miércoles, 20 de abril de 2016

Los paradigmas de la bravura: Jaquetón-Bravío-Cobradiezmos

Por José Morente

Una imagen emblemática. El morro y el pitón derecho haciendo surcos en la arena. La forma de colocar la cara, de humillar, de embestir, de "Cobradiezmos" de Victorino Martín, se ha convertido en el paradigma de la bravura del siglo XXI (Fotografía Maurice Berho-Mundotoro)

Si yo fuera político declararía. la bravura del toro de lidia, Bien de Interés Cultural igual que se hizo en 1999 con los registros sonoros, con la voz, de la Niña de los Peines.

No lo soy y, por tanto, me tengo que contentar con documentarla que es lo que vamos a hacer en esta entrada. Vamos a repasar la evolución de la bravura del toro a lo largo de la historia. Para ello hemos elegido tres toros emblemáticos y paradigmáticos que representan y simbolizan el concepto que, en cada siglo, se ha tenido de la bravura, esa cualidad tan necesaria para la pervivencia de la Fiesta.

Vayamos al grano. Los tres toros que, en mi opinión, mejor simbolizan la bravura, son Jaquetón (siglo XIX), Bravío (siglo XX) y Cobradiezmos, que, para mí, encarna el ideal de la bravura deseable en este siglo XXI.


Jaquetón. La bravura fiera del siglo XIX

Jaquetón. La bravura del siglo XIX (Detalle de una lámina de la Lidia publicada el 23 de mayo de 1887)

El tópico define y describe al XIX como el siglo de los toros fieros y los toreros machos. Una época donde se derramaba mucha sangre en los ruedos. Sobre todo, sangre de los caballos de los picadores y sangre de los toreros y menos, mucho menos (hoy dirían que ni para un análisis) de los toros lidiados.

En el XIX, La Fiesta era un espectáculo sangriento. La sangre de caballos y toreros corría copiosamente. La del toro. mucho menos (Detalle de la Lámina de la Lidia dedicada al toro Jaquetón)
Era aquel un espectáculo dantesco y sanguinario donde la idea de belleza estaba ausente. Las carencias médicas con el consiguiente riesgo de infecciones podían convertir un leve puntazo, en camino a la invalidez cuando no a la muerte. Pero no nos confundamos pues entonces la vida, también fuera de los ruedos, valía muy poco.

En esas condiciones, no tiene nada de extraño que se considerase más bravo, al toro más fiero, al que más veces acometiese a los caballos, al que los corneara con más saña e ímpetu. Dicho lisa y llanamente, se consideraba más bravo el toro que más caballos matase. Así de simple y así de trágico.

En el siglo XIX, la suerte de varas era primordial. Ahí era donde entonces se veía la bravura del toro. Una bravura que, en realidad convendría llamar fiereza (Detalle de la Lámina de la Lidia dedicada al toro Jaquetón)
En ese contexto, el ideal de bravura de ese siglo, lo encarna Jaquetón de la ganadería de Agustín Solís, el cura Solís, vecino de Trujillo (Cáceres) lidiado en Madrid el 24 de abril de 1887 por Currito (el hijo de Cúchares) que alternaba con Frascuelo y Ángel Pastor.

Su memoria está encerrada (y enterrada) en el Tomo I del Cossío (1943: 367-368) a donde hemos acudido a rescatarla.

Fue tan bravo e hizo tal pelea en varas que el público enardecido se opuso a que lo banderillease Pastor y pidió de forma clamorosa el indulto. Indulto que fue concedido aunque hubo que apuntillarle en el ruedo al no poder seguir a los mansos por las convulsiones que le provocó una de las varas. En el desolladero se comprobó que tenía reventado un pulmón por el esfuerzo realizado. Así lo contaban en la Lidia:


Y un detalle de importancia que desliza el revistero Don Jerónimo (Peña y Goñi) en la Apreciación final, casi sin darle importancia: El toro "llegó manso a la muerte". Muy bravo en el caballo, Jaquetón llegó manseando al último tercio.

