lunes, 26 de octubre de 2015

La tierra es redonda (y el toreo, también)

Por Jose Morente


La tierra es redondo y se mueve alrededor del sol (igual que el toro se mueve alrededor del torero) como sostuvo Galileo Galilei, contra viento y marea. Contra el viento de la intransigencia y la marea de la intolerancia.

A mi buen amigo, en la distancias cortas, Gastón Ramírez a quien -algunas veces- le pierde (¿o quizás le gana?) su excesiva ironía.
¿Existe acaso alguien tan insensato como para creer que hay personas cuyas huellas están más altas que sus cabezas? ¿Que las simientes y los árboles crecen cabeza abajo? ¿Que las lluvias y las nieves caen hacia arriba hacia el suelo? No tengo palabras para dar a aquellos que, una vez que han errado, perseveran insistentemente en su locura y defienden una cosa vana tras otra (Lactancio, siglo III d.C.)

La tierra es redonda
 
Para algunas gentes del medievo, suponer que la tierra era redonda resultaba inimaginable. Ellos preferían pensar que la tierra era plana. Les resultaba más sencillo de entender y, sobre todo, era más acorde con las enseñanzas recibidas de sus mayores. Mas cómodo en resumen.
 
Creo que, a lo largo de la historia de la humanidad, las dos causas que más jugado en contra del progreso han sido el esquematismo (o sea, el intento de simplificar la complejidad de las cosas más allá de lo razonable) y el inmovilismo (o sea, el temor y rechazo injustificado a los cambios, a las novedades)
 
Esa doble actitud es la que explica lo dificultoso que resultó en su día convencer a algunos de que la Tierra era redonda. La creencia en una tierra plana simplificaba mucho las cosas y cambiar las ideas recibidas, era demasiado incomodo. Resulta más fácil, condenar a la hoguera a los heterodoxos que luchaban contra las ideas heredadas que tener que repensar esas ideas.
 

Pensar que la tierra es plana impide dar una explicación lógica a determinados hechos físicas que resultan claros y coherentes desde el momento en el que aceptamos su redondez. Sin embargo es más cómodo que tener que cambiar de ideas.
Cyntha Colbourne me comenta que:" El dibujo del hombre mirando el barco es como mirar una faena en la Maestranza desde el tendido 12". Al hilo de su comentario se me ocurre pensar que la preocupación por el famoso desnivel parece que no es de Morante sino que vendría de los tiempos de Galileo.
 
El toreo es redondo
 
Con el toreo en redondo, ocurre algo parecido. Lo elemental, lo fácil, lo sencillo, lo primigenio al torear, es alternar pitones (torear en ochos) con el toro por las afueras para salvar el pellejo. O sea, torear en movimiento y a base de pequeños quiebros sobre las piernas desplazando al toro.
 
Que un valiente se plante en el platillo para aguantar, impávido y sin menear las piernas, las acometidas del toro es una osadía. Pero que, después del primer muletazo, se gire y pretenda engañar al toro por el mismo pitón (los toros aprenden) es una proeza que raya en el heroísmo.

Hoy vemos normal ese modo de torear en redondo (varios muletazos seguidos por el mismo pitón), pero no lo es. En su tiempo, supuso un cambio sustancial que provocó el alborozo de los públicos. Una especie de cataclismo taurino. Una nueva moda y unos nuevos modos que, lógicamente, exigieron unas nuevas formas y una técnica diferente a la que anteriormente se estilaba.
 
El muletazo de ahora (largo, profundo, lento y mandón) no tiene nada que ver con  el muletazo antiguo (corto, sesgado, fugaz y valiente). La técnica que lo posibilita (y que se basa en la entrega y en el dominio) tampoco tiene nada que ver con esa técnica defensiva que se usaba antes.

