martes, 31 de mayo de 2016

Madrid dice sí a la épica (pero ignora el buen toreo)

Por Clarito


Rafaelillo ¡Así se lidia! (Fotografía de Mundotoro)

Madrid se entusiasma con la épica.

Aunque históricamente en Madrid han triunfado toreros de todas las cuerdas, esta plaza ha reservado siempre su corazón para los toreros más valientes. El negro Frascuelo fue, en el XIX, el paradigma. Y es que, en Madrid, el toro fiero y el torero capaz de hacerle frente han causado siempre furor

Eso fue lo que pasó ayer en el cuarto toro de la corrida de Adolfo Martín. Un toro muy quedado, bronco, de medias arrancadas y agarrado al piso (toda la corrida, hasta los más nobles, sacaron este defecto), un toro muy difícil de torear al que Rafaelillo se enfrentó con un descaro y una frescura, como se decía antes, que encandiló al público venteño.

El de Murcial, desplegó, ante ese astado, un impresionante arsenal de recursos técnicos. El toro no tenía muchos pases (en mi opinión ¡no tenía ni uno!) y Rafaelillo supo hacerle una faena por la cara, valiente, muy emocionante, con medios pases, muy inteligente. Tiró de oficio para montar una faena impensable e imposible. Con la muleta retrasada (el cáncamo en el segundo muslo) y yendo siempre, de modo sistemático, a buscar el pitón contrario que era lo que pedía ese toro (y lo que pedía el público, porqué no decirlo), acabó sacando agua de un pozo que parecía vacío y sin fondo. 

Además, Rafaelillo supo escenificar muy bien la situación. Lo que gustó a la mayoría tanto como desagradó a algunos (muy pocos) aficionados. Hacen mal. El toreo no es sólo pases y estocadas, lidia y exposición, sino también un juego, un espectáculo donde la comunicación con el público es clave y, también en eso, estuvo sobresaliente el murciano, Quizás por eso, su faena ha transmitido tanto a los que estaban en la plaza y a algunos de los que estábamos en casa viendo la televisión. A mí me ha entusiasmado. ¡Viva la épica!

Rafaelillo, y es lo que importa, triunfó lidiando al modo heroic. aunque, pese a matar bien, no le dieron la oreja, . El presidente sabrá porqué. Yo, de los presidentes de Madrid, ya tengo hecha mi opinión.

Sencillamente, carecen de sensibilidad. No saben.

Castella ¡Asi se torea! (Fotografía de Javier Arroyo publicada en facebook)

El buen toreo parece que no gusta en Madrid

El éxito de Rafaelillo era lógico y explicable, por el tipo de toro, por el carácter del torero y por el planteamiento de la faena. Lógico y explicable en una plaza donde todavía se valora la lidia y se agradece ese toreo antiguo de lucha y riesgo que tanto nos gusta a nosotros. Empero, lo que pasó con Castella resulta sin embargo, inexplicable.

Intentemos explicarlo aunque el problema, para mí, no estuvo en el ruedo sino en la actitud de los espectadores.

Es cierto que Castella es un torero frío, muy frío, que no hace ninguna concesión al público, ningún gesto para la galería. Pero  no es menos cierto que ayer derrochó torería y buen gusto. Elegancia y ritmo. Soltar y recoger. Llevar y conducir. Torear. El mejor toreo posible, para más inri, con dos grises de esos que se dice que son fieras corrupias. Fieras corrupias menos cuando los torean las figuras. Los dos del lote de ayer de Castella, lo serían pero, si lo fueron, parecían dos babosas en sus manos. Cuando se torea con tanto valor, con tanta firmeza y con tanto sentido del toreo, los toros siempre parecen mejores de lo que son.

Fue una faena soñada. De ensueño. De leve juego de muñecas. De movimientos justos y precisos.

¡Que manera de torear!

Pese a ello, Castella tuvo a la plaza en contra. No era el ambiente frío de la indiferencia sino el ambiente crispado y descaradamente a la contra. Sus dos actuaciones fueron subrayadas por ese constante punteo de pitiditos, palmitas de tango y conatos de protestas que, en Madrid, jalonan siempre la actuación de los toreros punteros y subrayan su categoría. Torero al que, en Madrid no piten, no es figura del toreo.

Pero es algo difícil de comprender. Se pide que las figuras toreen corridas duras y cuando una figura lo hace, tiran a degüello. Si no está bien con esos toros, lo machacan pero si está bien, como estuvo Castella, también lo intentan destrozar.

¿No será que esos aficionados, temen que estos toreros pongan en evidencia a esas ganaderías y el mito que las sustenta?

Y es que Castella ha toreado a sus dos Adolfos con una firmeza y una tranquilidad enervante para algunos. Como si se trataran de dos toros domeqcsticados. Igual, igual. Lento, suave, templado. Un toreo muy caro.