Jaquetón llegó manso a la muerte lo que no importó a los aficionados de entonces, entusiasmados con su pelea en varas
Pese a ello, se le considera el toro más bravo de todo el siglo XIX, pues entonces, a lo que se ve, sólo importaba y se valoraba el comportamiento del toro en la suerte de varas. Tanto que los aficionados más conspicuos se marchaban de la plaza cuando tocaban a banderillas en el último de la tarde.

Eran otros tiempos.


Bravío. La bravura equilibrada del siglo XX.



A principios del siglo XX, los gustos están cambiando. Guerrita ha sido el primer torero en demorar el quite dejando que el toro romanee a los caballos con el fin de que pierda poder. Se trata ya de que llegue a la muleta en mejores condiciones para el toreo.

Además, la escabechina de la suerte de varas empieza a molestar a algunos aficionados que cada vez valoran más las faenas de muleta. Y es que no en balde, los grandes diestros de este principio de siglo se llaman nada más y nada menos que Joselito el Gallo, Juan Belmonte y Rafael el Gallo,... Gente que de verdad sabe torear.

Al toro se le empieza a pedir que mantenga su bravura hasta el final. Ya no valen esos toros de Colmenar o de Veragua que hacían salidas explosiva, comiéndose la osa mayor, pero que, en banderillas, se aconchaban en tablas. Por el contrario, se empieza a valorar el toro que, saliendo frío, va a más. Serán otros encastes de bravura más sostenida, los que toman el relevo en el gusto de los aficionados.

Será, por tanto, un toro de Santa Coloma, casta Vistahermosa, el que marcará la pauta de la bravura ideal del nuevo siglo. El toro se llama Bravío y se lidiará en Madrid un 11 de mayo de 1919.

Un toro que resulta bravo, muy bravo en varas pero también noble, muy noble en la muleta. Pese a su nobleza, la de Bravío, es todavía una bravura molesta y desbordante para su matador que no acabará de entenderlo. Y eso que Saleri II, que cargará con ese sambenito toda su carrera, estuvo sensacional en su otro toro. Pero eso no importa. Cuando sale un toro de bandera, el público se pone de parte del toro.

Corrochano en ABC destacaba la bravura y la nobleza de Bravío y es que, para el toreo, es condición necesaria la franqueza.
Y otro detalle importante. Las hechuras. Ya no valen los toros destartalados sino los "bien hechos" pues su tipo es garantía de su embestida. Bravío es un toro precioso a más de fino y terciado. Hablando en plata, un toro chico, tanto que los veterinarios querrán rechazarlo en el reconocimiento previo La amenaza del ganadero de retirar la corrida completa si el toro no se aprueba, permite que salte al ruedo de Madrid pudiendo demostrar toda su bravura.

Casi 30 años después de la lidia de Bravío, el Ruedo recordaba a ese toro y a su criador, el Conde de Santa Coloma. Por cierto que algunos aficionados e incluso algunos toreros los consideraban toros fáciles sólo por el hecho de ser los preferidos de las figuras de entonces (Lo mismo que ocurre ahora)


Cobradiezmos. La bravura noble del siglo XXI

La brava embestida de Cobradiezmos, el toro de Victorino lidiado en Sevilla esta Feria de Abril (Fotografía de Maurice Berho-Mundotoro)
Casi cien años después de la lidia de Bravío, las cosas han vuelto a cambiar. En la suerte de varas, la víctima ya no es el caballo, protegido por el peto implantado en la Dictadura de Primo de Rivera sino el propio toro masacrado a placer desde unos pecherones cruzados, de gran alzada y poder y muy entrenados.

En consecuencia, la suerte de varas ha perdido la grandeza e importancia que tuvo en otras épocas pues lo que realmente importa a los públicos modernos es el toreo a pie. El de capote y, sobre todo, la muleta. A los públicos de ahora, ver sangre cada vez les gusta menos sobe todo, si se trata de la sangre de los animales.

