domingo, 15 de marzo de 2020

El picador Sevilla y el coronavirus del siglo XIX

Por Jose Morente


Retrato del picador Sevilla (Detalle de una lámina de La Lidia)

A principios del siglo XIX todavía los picadores mantenían un papel preponderante en la fiesta de los toros. Faltaba poco para que las cosas cambiasen y los primeros espadas cogiesen el relevo en el beneplácito del público pero todavía seguían anunciándose por delante en los carteles y se les respetaba el privilegio (que hoy mantienen) de llevar chaquetillas con golpes dorados.

Un ejemplo de esa importancia lo tenemos en esta curiosa anécdota del picador Francisco Sevilla que nos contaba Teófilo Gautier en una de sus cartas publicada en junio de 1842:
"Una señora española, huyendo de Madrid en ocasión en que el cólera hacía estragos, fué a Barcelona en la diligencia en que se encontraba Sevilla, que iba a la misma ciudad para una corrida anunciada con mucha anticipación. Durante el camino, la cortesía, la galantería, las atenciones de Sevilla no se desmintieron un solo instante. A las puertas de Barcelona, la Junta de Sanidad, necia como todas, anunció a los viajeros que tendrían que hacer una cuarentena de diez días, excepto Sevilla; su presencia era demasiado deseada para que las leyes sanitarias le fuesen aplicables; pero el generoso picador desechó enérgicamente aquella excepción, tan ventajosa para él,
-Si la señora y mis compañeros no son admitidos a libre plática -dijo resueltamente-, no picaré.
Entre el temor del contagio y el de perder una buena corrida, no había duda. La Junta cedió; hizo bien, porque si se hubiese obstinado, el pueblo hubiera quemado el lazareto con el personal dentro".
Plano del Lazareto de Barcelona. Ahí es donde iban a quedar recluidos los compañeros de viaje del picador Sevilla.

De la Carmen de Merimée y del picador Sevilla ya hablamos en su día en este blog pero la anécdota que ahora rescatamos se nos quedó en el tintero. Hoy, cuando una epidemia de coronavirus (el Covid-19) asola y vacía nuestras ciudades no está de más recordar esa epidemia de cólera (el coronavirus del siglo XIX) que asoló las ciudades españolas a lo largo y ancho del XIX.

La epidemia de cólera a la que se refiere el autor de Carmen fue el primer brote de esa enfermedad que hubo en España. El cólera surgió en la India en 1817 y, a España, la enfermedad llegó a principios de 1833 a través del puerto de Vigo. Ese primer brote (hubo cuatro más a lo largo del siglo y fallecieron en total unas 800.000 personas) duró en total un año, cinco meses y veintidós días, afectando a casi 300.000 personas, un tres por ciento de la población. La epidemia se propagaba debido a los viajeros, concretamente los pasajeros de los barcos. 

Las sucesivas pandemias que sufrió el país en el siglo XIX provocaron una grave recesión económica, así como una oportunidad de cambio profundo en la sanidad e higiene en España. La cosa no estuvo exenta de polémicas por las formas de combatir la enfermedad. Algunas de las medidas se fundamentaban en la creación de cordones sanitarios, las cuarentenas en los lazaretos, el aislamiento sectorizado de la población, la habilitación de hospitales. Se mejoraron las condiciones higiénicas de algunas ciudades pobladas, limpiando con más frecuencia las calles. En esta época del siglo XIX se consideraba a la enfermedad del cólera como una enfermedad epidémica, en absoluto contagiosa, y por lo tanto se pensaba que el mejor proceder era poseer una buena higiene para no adquirirla. Cabe mencionar que el terror causado en la población, debido a las muertes ocasionadas, fue motivo de revueltas populares e inestabilidad social.

El casco antiguo de Barcelona. Un casco sobredensificado por la revolución industrial. Insalubridad, hacinamiento y alta mortalidad.
Salvo lo último, algo como vemos muy parecido a lo que está ocurriendo en nuestros días. Por desgracia. 

El efecto sobre la economía se sintió en décadas posteriores. Y es que, tras cada brote, los campos se abandonaban e iban seguidos de periodos de carestía que afectaban a grandes grupos de población. Un gran porcentaje de la población se desplazó, y dejó sus negocios abandonados y las ciudades despobladas. Eso si, la solución a las epidemias vino tanto de la higiene personal como de las reformas urbanísticas. El XIX es el siglo de las grandes vías, apertura de nuevos viales para conseguir que la luz, el aire y el sol entrasen en nuestras viejas ciudades medievales.

La Gran Vía de Granada. La solución urbanística del siglo XIX para "higienizar" nuestras viejas ciudades.