¿O será que lo que, de verdad, gusta en esta plaza es que el torero ande a merced del toro y lo que irrita es que un torero esté por encima de ellos?

No lo sé. El caso, es que el público, no entró en la faena y Castella se dedicó (como confesaría en los micrófonos del plus) a torear para si mimo.

Una suerte para nosotros.


Dos conceptos del toreo

Público al margen, ayer, en Madrid, pudimos disfrutar del toreo en su máxima expresión. En toda la extensión de la palabra. Dos conceptos distintos y dos modos de torear distintos.

El toreo cambiado, de poderle al toro que se defiende, con el torero metiendo la pierna continuamente para robar los pases, en dura y emocionante pelea. Toreo para gustos fuertes.

Y el toreo en redondo, con el torero en su centro, respetando el viaje natural del toro, acariciando sus embestidas con desmayo y elegancia máximas. Un toreo para buenos paladares

El toreo es muy amplío, muy variado y muy grande. Por tanto, ¡viva el toreo!

¡Viva todo el toreo! ¡Todo!

Castella medita. Torear para uno mismo y con el público a la contra es más difícil que torear sólo contra el toro (Fotografía de Mundotoro)

domingo, 29 de mayo de 2016

El codilleo (II) En nuestros días

Por Jose Morente
La verónica de Juan Belmonte (años 13-20) Los brazos van desemparejados (a diferencia de la verónica antigua donde ambos brazos se movían a la par). La mano de salida, por encima del hombro, despide al toro. La de dentro, con el codo doblado (codilleando) lo sujeta.
Verónica de Gitanillo de Triana (Principios de los años 30). Al igual que en la verónica de Belmonte, Curro Puya lleva los brazos desemparejados y el de dentro con el codo pegado al cuerpo (codilleando) para conseguir que el toro pase lo más cerca posible del cuerpo del torero.
La mano de salida va sin embargo más baja que la de Juan, lo que le fue criticado por romper la ortodoxia belmontista. Sin embargo, esa verónica de mano más baja estaba prefigurando el moderno toreo de capa

Cuando lo negativo se vuelve positivo

Comentábamos en la anterior entrada que codillear, torear "con los codos pegados al cuerpo", era, a principios del siglo XX, un defecto pues se consideraba que ese movimiento, que traía causa en la torpeza (desconocimiento) o en el miedo (instinto defensivo), impide el adecuado control o gobierno de la embestida del toro.

Hoy, por el contrario, se codillea, de forma intencionada "a la mayor gloria del toreo". Exagerando, podríamos decir (Paco Carmona, dixit) que "sin codillear ya no se puede torear

¿Que ha ocurrido? ¿Porque y cuando se ha producido ese cambio tan radical? ¿En que momento lo que antes era defecto a evitar se convierte en un valor positivo a buscar?

Hemos buceado en nuestra biblioteca taurina así como en las impagables bibliotecas y hemerotecas virtuales, intentando seguir la pista de ese concepto y de su evolución. Y, en esa búsqueda, hemos encontrado un número razonable de referencias aisladas (algunas muy interesantes) pero ningún estudio serio y sistemático sobre el codilleo.

Desde que surgió nuestro interés por este tema, gracias a una conversación con Fernando Farfán, sólo han transcurrido veinticuatro horas. Poco tiempo para elaborar una tesis doctoral. Lo que sigue es pues una investigación tan apasionada como apresurada. Una primera lectura (bastante sugerente por cierto) que esperamos poder ir ampliando y reescribiendo a medida que aparezca nueva información que arrojen más luz sobre un tema que aquí sólo vamos a poder esbozar.

Pero no nos demoremos. Entremos en materia


Soplan vientos de cambio en el toreo


A principios del siglo XX, época de José y Juan, el toreo sufriría un cambio radical. El torero empieza a pararse ya intentar torear lo más cerca y más despacio posible del toro.

Será en la Edad de Plata, cuando estos cambios se consoliden. Son los años del parón (esa "paradhina" que hacían los toreros a mitad del lance, componiendo la figura y permitiendo espectaculares fotografías antes impensables) y son los años del toreo de muleta ligado y en redondo (cuando los públicos iban coreando los naturales que los toreros daban: ¡uno, dos, tres, cuatro,...!).

Una época emocionante, por las propuestas de los toreros y, al mismo tiempo, dramatica por mor de un toro todavía no adaptado a esas innovaciones

Hemos encontrado un texto clave de un testigo de excepción para explicar todos esos cambios. El testigo se llama Gregorio Corrochano y el texto, un artículo que se publicó en Blanco y Negro en junio del año 32 y que se titulaba "La ganadería de Miura en el laboratorio".

El artículo de Corrochano publicado el 26-06-1932 y que se puede leer e la Hemeroteca Digital del ABC
Es un texto muy interesante porque no sólo certifica el cambio de orientación del toreo sino que lo pone en relación con el necesario cambio en los criterios de selección del ganado de lidia. El toreo estaba cambiando y el tipo de toro también tenía que cambiar.

