martes, 19 de agosto de 2014

Un cierto desencanto

Por Jose Morente

1917-03-20 (p. TyT) Natural de Belmonte - copia

Juan Belmonte en un natural a un toro de Saltillo en Barcelona, el día de San José de 1917. Eran, evidentemente, otros tiempos

 

El toreo anda dividido

Cada vez admiro más la capacidad de las figuras de tiempos pretéritos capaces de triunfar una tarde con murubes o ibarras y la siguientes con Pablo Romeros o Miuras.

Y es que cambiar el chip, de un día a otro, no resulta nada fácil pues pasar de las embestidas bravas y nobles de las ganaderías punteras a las reservonas del toro que sabe que se deja algo detrás es muy, pero que muy complicado.

Hoy el toreo anda dividido entre el toro y las corridas que torean las figuras y el toro y las corridas que torean los diestros especialistas en esas corridas duras. Entre medias, queda una especie de limbo taurino formado por los festejos que no entrarían ni en una ni en otra categoría. Una especie de purgatorio de toros y toreros que aspiran a la gloria y sueñan alcanzar las alturas del escalafón.

En esa especialización, que supone enfrentarse tarde tras otra a los galafates de Miura, Dolores Aguirre, José Escolar o Adolfo Martín, el toreo, el buen toreo se resiente y los diestros encasillados a la fuerza en esas corridas duras van, cada vez más, perdiendo el tino, la finura y la vista.

 

El Cid no acaba de encontrarse

Eso es lo que le ocurrió al Cid ayer en Málaga. Que le salió un toro noble y que no terminó de creérselo, tardó en enterarse y acabamos con la sensación agridulce entre el disfrute que supuso paladear unos excelentes naturales mezclada con un cierta desazón por el tiempo perdido. Por lo que pude ser y, finalmente, no fue.

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Algún natural del Cid nos hizo recordar al excelente torero que lleva dentro 

El realidad, no uno sino dos toros nobles le tocaron en suerte al sevillano pues el primero, aunque flojo, también lo fue.  Un toro con el que tampoco se entendió ni encontró el de Salteras.

Para colmo, y como es habitual en este torero, mató mal al cuarto, toro en el que consiguió que la plaza se le entregara. La estocada hizo guardia y la oreja se esfumó como por ensalmo. Y van…

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Cuarto toro. Una embestida descompuesta y un capote perdido que tapa la cara del toro y que, casualmente, tapa también la estocada que hace guardia. Una picardía del Alcalareño que no gustó ni un pelo al respetable.

El otro toro bueno

Otro toro bueno y además, de vibrante condición, fue el quinto que correspondía a Javier Castaño quien, sobre la mano derecha, construyó una faena de tono menor pero que, coronada por un contundente  estoconazo mereció el premio de la oreja.

Su cuadrilla, una vez más, estuvo cumbre. Esa manera de picar de Tito Sandoval o esos pares de Adalid o Fernando Sánchez saliendo al paso de la cara del toro, pusieron a la plaza en ebullición. La brega de Marcos Galán fue también notable. Todo muy emocionante y meritorio.

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Javier Castaño. Una estocada vale una oreja. En este caso, además, la estocada vino acompañada de dos primeros tercios de mucho interés.

 

El tedio, el lote malo y la actuación de Escribano.

Quitando al bonancible cuarto y al bravo quinto, el resto de la corrida no respondió a las expectativas que siempre genera en los aficionados un encierro de esta ganadería. En particular, los tres primeros decepcionaron profundamente y un halo de aburrimiento se enseñoreó de los tendidos.

Y sin embargo conviene recordar que el tedio más absoluto, el desencanto y el aburrimiento no eximen del peligro en el ruedo (Un aserto que tiene validez en las corridas toristas y en las otras).

Ayer hubo mucho peligro sordo en algunos toros. Ese que no se transmite al tendido y que resulta por ello, mucho más peligroso para el torero que debe afrontar unas embestidas inteligentes sin que su apuesta consiga respuesta de los espectadores que, desatentos a lo que pasaba en el ruedo, agotaron en los tres primeros toros el stock de pipas de toda la Feria (lo que se supone que, en estas tardes, no debería ocurrir bajo ningún concepto pero que ocurrió).

Escribano, con el peor lote (escrito queda), se justificó en unos tercios de banderillas donde la emoción y el riesgo primaron sobre la ejecución.

Un par al quiebro citando sentado en el estribo y donde estuvo a punto de ser cogido nos recordó, a la postre, que estábamos en una corrida de Victorino.

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Escribano se la jugó, sin cuentos, en los tercios de banderillas

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