viernes, 27 de mayo de 2016

La visión del aficionado (I)

Por Jose Morente


1972. Antonio Bienvenida torea con la muleta y de ensueño a un toro de Pablo Romero en la Feria de Málaga. Fue la mejor faena de la Feria y de otras muchas ferias. La primera faena que vi cuando pude volver a los toros con catorce años cumplidos (Fotografía del Ruedo)

Mi primeros pasos como aficionado

Cuando por mi edad, pues ya había cumplido ya los catorce que exigía la reglamentación entonces vigente, pudieron llevarme otra vez a una Plaza de Toros, quedé impresionado por lo que se presentaba ante mis ojos. Toreaba esa tarde, en Málaga, Antonio Bienvenida, un verdadero maestro pleno de torería, con Miguelín y Miguel Márquez, toros de Pablo Romero. El espectáculo, por su emoción y colorido, era fascinante, especialmente para la mirada de un niño ávido de nuevas sensaciones.

Antonio Bienvenida hizo en Málaga, en una tarde en la que Miguelín cortó un rabo, una faena histórica que no pudo coronar con la espada (Tres pinchazos, media bien colocada y un golpe de descabello necesitó para acabar con el noble toro de Pablo Romero). Pese a ello, la vuelta al ruedo fie apoteósica y el Jurado del Capote de Paseo le concedió una mención especial por su buen toreo de muleta. A mí, aquella forma de torear de muleta me impactó (Reseña del Ruedo)
A esa primera e impactante impresión, siguió un ansía tremenda por indagar y por ahondar en los entresijos de la corrida. En un proceso que creo similar al de tantas otros aficionados, mis fuentes fueron: Primero, lo que escuchaba a los viejos aficionados, comenzando por los de mi entorno familiar y, en segundo lugar, lo que leía y aprendía en los libros de toros y en las reseñas de las revistas taurinas.

Y es que oír, oía mucho y leer, leía mucho. Sobre todo, esto último pues yo, lector empedernido, ya había descubierto la biblioteca taurina de mi abuelo y leía todo cuanto de toros caía en mis manos.


Mirando el pasado. Los mitos

Si la corrida en la plaza podía resultar apasionante, la historia del toreo, los hechos y sucedidos de los grandes toreros del pasado, no le iban a la zaga. Tal y como aparecían en los libros, los toreros de antaño eran uno héroes legendarios protagonistas de proezas tremebundas y cuyas anécdotas poblaban el imaginario de los aficionados.
 
La imagen que nos llegaba de los toreros antiguos era triunfalista y heroica (Grabado de Gustavo Doré "El triunfo del espada" 1874)
Tan tremebunda, tan apasionante era esa historia que, a su lado, al lado de aquellos heroicos toreros de los libros, los toreros de aquel presente, que hoy es ya historia, empalidecían y aparecían empequeñecidos como simples mortales que no alcanzaban, ni por asomo, la grandeza de los viejos maestros retirados o desaparecidos.

Si algo caracteriza al aficionado a los toros, es su permanente nostalgia de un pasado imaginado, un pasado que -por desgracia- casi nunca fue como lo imaginamos.

Y es lógico pues del pasado seleccionamos lo mejor, las tardes de gloria, los toreros que llegaron a la cumbre, las ganaderías míticas. Con el presente hacemos todo lo contrario. "Del pasado, sus grandezas y del presente, sus miserias" podía ser nuestro credo como aficionado.


La memoria y recuerdo de los grandes toreros del pasado hacia empalidecer y desdibujaba la importancia de los toreros de aquel presente: Luis Miguel, Ordoñez, Bienvenida, Camino, Puerta, El Viti, Palomo, Paquirri, Dámaso, etc. no eran nadie ni nada frente a Manolete, Joselito, Laartijo o Pedro Romero.

Mirando al infinito. Los cánones

Además, había otro problema añadido, más importante quizás, y es que aquellos libros que yo leía y aquellos aficionados a los que yo escuchaba, defendían, como normas de obligado cumplimiento, una forma de torear -los cánones- que no tenían nada que ver con lo que los toreros hacían realmente en la plaza.