Según Corrochano, en esos años ya no se valoraba -como antaño- "un toro que tirase cornadas y un torero que las esquivase con agilidad y recursos". Eso ya había pasado a la historia. Los ganaderos ya no seleccionaban las vacas que "se deshacían los cuernos contra el estribo del tentador".  Ni siquiera Miura lo hacía ya así.

Al toro antiguo con nervio, seleccionado para tirar cornadas, que se revuelve pronto, no se le puede codillear, exige un toreo de expulsión, hay que intentar despegarlo del cuerpo. El defecto mayor en el toreo antiguo, era lógicamente el de codillear.

Por el contrario, el toreo artístico y reunido que empezaba a imponerse, se basaba en hacer pasar al toro, ahora más pastueño y boyante, menos fiero (más doméstico dice Corrochano) lo más cerca posible del cuerpo del torero. Codillear se convierte en meritorio.

Son, según él, dos sistemas radicalmente diferentes: en uno, el sistema antiguo, el torero debe acoplarse al toro; en otro, el sistema moderno, es el toro el que debe acoplarse al torero. Corrochano, como buen crítico conservador, prefiere el sistema antiguo pero el cambio, le guste o no, se ha producido ya. Hemos pasado (como diría Pepe Alameda) del toro determinante al toro determinado. Y el codilleo se ha convertido en virtud.

Verónica de Manolo Bienvenida a un toro de Miura en la corrida que provocó el artículo de Corrochano que comentamos. Aunque la calidad de la reproducción no es nada buena, se aprecia como la verónica de Bienvenida es técnicamente la misma que la verónica de Curro Puya, siquiera la estética sea harto diferente (ABC)
Aunque menos evidente que en el capote, el codilleo llegó también, en los años 30, al toreo de muleta. En la imagen, impresionante natural de Curro Puya. Toda la esencia de la gitanería trianera condensada en un sólo muletazo

El codilleo en nuestros días

Por todo eso, aunque los aficionados conservadores e incluso algunos toreros de nuestros días, siguen considerando el codilleo como defecto, hoy se ha convertido en una técnica que se cultiva y propicia.

Creo que sólo dos testimonios son suficientes para demostrarlo.

Decía hace poco Benjamín Bentura Remacha que hoy "hay toreros que hasta se regodean con el codilleo y proporciona a su intérprete una especial cualidad emocionante y artística que se transmite al público".

Finito de Córdoba toreando en un tentadero con el codo del brazo de salida, intencionadamente pegado al cuerpo. Finito se regodea en un codilleo buscado "a mayor gloria del toreo" (Fotografía del blog de Enrique Romero, Toros para todos)
Y, hace unos tres años, Paco Ojeda declaraba en una entrevista al Diario de Sevilla, lo siguiente:
"Supongo que he aportado, entre otras cosas, un toreo muy cerquita, con quietud, con el parón. En la época en la que lo hice la década de los ochenta había muy pocos. Fue como una innovación. Arriesgué. En ese momento fui criticado y también admirado. Lo bueno es no parecerte a nadie. 
Yo fui fiel a mí mismo. Sentir ese calor del toro pasando cerca, codillear, fueron cosas que algunos quizás no lo entendieron en ese momento. Mis aportaciones más grandes han sido innovar y ser fiel a mí mismo. En aquel momento me pudieron crear dudas y que yo hubiera cogido el camino fácil, pero nunca dudé en seguir mi camino".


El toreo de cercanías y parón, como el de Paco Ojeda, obliga a codillear incluso en los cites, para colocar la muleta donde la pueda ver el toro.
(Continuará)

sábado, 28 de mayo de 2016

El codilleo (I) En los viejos tiempos

Por Jose Morente
Aunque hoy todos los toreros recurren, en ocasiones, al codilleo, es el Juli uno de los que más y mejor utilizan ese mecanismo técnico pata ajustar la posición de los engaños a la embestida del toro (Verónica en San Sebastián. Desconozco el autor de la Fotografía)
Con el codilleo ocurre lo mismo que con tantos y tantos términos tradicionales del toreo (el pico, adelantar la pierna de salida, los toques, etc,) y es que puede utilizarse de forma incorrecta o ventajista o, por el contrario, puede emplearse o aplicarse de la forma más adecuada, correcta y necesaria.


Codillear. Una definición (y una visión) negativa
Codillear.- Manera de manejar la capa o muleta, al verificar las suertes, con los codos pegados al cuerpo y jugando o moviendo solamente las manos y el antebrazo; y la tendencia a torear así (Cossío. Los Toros, Tomo I. pág. 42
Aunque la definición que da Cossío parece bastante aséptica, sin embargo, se convierte en negativa con el ejemplo que la acompaña.