Por contra, al toro se le exige mucho en el último tercio que ha crecido en duración e importancia. Y es que el toreo que se practica hoy somete a los astados a una dura prueba pues frente a la media docena de pases por alto y aliviados que componían la faena estándar del XIX, hoy se le pide al toro que llegue a la muleta con fuerza, bravura y nobleza suficientes para embestir infinidad de veces con humillación, fijeza, recorrido, ritmo y clase. 

"Cobradiezmos", de Victorino Martín, lidiado con solvencia por Manuel Escribano, el pasado miércoles en Sevilla es el nuevo paradigma de la bravura en este nuevo siglo. Una bravura encarnada por esas embestidas entregadas y excepcionales de las que hizo derroche. Es posiblemente, el toro al que mejor y con más duración he visto embestir en toda mi vida de aficionado. Un toro, huelga decirlo, de preciosas hechuras en la línea de su encaste. Un toro bravísimo u nobilísimo.

 Las perfectas hechuras de Cobradiezmos (Fotografía de Maurice Berho-Mundotoro)

La Maestranza, que así lo entendió, bramó de placer ante todas y cada una de sus incansables arrancadas en pos de la muleta de su hábil y eficaz lidiador.

 La Maestranza bramó en todas y cada una de las largas embestidas de Cobradiezmos (Fotografía de Maurice Berho-Mundotoro)
Un lidiador que, esa es otra característica de la bravura que hoy se pide, pudo triunfar con él. Y es que al contrario que el bravo del siglo XX, al que casi se le exigía  como condición necesaria para así catalogarlo, que estuviese por encima del torero, que le ganase la pelea, la nueva bravura de hoy, la bravura del siglo XXI, convierte al toro en el mejor colaborador posible del éxito del torero. Siempre, claro está, que el torero esté dispuesto a entregarse tanto como se le entrega el toro.

Y es que, el toreo ya no es lucha sin cuartel, ni una pelea a muerte entre dos aguerridos contrincantes, sino entrega máxima de ambos contendientes, del toro y del torero.

Una entrega cuya conjunción hace posible el milagro del toreo tal y como hoy lo entendemos.

"Cobradiezmos" ha señalado el camino por donde debe discurrir la auténtica bravura de este siglo.

Habrá que seguirlo

Cobradiezmos de vuelta en las Tiesas, la finca de Victorino Martín

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo con esta entrada.
Y me limito a discutir el concepto de "duración" que tuvo la embestida del toro.
Porque tras unos discretos tercios de varas y banderillas, la embestida del toro en la faena de muleta empezó a lo grande para luego perder intensidad.
Unos matices:
- durante toda la lidia y luego en la muleta el toro pierde las manos
- desde mitad de faena al terminar los muletazos el toro tuvo una ligera tendencia a puntear, o sea no embestía con la misma calidad del principio
- desde el final de faena el toro abre la boca
- el indulto fué concedido tras apenas 8 minutos de faena

Sin restar merito a su calidad, esto demuestra que el toro no tuvo esa "duración" fuera de lo normal.
Además el toreo de Escribano, siendo muy meritorio por lucir y templar el toro, fué bastante vulgar y despegado, o sea lejo de ser el mejor toreo posible como aquí se escribe.
Eso sí, el toro fue muy toreable por ser un victorino.

Saludos cordiales,


Gregorio


Paco Carmona dijo...

En primer lugar, enhorabuena por enésima vez al culpable de este gran blog. Una entrada muy jugosa.
Para mí, Gregorio, lleva buena parte de razón, sobre todo en ciertos matices como largura y duración de la embestida.
Sin restar méritos a Escribano (lo describe Gregorio muy bien), me hubiera gustado poder ver a cobradiezmos en una muleta mejor, más exigente y reposada. Ver si podíamos descifrar del todo esa embestida y comprobar si ese toro de "bravura controlada", también existe en Casa Victorino (el toro de Ureña tuvo más clase para mí).
He visto varias veces la faena, fue un gran toro, muy bravo, muy seguido, de una gran transmisión y para mí, merecedor del indulto. Pero me hago una pregunta en relación al mejor toro de nuestros días:
Cuántos toros de otros hierros se nos escapan, igual de bravos, e incluso más definidos en su bravura y entrega para el toreo de nuestros días?.