su hijo Rafael (quien evocó en el Ateneo de Sevilla el pasado viernes 27 lo que su padre le contó un día en su casa de la Alameda sobre esa inolvidable jornada) y de su nieto Manolo.


domingo, 29 de octubre de 2017

Chicuelo. Las otras facetas de su toreo

Por Jose Morente

Remate de Chicuelo. En el lance que recoge esta vieja fotografía está resumida toda una forma genial y maravillosa de entender el toreo.
Como anunciamos en este blog hace unos días, este fin de semana en jornada doble, un grupo de aficionados llegados de diversos puntos de España, hemos recordado y homenajeado en Sevilla y junto a sus familiares, a uno de los más grandes toreros de la historia: Manuel Jiménez Moreno "Chicuelo" (1902-1967)Un grandioso torero desdibujado y, en cierto modo, ninguneado por la crítica oficial.

Y es cierto, lo que nos han contado de Chicuelo, con tener su parte de verdad, es tan parcial, está tan distorsionado y manipulado, que, al final, ocurre -salvando las distancias- algo parecido a lo que ocurre con el relato que hoy hacen los independentistas catalanes de la situación política en España: Que lo que ellos cuentan tiene el mismo parecido con la realidad que un huevo a una castaña.

Igual sucede con Chicuelo. Lo que nos han contado de su concepto, de sus maneras, de su forma de torear y de su papel en la historia tiene muy poco que ver con la realidad de su figura y con la importancia de su toreo.

Chicuelo es, en efecto, ese torero de arte, con ángel, gracia y chispa, dotado de unas muñecas prodigiosas, capaz con un sólo quite de enderezar el balance de una mala tarde. El primer y mejor referente de lo que se ha llamado -creo que de modo erróneo pues más valdría hablar de estilo- la escuela sevillana del toreo.

Resulta evidente que lo primero que salta a la vista con cualquier imagen de Chicuelo es su impresionante y personalísima, aunque nada grandilocuente, estética. Es cierto. Pero no es menos cierto que detrás de esa estética hay muchas otras cosas. Muchísimas.
Pero Chicuelo además de ser artista de gracia y chispa, con ser eso mucho, fue un torero técnico, capaz y solvente. Y es que Chicuelo se formó en una época de infinita dureza, una época de toros mucho más broncos y más mansos que el toro de nuestros días y donde, por tanto, el oficio se convertía en requisito indispensable y necesario para torear. En la edad de oro y en la de plata, sin saber torear, sin conocer y dominar los resortes técnicos del toreo no se podía ser torero, no se podía sobrevivir en esa durísima profesión. Chicuelo, por tanto, tuvo que aprender el oficio y el caso es que lo conocía y muy bien. Fue un verdadero maestro, lo que hoy no se dice.

Sin perder la línea grácil y estética de su toreo, Chicuelo domina al toro macheteando con la mano izquierda, una suerte difícil y hoy en desuso
Lo mismo que decimos nosotros lo decía en 1930 un imparcial revistero del Imparcial. Chicuelo además de artista era un maestro

Sus todavía escasas películas, ahora recuperadas y descubiertas, acreditan lo que decimos. Es cierto que, penalizado por su escasa estatura, podía fallar, algunas tardes, en la suerte suprema. Pero, con el capote y la muleta, no se le veía nunca o casi nunca aperreado. Al contrario, en esas viejas películas, con toros muy mansos y muy probones, en síntesis muy difíciles, descubrimos a un sorprendente Chicuelo que transmite sensación de seguridad y compostura sin perder nunca los papeles.

El toro, un toro de los de antes, con sentido y a la defensiva, levanta la cara, "alarga la gaita" que dirían los antiguos, dificultando en grado sumo la ejecución de la estocada.
Pero hay más mucho más. Ahí está su amplísimo repertorio, tanto con la capa como con la franela. Un repertorio extenso, sorprendente y deslumbrante. Torero de cuerda gallista, Chicuelo heredó de Joselito el Gallo (al que admiraba profundamente hasta el punto que solía decir que "no había habido nunca un torero como Joselito... y nunca lo habrá") esa variedad capotera y muletera tan propia del de Gelves, pero el caso es su enciclopédico conocimiento de las suertes ha quedado eclipsado detrás de su más fecunda y difundida aportación con el capote: la chicuelina

No sólo chicuelinas, aquí vemos a Chicuelo rematando un quite a un toro de Miura ¿una larga cordobesa con la mano izquierda?
Pero con ser importante todo lo que hemos comentado (la gracia, el oficio y el repertorio) no es, ni con mucho, lo más importante de Chicuelo. En mi opinión, su verdadera genial aportación, aquella que le permite pasar con letras de oro a la historia del toreo -como nos enseñó Pepe Alameda- es su papel de arquitecto del moderno toreo en redondo por naturales

Recogiendo la también genial intuición de Gallito y sirviendo a su vez de modelo y referente esencial para Manolete, Chicuelo va a definir en su toreo de muleta con la izquierda, el moderno toreo en redondo. Su faena a Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero quedará, si no como la más grande de la historia (tal y como proclamó en día Federico M. Alcázar), si como la faena de vanguardia iniciática y emblemática de una nueva era.

Uno de los naturales de Chicuelo a Corchaíto...uno de muchos (Fotografia publicada en La Nación)
La vieja aspiración no lograda, hasta entonces, de los mejores toreros decimonónicos (una lista que quizás empiece en Costillares y sigue con Lagartijo, El Gordito y Guerrita) del toreo en redondo culmina y se consuma gracias a la terna mágica formada por Joselito el Gallo, Chicuelo y Manolete. 


Esa es la línea más pura y más clásica del toreo. El torero, eje vertical, situado en el centro de la faena con el toro girando a su derredor como los planetas giran alrededor del sol. De ahí viene y ahí está casi todo, por no decir todo, el toreo moderno

Y en esa línea o cuerda del toreo en redondo, el nombre de Chicuelo destaca y brilla de forma muy, pero que muy especial. No deberíamos olvidarlo nunca.


El natural de Chicuelo. Un mismo concepto y un mismo estilo a lo largo de los años. De la Huerta del Lavadero a la plaza México. Del sueño del becerrista a la feliz culminación del torerísimo anhelo de un grandísimo torero.


Nota: Casi todas las fotografías de esta entrada están obtenidas de la página web Chicuelo dinastíaUna web de obligada visita.