martes, 14 de junio de 2016

Cuaderno de notas (LXXXVII) No se debe confundir poderío con ventajismo

En sus primeros 6 años de matador, Manolo Martínez, uno de los toreros más poderosos y quizás por eso acusado de ventajista por algunos supuestos conocedores y a quien va dedicado el texto de Cantú, recibió 10 cornadas graves. 
"Siempre que un torero ve con claridad -y serenidad- las condiciones de la mayoría de los astados y percibe respuestas donde los demás vislumbran oscuras interrogaciones, invariablemente se le cuelga el calificativo de ventajista.

Tal parece que en el ánimo de cierto público y de algunos conocedores la superioridad y el dominio nato delante de los toros son una ventaja y que se tiene que estar a merced de las embestidas, si no es en los pitones mismos, para que haya verdad en una faena.

Desde Pedro Romero hasta Fermín Espinosa, pasando por Paquiro, Guerrita y Joselito, el poderío siempre se ha confundido con el ventajismo que, en todo caso, ha de ser tan complicado como el poder, ya que conocidas de sobra por la mayoría de los toreros, las ventajas no han convertido a nadie en figura de los ruedos".

Guillermo H. Cantú "Muerte de azúcar- Substancia taurina de México (Editorial Diana, 1ª ed., México, 1984. Páginas 202 y 204)

1 comentario:

Cincinato dijo...

Interesante reflexión.

Pone de manifiesto una paradoja del toreo: cuando mejor es el torero, menos importancia parece que tiene lo que hace. No solo por las inevitables acusaciones de ventajismo, sino también porque se elimina -o al menos se atenúa- el siempre imprescindible ingrediente de la emoción.

Hoy en día tenemos dos ejemplos evidentes: Ponce y El Juli.

Por supuesto que a un aficionado avisado también le puede emocionar la manera en la que estos dos maestros -u otros- vencen las dificultades de los astados, pero tenemos que reconocer que la evolución de toros y toreros es una amenaza a la Fiesta, que puede morir de éxito.

Trataré de explicarme.

Al hablar de las amenazas que penden sobre esta afición nuestra, nos fijamos sobre todo en los antitaurinos y el prohibicionismo. Otros además dicen que el peor enemigo está dentro, y acusan a los taurinos profesionales de todo tipo de abusos y corruptelas.

Considero que hay otra amenaza que a menudo nos pasa desapercibida: la propia evolución de la Fiesta. Si cada vez se torea mejor, técnicamente hablando, y por otra parte los ganaderos "elaboran" un toro cada vez más colaborador... ¿Dónde queda la emoción? Queda al alcance solo de lo que puedan hacer los exquisitos, que son pocos (Morante... ¿y?). Y no lo olvidemos: el peor enemigo de la Fiesta es el bostezo.

Desde la época de José y Juan a nuestros días, la Fiesta ha evolucionado hacia ser cada vez menos bárbara. Nadie quiere volver a lo de antes (al menos yo no quiero) pero esa evolución acarrea peligros. Lo intuyó Cossío al final de su entrada sobre Belmonte en "Los Toros", lo intuyó Ortega y Gasset cuando escribió que el toreo podía morir por el estilismo, y una reflexión parecida creo que puso Chávez Nogales en boca de Belmonte al final de su famoso libro.

Como suele decir el crítico riojano Pedro Mari Azofra, en una corrida no queremos cogidas, pero sí que se debe ver lo que él llama "víspera de peligro". ¿Se ve cuando Juli y Ponce torean un Garcigrande, por ejemplo? En su papel de mandones del toreo, eligen lo cómodo. Muy comprensible. Pero ponerles a esos titanes de la técnica frente a los toros que matan el 95% de las tardes, que a veces parece que salen ya lidiados de toriles, es como ver un combate de boxeo entre un peso superpesado y un peso mosca, me temo.

¿Ando bien encaminado o estamos ante las típicas Jeremiadas del aficionado de toros, recurrentes en el tiempo a lo largo de los siglos? Sobre eso, sobre el carácter crónico de nuestros lamentos y si un día vendrá de verdad el lobo o no, habrá que hablar otro día.