Luis Miguel Dominguín en un pase natural en la misma Feria de Málaga del 72 en la que vi torear a Antonio Bienvenida. El toreo que los grandes toreros de entonces hacían en la plaza (igual que el que hoy hacen) no tenía (no tiene) nada que ver con los cánones que defendían (y defienden cuarenta y tantos años después) los aficionados más dogmáticos. Un verdadero sinsentido.
Para aumentar esa ceremonia de la confusión que son los actuales cánones, algunos toreros se han obstinado en decir y defender (en público y en privado) justamente lo contrario de lo que luego hacían o habían hecho en los ruedos. Lo preocupante es que al aficionado que los escucha, le resultan más convincentes las palabras que los hechos.
Un divorcio explicable, porque desde principios de siglo y, sobre todo, a partir de la Guerra Civil, el toreo había cambiado de forma radical. A un toro decimonónico de bravura simplificada, criado sólo para matar caballos, le había sustituido un toro de bravura completa, al que se le pedían muchos más matices en la embestida. A un muletazo de trazo corto y simple le había sustituido un muletazo de trazo largo y complejo. Hoy las embestidas del toro y los trazos de los muletazos son aún todavía si cabe mucho más largos y complejos que entonces.

Natural de José Tomás en Nimes. Ni la compleja embestida del toro de hoy, ni el complejo trazo del muletazo del toreo actual tienen nada que ver con el toreo de finales del XIX  y, ni siquiera,, con el toreo de antes de la Guerra Civil.
Aunque esos cambios resultaban muy evidentes, no era tan evidente ni fácil entenderlos ni explicarlos entre otras cosas porque esas claves técnicas del toreo no eran entonces accesibles al aficionado común. Los toreros antiguos eran muy celosos de su oficio y resultaba imposible conseguir que accedieran a desvelar los "trucos" del oficio ni siquiera a sus propios compañeros.

El conocimiento técnico de los viejos aficionados se veía necesariamente reducido a una simplificación esquemática (llamada cánones) de los preceptos contenidos en las viejas tauromaquias con algunas pequeñas -muy pequeñas- aportaciones o matizaciones posteriores.

A lo largo de la historia del toreo, el conocimiento de la técnica por el aficionado se ha reducido prácticamente a lo que decían las viejas Tauromaquias. Siempre me ha interesado sobremanera es la técnica pero, salvo las viejas tauromaquias y algunos raros libros, era muy poco lo que se podía aprender sobre el tema. . 
La visión nostálgica hace que, del toreo ayer, enviemos al baúl de los recuerdos todo lo que no cuadra con nuestros esquemas preconcebidos. Cuando al aficionado dogmático de nuestros días se le habla de toreo en redondo o toreo en ochos, por ejemplo, tuerce el gesto y mira para otro lado pues esas precisiones técnicas, imprescindibles para entender la historia del toreo, le complican la vida y ponen en solfa sus conocimientos anteriores. Todo antes que tener rectificar sus ideas por muy erróneas o parciales que estas sean.. Desde luego no manifiestan ningún interés por comprender el toreo sino sólo por reafirmar sus convicciones. Más que un ejercicio intelectual, el toreo es, para esos aficionados, un ejercicio de fe religiosa.
El estado de la cuestión

Creo que esa radical incapacidad de entender lo que realmente ocurre en el ruedo, propiciada por una visión esquemática y nostálgica, basada en la simplificación de la técnica y en el culto al pasado imaginario, es la que explicaría el radical y eterno descontento o desencanto con el que el aficionado a los toros afronta históricamente su afición.

Dicho de otro modo, no es fácil entusiasmarse con lo que ocurre en la plaza, cuando lo que vemos en ellas no tiene nada con ver con lo que quisiéramos o nos gustaría ver que es lo que ocurre cuando analizamos y valoramos el toreo actual a través de los clichés y estereotipos con los que solemos ir a los toros.

Premiada de forma menor, la grandiosa actuación de Talavante en Madrid con un toro de Cuvillo, ha puesto en evidencia la incapacidad de la afición más conspicua (la madrileña) para entender cabalmente lo que ocurría en el ruedo. Madrid se emociona (¡y de que forma!) pero sólo con lo evidente y emocionante.
(Continuará)

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