lunes, 24 de marzo de 2014

La estética anatómica en la historia del toreo (I) Arrogancia vs indiferencia

Por Jose Morente

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La arrogancia del triunfo. Una de las fotos más conocidas de Juan Belmonte. El torero exultante después de vencer a su poderoso y bien armado enemigo

 

La expresión del torero sin toro

Es evidente que, al espectador, el toreo le tiene que entrar por los ojos. Y aunque los alardes de valor y los chispazos de arte sean cualidades del torero fáciles de captar por los públicos, resulta necesario y casi imprescindible que el lenguaje corporal del torero (las posturas y los movimientos que este adopta en el ruedo) se acomode a su forma de concebir el toreo y refuercen el mensaje que quiere transmitir al tendido.

Desde ese punto de vista, el punto de vista del espectador, muchas y variadas son las actitudes que, en la plaza, pueden adoptar los toreros. Hablemos ahora de dos de las más representativos.

El modo más primario de presentarse ante el público, sería el representado por el torero que adopta el gesto heroico del que se enfrenta a un animal fiero y aguanta su embestida. Es la arrogancia del desplante. La imagen del torero en esa tesitura, transmite la tensión liberada (verdadera explosión de adrenalina) del que, saliendo de la batalla, expresa su rabia y contento por haber superado la prueba que se había impuesto.

Es la estética del vencedor, del héroe, que corresponde a una tauromaquia donde el valor y el riesgo son las notas dominantes.

Radicalmente opuesta a la anterior, otra actitud posible, es la de aquel diestro que, por el contrario, quiere aparentar indiferencia ante el peligro. El torero, en esta caso, pretende emocionarnos por el contraste entre la mole negra y mortal que pasa junto a su cuerpo y su aparente indiferencia, naturalidad o espontaneidad ante los pitones del toro.

Es la estética del artista, del elegante. Una estética donde el torero aparece ensimismado en su propia obra, como ausente o ajeno a todo los demás, incluso –a veces- a su propio toreo.

Ejemplo señero de la primera de esas actitudes, sería la foto de Juan Belmonte, el mítico torero de Triana, que encabeza esta entrada.

Ejemplo de la segunda actitud, sería la foto de Rafael el Gallo, el sevillano nacido en Madrid por razones de logística taurina, que insertamos a continuación.

El contraste entre ambas es evidente.

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La actitud de Rafael el Gallo después de matar su toro es diametralmente opuesta a la de Juan Belmonte. El Divino Calvo aparece como ensimismado. Difícil saber por su semblante si triunfó o fracasó aunque, probablemente en este caso, se trate de lo primero por su esbozada sonrisa. En cualquier caso, denota una “pacífica beatitud” impropia del que viene de enfrentarse a un bravo y fiero toro de lidia.

 

La expresión del torero ante el toro

Con ser tan dispares, las dos fotos anteriores  tienen algo en común y es que ambas reflejan diferentes actitudes de los toreros cuando no están en la cara del toro, cuando están a espaldas o al margen de la res.

Más interés aún, tiene revisar las poses o posturas (la estética anatómica) que adopta el torero cuando está en la cara del toro, cuando se enfrenta o presenta ante la res.

Y las diferencias siguen siendo, como era de esperar, significativas.

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Belmonte se enfrenta al toro con la misma actitud desafiante y arrogante con la que, luego, se alejará de la res. ¡Aquí estoy yo! parece decir el trianero, quien siguiendo las normas, no escritas, del más puro toreo cambiado, se cruza al pitón contrario con el compás abierto y la figura tensa y crispada por el albur de la situación y el envite.

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Rafael el Gallo se presenta ante el toro con la misma tranquilidad con la que se podría presentar ante un amigo al que encontrase en la calle Sierpes. Rafael se sitúa ante el toro enfrontilado, de frente y con los talones pegados, conforme mandan los cánones clásicos del toreo de línea natural. Sin embargo, tanto relajo, dadas las circunstancias, sorprende.