Como el de Cossío es un Vocabulario autorizado, cada definición viene con su correspondiente cita que, en este caso, corresponde a Federico M. Alcázar quien afirma que sólo "se codillea por miedo o por torpeza".

No estoy de acuerdo. La definición de Alcázary, aunque es de 1936 (que es cuando escribe su "Tauromaquia moderna", libro de donde Cossío saca la cita), parece ignorar que, por el toreo, ya había pasado Juan Belmonte García. Lo que es mucho ignorar.

Alcázar un gran revistero taurino, era un pésimo tratadista, confuso y errático y su definición corresponde a una visión demasiado arcaica del término cuando el codilleo se consideraba un grave defecto.

Y es que, en el siglo XIX, lo importante era conseguir que el toro pasara (siquiera fuese fugazmente) y para eso "sacar los brazos" (que es como las viejas tauromaquias llamaba a la acción de extenderlos) resultaba primordial.

En el toreo antiguo (siglo XIX) lo importante era sacar bien los brazos, estirar los brazos para expulsar al toro del terreno del torero. En el caso de Bombita (en la foto) estamos ya en fase de transición, los brazos están ya desemparejados y el de salida (muy estirado al contrario que en el caso del Juli) va  ya hacia atrás para conseguir que el toro se quede colocado en posición adecuada para el siguiente capotazo.
(Otro detalle, aunque quizás no venga al caso. Bombita inició la moda de abrir exageradamente el compás al cargar la suerte con los brazos. De ahí derivó la tendencia moderna que luego se impondría de valorar el toreo compás abierto -la pata 'alante- que antiguamente -según F. Bleu- se consideraba propio del toreo basto)
En la Hemeroteca Digital (donde he rastreado el término), la expresión codillear se utiliza siempre y desde 1898 (fecha de la primera referencia localizada) en sentido negativo

La más interesante es una referencia de Palmas y Pitos de 1915. Se trata de la reseña de una novillada en Barcelona donde actuaba Fortuna. Y es que, en esta ocasión, al habitual texto reprobatorio, le acompaña una fotografía del lance cuestionado.

Fotografía publicada en Palmas y Pitos el 24 de mayo de 1915 acompañando una reseña de una novillada en la Ciudad Condal. Fortuna en un ayudado por bajo.
El texto dice lo siguiente:



El codilleo belmontista.

Sin embargo, lo que, al principio se veía como defecto, codillear o torear sin despegar los codos del cuerpo, acabó considerándose, en cierto modo, una virtud pues permitía pasarse al toro muy cerca del torero.

El toreo belmontista de exposición y aguante maximos (un toreo anunciado ya antes por el Espartero y Antonio Montes) se impuso y el toreo acabó tomando unos nuevos derroteros. Si el objetivo en el siglo XIX era defenderse y conseguir pasar al toro lejos del torero, ahora lo que se empezói a valorar era pasarse al toro lo más cerca posible.

Los gustos del público estaban cambiando. De ser considerado defecto cuando se hacía por torpeza o miedo, el codilleo pasa a valorarse como un medio técnico positivo, cuando trae causa en la decisión consciente del torero de ajustar la embestida del toro a su cuerpo.

Veamos otra reseña muy interesante también de Palmas y Pitos y también de una novillada donde actuaba Fortuna. Aunque esta vez el "codilleante" es Pepe Zarco del que se dice lo siguiente:

En la reseña se habla de ceñirse por codillear, por azar o por valentía. Aunque el codilleo se sigue considerando defecto, empieza a vincularse con el ceñirse que puede ser, a veces, rasgo de valor (Palmas y Pitos. 28 de marzo de 1916)
Volvamos a Belmonte. Antonio de la Villa cuenta (en Belmonte, el nuevo arte de torear. Pág. 92) que cuando ese torero hizo uno de sus primeros tentaderos en casa de Urcola, este le dijo:


La solución propuesta por Calderón ese mismo día cuando volvían en tren de la finca de Urcola, era bien sencilla. Ponerle unas tablillas en los codos para llevar los brazos como si fueran aspas de molino:



Belmonte pasó de la verónica codilleando.... (Galería fotográfica Los de José y Juan)
A estirar los brazos cual aspas de molino (Fotografía publicada en Mundo Gráfico)
En realidad, la solución no lo era tal, y el codillear de forma intencionada acabaría imponiéndose y se convertiría en seña de identidad del estilo belmontista. Lo será también de todo el toreo posterior hasta llegar a nuestros días.

