domingo, 17 de marzo de 2013

Análisis “grado cero”

Por Alexandre Coursier

El suplicio de Tántalo

Análisis “grado cero” (1)

El arte del toreo es objeto de múltiples comentarios y propuestas teóricas, unas más sabias que otras. Por mi parte, voy a tratar de regresar al “grado cero” del análisis.

¡Es evidentemente necesario, comenzar por el toro y no olvidar que antes de ser bravo, encastado, enrazado, noble, etc. es una bestia, un animal y sólo eso! El debate sobre los toros está hoy intoxicado totalmente por el antropomorfismo. El toro no es un hombre. Por eso intentar imaginar lo que siente, a partir de nuestra experiencia como hombres, no tiene ningún sentido. No, al toro no le impresionan los alardes de valor del torero. El toro no da importancia a que el torero se cruce o le adelante la pierna, aunque esto, a nosotros, nos parezca el súmmum del riesgo.

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Pelea de toros en el campo

Regresemos al campo

Regresemos al campo porque es allí donde se puede observar el comportamiento del toro para relacionarlo con lo que después pasará en el ruedo.

Las luchas entre toros son frecuentes y casi todas transcurren del mismo modo: dos toros se enfrentan testuz contra testuz. El menos fuerte recula, retrocede, abandona y huye. El otro lo persigue algunos metros pero detiene su carrera cuando el vencido se aleje (animal dominante/animal dominado).

Hay que empezar por aquí, porque eso mismo es lo que luego pasará en el ruedo. El toro embiste contra los obstáculos, elementos molestos e irritantes que, sistemáticamente, se escapan y huyen: hombre, capa, muleta. El único que no se va inmediatamente es el caballo, pero acaba por alejarse; y podemos llegar a pensar que el toro se puede sentir vencedor finalmente en su lucha contra el caballo cuando este último abandona el escenario.

El toro, ciertamente, debería sentirse dueño de la situación durante la mayor parte de su pelea en el ruedo: Tan pronto como decide embestir, todos huyen

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 Jose Maria Manzanares, Feria San Miguel 2012, torea ante la atenta mirada de los aficionados llegados a Sevilla desde distintas partes del mundo.

¿Qué es, entonces, lo que permite “torear” al toro? Si "torear” al toro es dominarlo, imponer momentáneamente la supremacía del hombre, podemos enumerar tres factores:

Reducir su poderío:

  • Mediante las heridas de la puya y las banderillas
  • Mediante las múltiples carreras a través del ruedo
  • Mediante las tensiones que generan los pases: pases largos o bruscos, remates violentos laterales o por alto, muletazos o capotazos por bajo, trayectorias muy curvadas, encadenamiento rápido de pases y de series… Todo lo cual acaba por agotarlo (el cambio de trayectoria impuesto por una pierna que se adelanta es totalmente insignificante en este arsenal).

Perturbar su seguridad, hacerle perder el control:

  • Mediante la elección de los terrenos,
  • Mediante la alternancia de series con la mano derecha y con la mano izquierda.

Reducir su potencia psicológica, su actitud agresiva: Es la parte más sutil. Se trata de conseguir que el toro sienta que sus ataques son inútiles:

  • Por la repetición de los pases y de las series que deben dar la sensación al toro de que nunca conseguirá ser el ganador del combate contra ese adversario que siempre huye pero que vuelve sin cesar.
  • Por la precisión de los pases, pero, sobre todo, ¡Por el temple!. El temple es el suplicio de Tántalo: una muleta siempre al alcance de pitón y, sin embargo, inaccesible y que nunca conseguirá alcanzar.

El problema es que el toro tiene que ser toreado, dominado, amaestrado, pero no demasiado y, sobre todo, no demasiado pronto porque "el que quiera torear bien tiene que motivar a su toro" (2)

El arte del “buen toreo” consiste en utilizar, de modo consciente y de forma adecuadamente dosificada, los procedimientos de dominio y motivación del toro. Porque no hay que olvidar que si el torero debe, por su arte, aparecer como un maestro y ganarse el derecho moral de llevar estoque, tiene -sobre todo- la obligación de hacernos evidentes las cualidades del toro, ya que para eso vamos a la plaza.

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Fotografía: Michael Crouser

Traducción: Jose Morente

Notas:

(1) Esta entrada se publicó inicialmente el pasado 15 de marzo, en lengua francesa, en el blog “Al gurugú” de Alexandre Coursier, dedicado a los toros y el flamenco.

Es la segunda vez que tenemos la suerte y el honor de poder incluir, en La Razón incorpórea, un post de este magnífico blog francés con un texto que (como es habitual en esa bitácora) es capaz de sugerir tantas ideas con tan pocas palabras.

(2) En el original francés se hace un juego de palabras “qui veut toréer bien ménage son bovin”, que hemos traducido libremente y que es una parodia de un proverbio francés que dice:"Qui veut voyager loin ménage sa monture" (“El que quiera viajar lejos, tiene que cuidar su montura”) y cuyo equivalente castellano podría ser: “Un buen caballero jamás descuida su espada”. Si bien deberíamos haber utilizado el término “cuidar” (en el sentido que se deduce del propio contexto del artículo) hemos optado por sustituirlo por el término “motivarpara evitar las connotaciones negativas que el primero de estos términos (“cuidar”) tiene en el actual lenguaje taurino.

1 comentario:

Jose Morente dijo...

Estimado Alexandre:

Simplemente quería dejar constancia del placer que para mí ha supuesto traducir su texto y eso que ya sabemos que el traductor no es sino un traidor de las ideas expuestas en la lengua original. Espero que, en este caso, la "traición" haya sido mínima.

En cualquier caso, me han parecido sumamente sugerente los matices que usted aporta sobre la relación del comportamiento del toro en la plaza y el que antes tuvo en el campo. Algo cuya importancia ya recalcó en su día el diestro mexicano Manolo Martínez.

El torero (no el público) cuando se presenta ante el toro tiene que intenta adivinar lo que este "piensa" anticipando así sus reacciones para poder controlarlas.

Varios son los medios de que dispone para ese dominio y que usted tan didácticamente enumera pero, lo más importante, lo reitero creo es esa capacidad del diestro de ponerse en el "lugar" del enemigo para ver las cosas desde "su" punto de vista. Con la perspectiva de aquel.

En resumen, y como decía en la entradilla, un texto muy sugerente que, entre otras cosas, ha propiciado una reflexión espontánea pero también muy interesante del maestro Fernando Cámara.

Un cordial y afectuoso saludo.