lunes, 13 de octubre de 2025

Morante ¡Se acabaron los toros!

Por Jose Morente

Salida a hombros de Morante en las Ventas el 12 de octubre (Plaza 1)

Cuando murió Joselito el Gallo, el Guerra afirmó que “se acabaron los toros”. Al Guerra se le discutió mucho esa frase tan pesimista, pero el tiempo vino a darle la razón. Cuando un torero del calado de Joselito muere o se retira, los toros -en cierto modo- se acaban.

Los toros se acaban porque con la retirada o muerte del torero de época acaba y se cierra una época del toreo, una manera de entender la fiesta, que ya nunca podrá volver. Es lo que pasó con la muerte de Pepe-Hillo, con la retirada de Guerrita o con la muerte de Joselito. Es lo que está pasando ahora con la retirada de Morante de la Puebla.

Son momentos muy duros pues a la alegría y certidumbre de haber vivido una época única e irrepetible del toreo se une la nostalgia y tristeza de lo perdido, de lo que sabemos que no volverá, de lo que ya no veremos más.

Es verdad que, cual Ave Fénix, los toros volverán a resurgir de sus cenizas (lo que esperamos que suceda más pronto que tarde). Siempre ocurre así, pero la sensación de orfandad, de fin de época, de etapa terminal es, desde luego, tremenda.

A lo largo de mis años de aficionado he visto muy buenos toreros, algunos grandísimos toreros, pero pocos, por no decir ninguno, con el calado, la enjundia y la torería profunda y jonda del torero de la Puebla. 

No se trata de torear mejor o peor. No se trata de hacer o decir el toreo. Tampoco, del dominio sobre el toro o la expresión del diestro en el ruedo. El debate tiene otra dimensión. Con los toreros irrepetibles de cada época todos esos planteamientos sobran. Lo que Morante nos ha ofrecido cada tarde en cada plaza es algo más que hacer el mejor toreo. Su propuesta va mucho más allá. 

Con Morante han toreado, cada tarde y con el mismo toro, todos los buenos toreros del pasado: Hillo, Costillares, Cúchares, el Gordito, Lagartijo, Guerrita y Joselito el Gallo. Morante ha rescatado de las polvorienta revistas ilustradas y de las viejas filmotecas suertes olvidadas o en desuso que dormían un sueño que pudo ser eterno. Morante ha hecho suyos esos lances, esas suertes, esos modos de torear. 

Morante ha recuperado y nos ha regalado el toreo más añejo, el de siempre, pero, paradojas de la genialidad, presentado en odre nuevo.  No ha habido un toreo más moderno en nuestro días que el toreo de Morante.

Sus coetáneos hemos tardado en entenderle y quererle. A Morante le costó entrar en Sevilla y triunfar plenamente en Madrid. Estoy por decir que todavía no se le ha entendido en toda su enorme dimensión torera. Y es que hoy valoramos lo evidente, lo rotundo, lo fácil, lo obvio. Hablo de éxito, orejas y puertas grandes. Cosas que, en realidad son accidentales. Lo importante del toreo está en otra parte. Y hay que buscarlo en la cabeza, en el corazón y en las muñecas de los toreros grandes. Lo que la escuadra y el cartabón de las reglas, los cánones y los prejuicios no nos permiten apreciar.

Espero que con el paso del tiempo podemos llegar a comprender cabalmente su misterio y la importancia de su paso por el toreo en toda su dimensión infinita. Todavía es pronto. Nos falta, quizás, perspectiva.

Sorprendentemente, sin embargo, han sido los jóvenes recién llegados a la fiesta los que mejor le han entendido. Los jóvenes no contaminados por reglas, cánones y prejuicios lo hicieron suyo. Lo han adoptado como referente y modelo. José Antonio ha sido su torero, su ídolo. Ellos si que se han quedado huérfanos.

Morante ha sido -es- el más valiente de los artistas y el más artista de los valientes. Cualquier faena suya de capa o muleta podría servir de modelo ejemplar de buen torear, del mejor toreo posible, en la universidad del toreo. Valga de ejemplo, tremendo ejemplo, su intensa e inmensa última faena en las Ventas. Una faena, como todas las suyas diferentes a cualquiera de las que hayamos podido ver en nuestra ya larga vida de aficionados.

Cuando un torero de este calado, de esa categoría, se olvida del cuerpo, como ha venido haciendo Morante todas las tardes de esta su última temporada, el toreo trasciende y se sublima. Cada lance se convierte en iniciático y terminal. Por eso se suspende el tiempo. Cada suerte es un juego con la muerte. Una muerte no buscada pero tampoco rehusada.

Con la retirada (esa pequeña muerte civil) del torero de la Puebla del Río acaba una gran época del toreo. La del primer cuarto de este siglo XXI parangonable, gracias a tres o cuatro nombres señeros a cualquiera de las etapas más significativas de toda la historia del toreo.

Por todo eso hoy podemos afirmar, como afirmó Guerrita a la muerte de Gallito, que, con su retirada, se han acabado los toros. 

Solo falta esperar a que renazcan de nuevo de sus cenizas. El problema, la duda, es el tiempo que tendremos que esperar para que eso ocurra.

Pero sin lamentarnos porque ¡nosotros hemos visto torear a Morante!

Morante en el cambio de rodillas. Madrid, 12 de cotubre (Plaza 1)

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