Pero eso, lo contaremos en la próxima entrega

(Continuará)

viernes, 27 de mayo de 2016

La visión del aficionado (I)

Por Jose Morente


1972. Antonio Bienvenida torea con la muleta y de ensueño a un toro de Pablo Romero en la Feria de Málaga. Fue la mejor faena de la Feria y de otras muchas ferias. La primera faena que vi cuando pude volver a los toros con catorce años cumplidos (Fotografía del Ruedo)

Mi primeros pasos como aficionado

Cuando por mi edad, pues ya había cumplido ya los catorce que exigía la reglamentación entonces vigente, pudieron llevarme otra vez a una Plaza de Toros, quedé impresionado por lo que se presentaba ante mis ojos. Toreaba esa tarde, en Málaga, Antonio Bienvenida, un verdadero maestro pleno de torería, con Miguelín y Miguel Márquez, toros de Pablo Romero. El espectáculo, por su emoción y colorido, era fascinante, especialmente para la mirada de un niño ávido de nuevas sensaciones.

Antonio Bienvenida hizo en Málaga, en una tarde en la que Miguelín cortó un rabo, una faena histórica que no pudo coronar con la espada (Tres pinchazos, media bien colocada y un golpe de descabello necesitó para acabar con el noble toro de Pablo Romero). Pese a ello, la vuelta al ruedo fie apoteósica y el Jurado del Capote de Paseo le concedió una mención especial por su buen toreo de muleta. A mí, aquella forma de torear de muleta me impactó (Reseña del Ruedo)
A esa primera e impactante impresión, siguió un ansía tremenda por indagar y por ahondar en los entresijos de la corrida. En un proceso que creo similar al de tantas otros aficionados, mis fuentes fueron: Primero, lo que escuchaba a los viejos aficionados, comenzando por los de mi entorno familiar y, en segundo lugar, lo que leía y aprendía en los libros de toros y en las reseñas de las revistas taurinas.

Y es que oír, oía mucho y leer, leía mucho. Sobre todo, esto último pues yo, lector empedernido, ya había descubierto la biblioteca taurina de mi abuelo y leía todo cuanto de toros caía en mis manos.


Mirando el pasado. Los mitos

Si la corrida en la plaza podía resultar apasionante, la historia del toreo, los hechos y sucedidos de los grandes toreros del pasado, no le iban a la zaga. Tal y como aparecían en los libros, los toreros de antaño eran uno héroes legendarios protagonistas de proezas tremebundas y cuyas anécdotas poblaban el imaginario de los aficionados.
 
La imagen que nos llegaba de los toreros antiguos era triunfalista y heroica (Grabado de Gustavo Doré "El triunfo del espada" 1874)
Tan tremebunda, tan apasionante era esa historia que, a su lado, al lado de aquellos heroicos toreros de los libros, los toreros de aquel presente, que hoy es ya historia, empalidecían y aparecían empequeñecidos como simples mortales que no alcanzaban, ni por asomo, la grandeza de los viejos maestros retirados o desaparecidos.

Si algo caracteriza al aficionado a los toros, es su permanente nostalgia de un pasado imaginado, un pasado que -por desgracia- casi nunca fue como lo imaginamos.

Y es lógico pues del pasado seleccionamos lo mejor, las tardes de gloria, los toreros que llegaron a la cumbre, las ganaderías míticas. Con el presente hacemos todo lo contrario. "Del pasado, sus grandezas y del presente, sus miserias" podía ser nuestro credo como aficionado.


La memoria y recuerdo de los grandes toreros del pasado hacia empalidecer y desdibujaba la importancia de los toreros de aquel presente: Luis Miguel, Ordoñez, Bienvenida, Camino, Puerta, El Viti, Palomo, Paquirri, Dámaso, etc. no eran nadie ni nada frente a Manolete, Joselito, Laartijo o Pedro Romero.

Mirando al infinito. Los cánones

Además, había otro problema añadido, más importante quizás, y es que aquellos libros que yo leía y aquellos aficionados a los que yo escuchaba, defendían, como normas de obligado cumplimiento, una forma de torear -los cánones- que no tenían nada que ver con lo que los toreros hacían realmente en la plaza.

Luis Miguel Dominguín en un pase natural en la misma Feria de Málaga del 72 en la que vi torear a Antonio Bienvenida. El toreo que los grandes toreros de entonces hacían en la plaza (igual que el que hoy hacen) no tenía (no tiene) nada que ver con los cánones que defendían (y defienden cuarenta y tantos años después) los aficionados más dogmáticos. Un verdadero sinsentido.
Para aumentar esa ceremonia de la confusión que son los actuales cánones, algunos toreros se han obstinado en decir y defender (en público y en privado) justamente lo contrario de lo que luego hacían o habían hecho en los ruedos. Lo preocupante es que al aficionado que los escucha, le resultan más convincentes las palabras que los hechos.
Un divorcio explicable, porque desde principios de siglo y, sobre todo, a partir de la Guerra Civil, el toreo había cambiado de forma radical. A un toro decimonónico de bravura simplificada, criado sólo para matar caballos, le había sustituido un toro de bravura completa, al que se le pedían muchos más matices en la embestida. A un muletazo de trazo corto y simple le había sustituido un muletazo de trazo largo y complejo. Hoy las embestidas del toro y los trazos de los muletazos son aún todavía si cabe mucho más largos y complejos que entonces.

