Juan Belmonte según Sebastián Miranda (publicado en Toros y toreros en 1916)
"Los intelectuales del arte, en general, los literatos que no sabían mucho de toros, los maestros de estética, Valle-Inclán y Pérez de Ayala, saludaban alborozados al prodigio de Triana. Precisamente porque no sabían de toros ni eran esclavos de un tecnicismo y de una escuela, les gustaba más aquello que se parecía menos al toreo. Y lo elogiaban sin hablar de toros; hablando de pintura, de literatura, hasta de teología. Hablaban de la transfiguración, y Valle-Inclán sacó a relucir el quietismo estético y espiritual de Miguel de Molinos. Los revisteros de toros a secas, que se pirraban por parecer literatos, seguían las huellas de los maestros que no sabían de toros, y descoyuntaban su prosa disparatándola de hipérboles.
Joselito no tenía, en cambio, más panegíricos que los kikirikíes y los ¡ei carballeira! del gallego Pérez Lugín, que santa gloria haya y en eterna ociosidad permanezca para descanso suyo y de las letras castellanas. El público, todo hay que decirlo, se iba también con Belmonte. Claro, porque Belmonte era el débil y José el poderoso; Belmonte, víctima, torero que se entregaba, los hería en la cuerda sensible; cuando aplaudían a Juan tenían la sensación de conceder un premio al mérito; cuando aplaudían a José sufrían la humillación de pagar un tributo que se les arrebataba.
José era el conquistador; pero Belmonte era el héroe, y a nuestro público español, derrotista por temperamento, le molestaba la facilidad del vencedor seguro, y prefería las piernas de trapo de Belmonte a las piernas de acero de Gallito.
¿Y yo? ¿Qué pensaba yo, que sentía? Yo sabía torear; yo había aprendido a torear de una manera, y admiraba a Belmonte sin comprenderlo. ¿Me gustaba? Sí; me gustaba verlo torear; pero no aprobaba su toreo. Me gustaba lo imposible, y me asombraba y me divertía ver que pudiera hacer lo que yo pensaba que no se podía hacer. ¡Y no me convencía!
Yo tenía un espíritu de discípulo, y Joselito era el único profesor. Si yo hubiera tenido hijos con vocación de toreros, les dijera, mirad a Belmonte, admirad a Belmonte; pero no toreeis jamás como Belmonte."
SASSONE, Felipe. "Casta de toreros" (1ª ed., Madrid, Editorial Pueyo, 1934, págs. 77-78)
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