Hace unos día reunidos en tertulia taurina un grupo de buenos aficionados a la que nos convocaba mi amigo Juan Manuel Pozo, se planteaba, con motivo de la próxima corrida Picassiana, varios temas y entre ellos el del conocimiento que pudiera tener Pablo Picasso sobre toros.
Es evidente que el pintor malagueño se sentía atraído por el mundo taurino. Ahí están sus cuadros y su amistad con Luís Miguel y Paola Dominguín. Así como su asistencia alborozada y alegre a algunas corridas organizadas en su honor.
Pero cabe la duda de si Picasso se acercó al mundo de los toros por curiosidad o realmente entendía de toros y comprendía las claves de la Fiesta.
Se comentó en la reunión (lo dijo Eugenio Chicano) que podrían existir 3 ó 4 libros que trataran de forma específica el tema de la pintura taurina de Picasso. Lo que no estaba claro es si el tema de los conocimientos taurinos de Picasso había sido abordado en alguno de ellos.
Se plantea aquí un debate parecido al de Goya, al que se pretendía (lo pretendían algunos) antitaurino. El argumento sería que el pintor de Fuendetodos habría utilizado su pintura para denunciar la crueldad de la fiesta, pero que, en el fondo no le gustaban los toros. Este debate parece que en el caso de Goya está hoy resuelto y se conviene que Goya fue realmente un gran aficionado a los toros, que incluso ejerció como aficionado práctico. Pero ¿que sucede con Picasso? ¿Era realmente no sólo aficionado a la Fiesta, sino lo que se conoce como buen aficionado? o, por el contrario ¿Utilizaba la temática taurina como medio de expresar determinados sentimientos?
Mientras se hablaba de todo esto recordé que, en casa, tenía una antigua publicación sobre este tema “La Minitauromaquia de Picasso” de Manuel Múgica Gallo (Editorial Prensa Española, Madrid, 1971). Esta es la portada (Por cierto, con un dibujo muy curioso de Antonio Mingote).
Manuel Mugica plantea una curiosa tesis y señala que si bien hay que admitir que Picasso era aficionado a los toros, el piensa que no era un "buen" aficionado. Se basa para esta afirmación en las pinturas taurinas del malagueño y concretamente en que los toros que Picasso pinta carecen del poderío y la fuerza que exige el aficionado cabal. La Tauromaquia de Picasso se acercaría al ballet y no a la rotundidad de la verdadera corrida de toros.
Hay que pensar que esta tesis (que no comparto en absoluto) responde a un momento muy específico de la historia de la Fiesta taurina. En concreto, finales de los 60, cuando el toro que se lidia en los ruedos españoles no alcanza los cuatro años (el hierro que garantizaba la edad del toro se implantó en 1969), situación que luego cambiaría. Por otro lado, suponer que sólo puede asignarse la etiqueta de buen aficionado a aquel que demanda (o pinta) un toro con un determinado comportamiento claramente idealizado resulta, cuando menos, excluyente.
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