Natural de José Tomás en Nimes. Ni la compleja embestida del toro de hoy, ni el complejo trazo del muletazo del toreo actual tienen nada que ver con el toreo de finales del XIX  y, ni siquiera,, con el toreo de antes de la Guerra Civil.
Aunque esos cambios resultaban muy evidentes, no era tan evidente ni fácil entenderlos ni explicarlos entre otras cosas porque esas claves técnicas del toreo no eran entonces accesibles al aficionado común. Los toreros antiguos eran muy celosos de su oficio y resultaba imposible conseguir que accedieran a desvelar los "trucos" del oficio ni siquiera a sus propios compañeros.

El conocimiento técnico de los viejos aficionados se veía necesariamente reducido a una simplificación esquemática (llamada cánones) de los preceptos contenidos en las viejas tauromaquias con algunas pequeñas -muy pequeñas- aportaciones o matizaciones posteriores.

A lo largo de la historia del toreo, el conocimiento de la técnica por el aficionado se ha reducido prácticamente a lo que decían las viejas Tauromaquias. Siempre me ha interesado sobremanera es la técnica pero, salvo las viejas tauromaquias y algunos raros libros, era muy poco lo que se podía aprender sobre el tema. . 
La visión nostálgica hace que, del toreo ayer, enviemos al baúl de los recuerdos todo lo que no cuadra con nuestros esquemas preconcebidos. Cuando al aficionado dogmático de nuestros días se le habla de toreo en redondo o toreo en ochos, por ejemplo, tuerce el gesto y mira para otro lado pues esas precisiones técnicas, imprescindibles para entender la historia del toreo, le complican la vida y ponen en solfa sus conocimientos anteriores. Todo antes que tener rectificar sus ideas por muy erróneas o parciales que estas sean.. Desde luego no manifiestan ningún interés por comprender el toreo sino sólo por reafirmar sus convicciones. Más que un ejercicio intelectual, el toreo es, para esos aficionados, un ejercicio de fe religiosa.
El estado de la cuestión

Creo que esa radical incapacidad de entender lo que realmente ocurre en el ruedo, propiciada por una visión esquemática y nostálgica, basada en la simplificación de la técnica y en el culto al pasado imaginario, es la que explicaría el radical y eterno descontento o desencanto con el que el aficionado a los toros afronta históricamente su afición.

Dicho de otro modo, no es fácil entusiasmarse con lo que ocurre en la plaza, cuando lo que vemos en ellas no tiene nada con ver con lo que quisiéramos o nos gustaría ver que es lo que ocurre cuando analizamos y valoramos el toreo actual a través de los clichés y estereotipos con los que solemos ir a los toros.

Premiada de forma menor, la grandiosa actuación de Talavante en Madrid con un toro de Cuvillo, ha puesto en evidencia la incapacidad de la afición más conspicua (la madrileña) para entender cabalmente lo que ocurría en el ruedo. Madrid se emociona (¡y de que forma!) pero sólo con lo evidente y emocionante.
(Continuará)

miércoles, 25 de mayo de 2016

Cuando en Madrid se abría la Puerta Grande (casi) todas las tardes

Por Jose Morente

David Mora agradece a "Malagueño" de Alcurrucén su bravura y su nobleza (Fotografía de Andrew Moore)


David Mora y Malagueño

Ayer el público de Madrid recompensó a un toro y a un torero. El torero es David Mora (de todo el escalafón quizás el que más se merecía un éxito de este calibre) y el toro se llamaba Malagueño, de Alcurrucén (ya van dos años seguidos que esa ganadería da el premio gordo en San Isidro). A Malagueño le dieron una merecidísima vuelta al ruedo y a Mora dos merecidísimas orejas y lo sacaron por la Puerta Grande de las Ventas. ¡Bien hecho!

Ese y no otro es el Madrid que nos gusta. El que sabe recompensar a toros y a toreros. El Madrid de siempre. El de antes. Un Madrid exigente pero justo que, cada vez, aparece menos.


Madrid hoy

Y es que el de hoy es, por el contrario, un Madrid en horas bajas, alicorto y capitidisminuido, que ha sustituido la exigencia por la más dura intransigencia. En Madrid ya no se jalea sino que se vocifera.

Y aunque algunos no lo sepan y no se lo crean, Madrid no siempre ha sido así. Salvo con los toreros dominadores y mandones (a los que Madrid nunca ha tragado) esta plaza ha sido siempre exigente pero justa.

Eso antes, porque lo que antes era normal hoy se ha convertido en una excepción. Como el premio de la Puerta Grande, de esa Puerta Grande por la que ayer salía emocionante y emocionado David Mora.