 

La expresión del torero cuando torea

La coherencia de los buenos toreros no está sólo en presentar un estilo definido (cuando son algunos los que, cual veleta, pasan todo el tiempo cambiando modos y formas) sino en mantener su estilo en todo momento y en todas las circunstancias.

Conviene advertir que tener un estilo definido y mantenerlo, no quiere decir que el diestro no busque, investigue, indague o proponga cosas nuevas. Al contrario, se trata de que se mantenga fiel a si mismo. Tan sencillo (o tan difícil como eso). Coherencia y personalidad, se llama a esa figura

Las imágenes, que siguen a continuación, de Rafael y Juan ante la cara del toro, mantienen ese mismo aire personal que tenían las fotos de esos dos toreros, antes y después de torear. La apostura que tienen sin toro, cada uno ellos, es la misma que luego tienen toreando.

Eso se llama, repito, coherencia y personalidad. Dos elementos claves para que lo que pasa en el ruedo llegue (y con fuerza) a los tendidos.

FOTO RAFAEL EL GALLO POR ALTO BARCELONA - copia

Una foto excepcional que hay que mirar despacio y recrearse en ella. Rafael el Gallo con la misma tranquilidad (¡o más!) que cuando está sin toro, pasa al toro, por alto, en un ayudado a pies juntos que unos llamaron “de la muerte” y otros “del Celeste Imperio”. Cuestión de puntos de vista. Y hablando de puntos de vista, el detalle, magnífico, de la nitidez fotográfica de la figura del torero (quietud) frente a la borrosa silueta del toro (movimiento): Un contraste que se hace evidente gracias a la escasa velocidad de obturación de las cámaras de la época. 

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El ayudado de Juan Belmonte es lo contrario del ayudado del Gallo. Donde Rafael mantiene la verticalidad, Juan se inclina. Donde el madrileño se relaja, el trianero se tensa. Donde El Gallo torea con los pies juntos y los talones apoyados en la arena, Belmonte abre el compás y levanta el talón del pie izquierdo. Si antes el centro de gravedad estaba en el centro, ahora ese centro se desplaza y se acerca al toro.  Dos mundos, dos estéticas. Dos maneras diferentes de concebir el toreo.

 

Dos conceptos frente a frente

Hemos puesto frente a frente, dos modos distintos de concebir y, sobre todo, de expresar el toreo: La estética de la arrogancia y el heroísmo (que corresponde a la tauromaquia del valor y el riesgo donde la clave está en aguantar la embestida del toro) frente a la estética de la naturalidad y la elegancia (que corresponde a la tauromaquia del arte y la indiferencia ante el peligro y donde la clave está en saber acompañar esa embestida).

En el primer modo, el torero, cual domador de fieras, pretende poner de manifiesto y hacernos evidente el riesgo. Por eso, el torero que aguanta la embestida, adopta una actitud arrogante. En el otro modo, por el contrario el torero que se acopla a esa embestida pretende, cual mago, hacernos creer que el riesgo no existe.

Son dos opciones que se traducen en poses, gestos y maneras muy distintas y que responden a dos formas muy diferentes de entender el toreo y la vida misma.

Dos modos que  resultan ser, si no antagónicos, si bastante alejados uno del otro, ya los analicemos desde un punto de vista formal (como hemos hecho en esta entrada) o desde un punto de vista conceptual (como hemos hecho en entradas anteriores).

Lo importante es que, estas dos opciones (y las otras muchas que existen o pueden existir) son todas válidas y legítimas (¡bueno fuera lo contrario!). Y ello, al margen de los modos y las modas que, esas sí, son temporales y, desde luego, menos defendibles y efímeras.

Llegados a este punto, me surge una pregunta:

-Y a todo esto y en este discurso ¿dónde queda y que fue de la tauromaquia y la estética de Joselito el Gallo?

La respuesta (o el intento de respuesta) la daremos en una próxima entrada.

(Continuará…)

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