Presentar la muleta plana y adelantada cual escudo de guerrero; colocarse de frente para mejor controlar el inicio del muletazo; cargar la suerte, adelantando la pierna de salida para desplazar al toro hacia las afueras; moverse el torero, entre muletazo y muletazo, ganando el terreno que antes ocupaba el toro, son ardides defensivos que encajan muy bien en el toreo en ochos pero que no tienen nada que ver con el parado y más complejo técnicamente toreo en redondo.
 

 
 
En la imagen, José Tomás en Nimes en un natural que se desarrolla conforme a la mejor técnica del toreo e redondo: La muleta no se presenta plana y adelantada como un escudo sino a un lado y oblicua; la pierna no se adelanta sino que se mantiene anclada en el suelo; el toro no le pasa al torero por el costado sino por todo su frente; el remate no se realiza detrás de la cadera sino mucho más allá de la cadera; Pensar que se debe utilizar la técnica del toreo en ochos cuando se torea en redondo, impide dar una explicación lógica al toreo que se hace en las plazas. Un toreo en redondo que resulta claro y coherente desde el momento en el que aceptamos sus propias leyes internas.
 
El rechazo de algunos aficionados

Sin embargo, los aficionados que vieron como nacía el toreo en redondo fueron incapaces de aceptar de buen grado los cambios que esa nueva forma de torear implicaba y siguieron aferrados a sus viejos principios. Unos principios (los cánones del toreo en ochos) que eran, en realidad, una simplificación esquemática de las reglas que contenían las viejas tauromaquias.

Y es que, como ya hemos dicho, no resulta fácil cambiar de hábitos ni de manera de pensar. Ya sea por comodidad y pereza (o por un mal entendido esquematismo, unido a un proverbial inmovilismo), los aficionados (algunos aficionados) siguieron, y siguen todavía hoy, empecinados en exigir esos modos antiguos aun cuando se torea en redondo. Y, lo que es peor, siguen empecinados en enjuiciar y valorar el moderno toreo en redondo con  los conceptos, modos y formas que son propios del toreo en ochos.
 
Igual que los religiosos de la Inquisición que obligaron a Galileo a retractarse, incapaces de aceptar la idea de que la tierra era redondo, los aficionados (algunos aficionados) siguen exigiendo a los toreros de ahora que se retracten de su forma de torear en redondo, tan sólo porque a ellos les resulta imposible entenderla.

Y, sin embargo, se mueve... se mueve la tierra (el toro), mientras permanece quieto el sol  (el torero). Se torea en redondo, no en ochos.
 
Es un hecho incontestable e irreversible. Incluso aunque algunos aficionados no quieran aceptarlo, del mismo modo que los Inquisidores del Santo Oficio no querían aceptar la redondez de la tierra.

Lo que no se puede ni debe es condenar a Galileo (o a los toreros) por exponer su verdad.

La verdad de la redondez de la tierra o la verdad del toreo en redondo.
 
Es importante aclarar que el dilema que aquí se plantea no se refiere a cuestión de gustos o preferencias sobre una u otra forma de torear (a mí, personalmente, me gustan las dos) sino a ejercer o no de Inquisidores contra aquello que no nos gusta. En la imagen, un aficionado limeño de los años 70 manifiesta públicamente su indignación mientras el resto del público permanece expectante.

1 comentario:

Paco Carmona dijo...

El toreo no sólo se mueve, sino que nunca ha dejado de hacerlo. Los toreros (los muy buenos) como buenos descubridores, no pueden estar supeditados a lo que clama una parte del público. Los diestros normales sí, e incluso lo hay muy buenos que tampoco aportan nada más allá que triunfar casi a diario, cosa excepcional. Pero los toreros excepcionales, siempre tienen algo nuevo que decir, un mundo nuevo por descubrir. El Toreo como la Tierra, está en constante movimiento, haciendo caso omiso a otros mecanismos de frenado impuestos por aquellos que miran con recelo cualquier cambio que suponga parar y ponerse a pensar.
Una vez más, gracias por indagar y hacernos de nuestra afición, una afición más preparada e inteligente, que nos sirva como herramienta de poder ante el sistema oficial que por sistema nos han hecho creer.
Un saludo