La aportación de Belmonte al toreo trajo muchas cosas buenas y otras que no lo fueron tanto. Con Juan aparece -y triunfa- en la Fiesta un tipo de torero que, si bien existía antes, no se le daba tanto cuartelillo: el torero que espera su toro.
Algo de eso hubo con otros diestros anteriores como Lagartijo con su famosa paloma azul pero siempre sin llegar al extremo al que llegó Belmonte quien se podía pasar media temporada esperando el toro soñado y la faena soñada que, cuando escasa, acaba siendo sobrevalorada por los públicos.
Mucho de su herencia queda en el toreo de hoy en el que los toreros intentan, casi siempre, imponer un único modo de torear a todos los toros. Un planteamiento que, unido a la necesidad imperiosa de triunfar todas las tardes (lo que, a la postre, resulta contradictorio) aboca a una aparente monotonía.
No se me escapa que esa faena única repetida hasta la saciedad no está exenta de matices y detalles pero, en general, esos matices, esas diferencias, son tan sutiles, tan mínimas, que escapan a la atención del espectador ocasional e, incluso, a la del aficionado más avezado.
Ayer se vio en Sevilla. Recibían Morante y Ureña a sus dos primeros toros siguiendo el patrón habitual de esperarlos en tablas para, después de tanteados, intentar estirarse a la verónica, loable empeño condenado al fracaso pues la corrida de Alcurrucén salió mansa de solemnidad con todos los toros huidos durante toda su lidia. No era nada fácil sujetarlos.
Sin embargo, hete aquí que al jovencísimo Javier Jiménez se le ocurrió -bendita ocurrencia- saltarse el guión, desempolvar una página de la Lidia o de la tauromaquia más añeja, olvidarse de la herencia belmontina y recuperar el legado de aquellos viejos y grandes lidiadores (tales Paquiro, Guerrita o Joselito) que hicieron realmente grande esta fiesta.
Javier no esperó en las tablas a que le llevasen allí su toro (Clarinete se llamaba el tercero de la tarde) sino que fue, decidido a buscarlo a su querencia en terrenos relativamente próximos a toriles. Y desde allí, se fue atravesando toda la plaza, andando para atrás, perdiéndole pasos, acostumbrándole a embestir, desengañando al manso, con capotazos suaves, precisos y medidos para, cuando ya lo tuvo encelado en el engaño, comenzar -entonces sí- a torear por verónicas, con ajuste y hondura. desandando el camino andado y ganándole al toro el terreno y la partida.
A partir de ahí, el toro pareció ya otro, mucho mejor que sus hermanos, sobre todo desde banderillas, quizás también porque Manuel Cordero lo picó muy bien y la cuadrilla (citemos a Lipi) le dio la brega precisa.
Brega o lidia que había comenzado en los lances de recibo de Javier Jimenez quien, desempolvando tauromaquias añejas, nos hizo sentir la emoción de ese buen toreo que viene del conocimiento de las reses y de la intuición y la inteligencia del torero.
Para mí, una de las fuentes de emoción más fiable en el toreo.
4 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo, José. Al principio, a esos toros hay que andarles para atras para que se confien. Afinando mucho, quizás Javier Jiménez debió plantear su faena de muleta en los terrenos de sol, donde el toro marco la querencia de su mansedumbre. Pero estuvo eltorero estuvo extraordinario y dejó al aficionado las ganas de volverlo a ver en Abril.
Antonio Liger
Antonio Liger:
Es posible, aunque también es posible que, en esos terrenos, la querencia hubiese pesado demasiado. En cualquier caso, parece que estamos de acuerdo en que Javier tuvo una actuación muy, muy torera.
Un fuerte abrazo
Pero en esa época de Paquiro, Guerrita, Joselito...¿a los toros no los recibía el banderillero?
Anónimo:
No se trata tanto de quien recibe al toro sino del concepto. No es lo mismo torear para el toro, bregar, lidiar, intentar corregir sus defectos sacrificando el lucimiento que es lo que siempre han hecho los peones de brega y los buenos lidiadores como atender única y exclusivamente al lucimiento. Corriente esta última que también viene de antiguo.
Son dos modos de entender el toreo.
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