David Mora, emocionado, camino de la Puerta Grande de las Ventas (Fotografía de Andrew Moore)

Las Piuertas Grandes de antaño

Todavía queda algunos aficionados que siguen empeñados en ningunear y menospreciar a los toreros de hogaño con el curioso argumento de la escasez de trofeos (escasez relativa pues a algunos todavía les parecen excesivos los premios que hoy se otorgan) que, según ellos, obtienen los toreros actuales, en especial las figuras, comparativamente con los éxitos y triunfos tan abundantes en los toreros de antaño, 

El ejemplo más socorrido es el número de puertas grandes conseguidas, en la plaza de Madrid, por los toreros de antes -los de los años 50 y 60, sobre todo- frente al escaso bagaje que presentan los de ahora. Según eso, los toreros de antes eran grandes toreros no porque lo fueran sino porque cortaban más orejas mientras que los de ahora son peores toreros no porque lo sean sino porque rara vez obtienen el ansiado premio de la puerta grande de las Ventas.

El argumento es artero y falaz. En primer lugar, porque antes los públicos eran, en general, mucho más entusiastas y generosos por lo que se prodigaban más (mucho más que hoy) en recompensar el mérito de los toreros. Lo que no sucede en nuestros días, ya que impera, en algunas plazas, el cicaterismo más exagerado.

1966. Década de los 60. Cuando en Madrid se pedían orejas con tanta prodigalidad como acierto (Fotografía de El Ruedo)
Y, en segundo lugar, porque, la mayoría de las veces, son esos mismos aficionados (en Madrid son legión) los que se entretienen (la cosa les debe resultar muy divertida) en reventar los legítimos triunfos de los diestros de nuestros días mediante (¡en eso son unos artistas consumados!) una estratégica colección de pitos, improperios, denuestos, palmas de tango y demás elementos de un repertorio tan amplío como execrable (el execrable repertorio de una"mala baba" gratuita y sin fundamento).

Pero, como aquí los discursos huelgan, vamos a los hechos, Y para hechos, nada mejor que repasar el resultado artístico y en trofeos de una feria de San Isidro de aquellos -por esos mismo aficionados protestantes- añorados años 60 del toreo (y que también nosotros añoramos... pero de otra forma). 

En concreto, vamos a viajar hasta la feria de San Isidro de 1966, la de hace justo medio siglo. 

La Feria de San Isidro de 1966. Programa de mano (Fotografía Todocolección)

Los carteles de 1966. Ordoñez, al final, se cayó de los carteles (Todocolección)


El San Isidro de 1966

La Feria de 1966 comenzó el sábado 14 de mayo con una corrida de Benitez Cubero y finalizó el domingo 29 con la tradicional corrida de Miura.

La corrida inaugural la torearon Bienvenida, Manolo Amador y Paco Pallarés. Bienvenida cortó uina oreja y Amador tres por lo que la puerta grande se abrió ya el primer día de feria (¡Igualito que ahora!).

Antonio Bienvenida inauguró la feria cortando la primera oreja. Una oreja que paseó por el ruedo de las Ventas con su proverbial torería (Fotografía El Ruedo)
Y Manolo Amador, abrió la Puerta Grande. Todo el primer día de feria ¡Eran otros tiempos! (Fotografía El Ruedo)
En la corrida del Santo, con toros de Osborne, solo obtuvo trofeos Antoñete (una oreja) que resultó herido de levedad, saliendo sus compañeros de vacío. A la postre, gracias a la televisión la corrida se convirtió en emblemática e histórica. Fue la tarde de Atrevido.

Antoñete frente a Atrevido. No hubo Puerta Grande pero si una faena para la historia (Fotografía El Ruedo)

El lunes, aniversario de la muerte de Joselito, volvieron los éxitos de puerta grande. Diego Valor cortó 3 orejas y abría la de las Ventas que, por lo que estamos viendo, se abría en aquellos años con enorme facilidad.

Puerta Grande de Diego Puerta (Fotografía el Ruedo)

El martes, gran lío. El Cordobés también le cortó dos orejas a su primero y pudo abrir la ansiada Puerta Grande, pero le abroncaron tanto en su segundo toro (6º de la tarde) que renunció a salir por ella.

En el segundo toro del Cordobés se produjo la gran bronca. El de Palma del Río renunció a salir a hombros aunque había cortado dos orejas del toro anterior (Fotografía el Ruedo)

El miércoles, 18 en la confirmación del Inclusero, Litri, que sustituía a Antonio Ordoñez, cortó una oreja en cada toro y Andrés Vázquez dos del sexto, Hubo pues doble salida a hombros por la puerta grande de las Ventas que, como se ve, no se cerraba nunca.

Ordoñez, fue el gran ausente de ese año (Fotografía el Ruedo)

La cosa cambió al día siguiente con los antaño temidos pablorromeros pero que entonces ya sólo eran temidos por su flojedad de remos y por llevar las caras a media altura. El Inclusero cortó, pese a todo, una solitaria oreja.



Otra solitaria oreja cortaría el Pireo en la corrida de Baltasar Ibán del viernes día 20. Una ganadería que, entonces se disputaban la figuras.

Verónica del Pireo en la corrida del día 20 a un toro de Ibán. Un toro muy terciado pues aún no se había cruzado con Juan Pedro (Fotografía El Ruedo)

Los éxitos volvieron el sábado 21 con los de comerciales y algodonosos toros de Alipio Pérez Tabernero. Paco Camino y Tinín cortaron una oreja cada uno pero el Viti hizo doblete en un toro saliendo por la puerta grande.

El día 21 el Viti hizo doblete y una faena calificada de histórica (Fotografía El Ruedo)
El domingo, sin embargo y con los toros de Torrestrella, solo Manolo Amador pudo cortar una solitaria oreja.


Corrida "tediosa" calificaba el Ruedo a la del día 22. Los dibujos de Antonio Casero no tenía, sin embargo, nada de tediosos.
Lo mismo ocurrió el lunes con los Juan Pedro DomecqAntoñete cortó oreja a su primero, mientras que Aparicio y Camino se conformaron con ovaciones y vueltas al ruedo.

El martes 24, con toros de Felipe Bartolomé (Santa Colomas remezclados, según Clarito) Antoñete cortó 2 orejas y Tinín, una. El Cordobés tuvo mala suerte pues aunque cuajó un toro, falló a espadas.

Antoñete cortó dos orejas en la corrida de Felipe Bartolomé(Fotografía El Ruedo)
Pero el miércoles 25, se produjo la clásica explosión (clásica entonces) con los tres espadas a hombros. Litri y El Viti desorejaron cada uno a uno de sus toros mientras Puerta cortaba una oreja en cada uno de los suyos. Los toros eran de Garzón.

En aquella época, todos los años había una corrida (una, al menos) en la que los tres matadores salían a hombros por la Puerta Grande. Hoy día, desde 1982 no se ha vuelto a producir tal evento...  Ni se producirá visto el celo con el que los guardianes de la pureza intentan evitarlo. Siempre la demagogia ha dado buenos frutos
Ni el jueves 26 ni el viernes 27 hubo trofeos y eso que torearon Camino, El Cordobés y Raúl García, la primera tarde, y Ostos, Puerta y Fuentes, la segunda.

Pero el sábado 28, penúltima de feria, Antonio Bienvenida y Curro Romero se las vieron mano a mano con un excelente encierro de Antonio Pérez (los "AP"). Los dos salieron a hombros tras cortar, cada uno, dos orejas en uno de sus toros.


La ausencia de Ordoñez, dejó la penúltima de Feria en un mano a mano entre Antonio Bienvenida y Curro Romero. Los dos salieron a hombros (Fotografía del Ruedo)
Finalmente, con los miuras de cierre, el domingo 29, se las vieron Bienvenida, Ostos y Murillo que no pudieron obtener ningún trofeo. Miura siempre ha sido Miura. 


La Feria se cerró con la corrida de Miura que no dio opciones de trofeo a la terna. Bienvenida se adornaba no obstante con mucha torería. Cerraba la feria como la empezó (Fotografía El Ruedo)

Balance final




En una feria de 15 corridas de toros (no hubo novilladas y los rejoneadores actuaban de uno en uno como prólogo o epílogo de las corridas "formales") se cortaron 36 orejas y se abrió la Puerta Grande en ocho tardes. Dos de ellas por partida doble y una por partida triple. Lo que no está nada mal.

Todavía se lidiaba un toro terciado y de poca edad que, por tanto, tenía mucha más movilidad que el galafate gigantón y cornalón, muy baqueteado y manoseado, o sea, muy correoso que ahora tanto gusta y que sólo excepcionalmente (como Malagueño) embiste con repetición y ritmo. Un toro que, en general, transmite muy poco y obliga al torero a ponerlo todo de su parte.

El público, el aficionado, era quizás mucho más entendido que ahora. Desde luego, era mucho menos dogmático, los pinchazos en lo alto se valoraban igual que una estocada buena y mejor que una estocada mala y aunque ya la prensa empezaba a arrear con cánones y tópicos, la baraja de toreros, de estilos de toreros, era amplía y se podía triunfar manejando conceptos muy diferentes. La diversidad de estilos era un valor apreciado y valorado por la afición. Al contrario, de lo que hoy ocurre ya que por mor de los talibames que tienen secuestrada ideológicamente a la plaza, triunfar resulta casi imposible para la mayoría de los toreros.

Madrid ya no es lo que era.

Lo peor es que, tal y como están las cosas, difícilmente lo volverá a ser.

Lo que va de ayer a hoy. La corrida de Pablo Romero en el Batán. Cuando Madrid era Madrid