miércoles, 3 de agosto de 2011

Los pajaritos y yo nos levantamos a un tiempo

Un texto de Luís Soler

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La razón incorpórea se viste de gala pues publicamos hoy un artículo inédito de Luís Soler (“Los pajarillos”) sobre quien -aunque no necesita presentación- nos parece oportuno señalar que aparte de una persona comprometida hasta la médula con la vida, la sociedad y el flamenco es, ante todo y sobre todo, muy buena gente y amigo de sus amigos. ¡Ole, tú!

Aconsejo leer el texto escuchando las magníficas soleares bailables de Antonio Mairena con la guitarra de Melchor de Marchena. El placer es doble.

Al final se incluye una guía de escucha del cante también de Luís, en este caso en autoría conjunta con Ramón Soler y que está incluido en el imprescindible libro de ambos “los cantes de Antonio Mairena”.

 

“Los pajarillos” por Luis Soler

En el patio de la casa donde habito, todos los días atentamente escucho a unas dulces e indefensas criaturitas que con su exquisito canto me traen la mañana.

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En mi coqueto y preferido rincón donde las ramas se arrebujan enseñoreando con orgullo la belleza de sus flores; junto a dos grandes y hermosos macetones cuajados de helechos, gitanillas, geranios y rosales permanezco sentado en mi vieja hamaca pendiente de una cita no por repetida menos deseada y admirada. A esta acuden algunos tempraneros pajarillos que asomándose por lo alto de la tapia con sus saltarines movimientos me saludan al verme. Es la misma escena que día tras días se repite cuando el sol ofrece sus primeros rayos.

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Mientras eso ocurre, apuro los últimos sorbos de la taza de café. Ese encantador momento que cada mañana, a la misma hora se reproduce, es un suceso que la naturaleza nos regala y por el que los seres humanos nos sentimos agraciados. Cuando ese acontecimiento tiene lugar no hay tiempo para preguntas, sólo cortos y breves instantes para admirar la belleza de tan maravilloso pasaje.

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Cuando ya preparada tengo mi mirada y el resto de todos mis sentidos están concentrados para no perderme ni una sola secuencia, ni un solo fotograma de tan fascinante espectáculo, aparece con toda su naturalidad la magia de la alborada inundando con su luz todos lo rincones de mi pequeño y ajardinado patio. En ese marco tan lindo y acogedor estos individuos, tan pequeñines, como llamados por un director de orquesta, ofrecen sus sones y danzas cuan duendecillos son revoloteando a mi alrededor. Sus idas y venidas, siempre a un mismo lugar, mientras dura la función, me alertan de la belleza de sus carreras y mudanzas.

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Coincidente será, pero, cuando el dulce amanecer muestra su mayor encanto es cuando mi memoria no atiende otro escenario que a la hermosura de tan impresionante gala. Esa escena me da sosiego y quietud a mis males, también alivio a mis dolencias. Es como una terapia que presta remedio y consuelo a los muchos achaques que me da la traicionera enfermedad que padezco. Aunque sólo sean por unos minutos es impresionante contemplar el panorama casi inaudito e inexplicable, que se abre ante mí ojos, pero ahí siguen unos pajarillos jugando y empujándose unos a otros casi cayéndose del muro, provocando un extraño suceso al que buscarle explicación no tiene sentido, pero es así. Su trinar.

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Cuando esos pequeñines vienen a verme la agitación y el zarandeo de sus tiernas y desvalidas alitas, me muestra una sorprendente coreografía. Así también un asombroso colorido que va más allá de un inmenso arco iris cuya belleza es imposible superar. Los pajarillos dándose cuentan de que, ellos son los únicos protagonistas del guión, y sabedores de su especial encanto descubren con presunción su elegante figura, acudiendo incluso a contonearse y a no pocos roneos pese a que sus alitas tan cortitas, todavía, a los más pequeñines no les permite mudarse de un sitio a otro.

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Los más indefensos una tras otra intentan levantar el vuelo, pero apenas pueden. Son tan pequeñitos y desvalidos que a veces caen a ras de suelo sintiéndose prisioneros. Ahí permanecen dando saltitos, de maceta en maceta, redoblando su lucha de rama en rama hasta que enervados y decaídos buscan apoyos. En tan ardua pelea por salir airoso de lo que ellos creen su prisión, quedan extenuados y tras varios intentos frustrados, cada vez más cansados y recelosos me miran pidiéndome ayuda. Ese acontecer cotidiano hace que me acerque a ellos con sumo cuidado para no hacerle daño a su templado cuerpecito que lo abrazo, suavemente, entre mis manos para devolverlo a sus compañeros.

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Nunca son los mismos aunque a mi me lo parecen, y todas las mañanas, como si se tratase de un ritual, acuden a mi patio para celebrar tan ceremonioso acontecimiento. Esa cita con mi oído presto en ese dulce y armonioso trinar es un canto a la vida. Ese ritual me hacen sentir envidias y satisfacer un gran deseo, Yo quisiera ser como ellos, ser pajarillo para que entre vuelo y vuelo encontrar mi libertad.

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Luis Soler. 22 de junio de 2011


Guía de escucha del cante (Del libro “Los cantes de Antonio Mairena” de Luís y Ramón Soler)

Levanta y no duermas (Soleá bailable)
LP CIEN AÑOS DE CANTE GITANO (LP-1965) HISPAVOX HH-10269 

Antonio Mairena-Guitarra: Melchor de Marchena

(Soleá de la Jilica)

Levanta y no duermas más,
que vienen los pajaritos
cantando la marugá.

(Soleá de la Jilica)

Se te caigan las carnes
desprendías de tu cuerpo,
si es que vienes a buscarme.

(Soleá de la Roezna)

Los pajaritos y yo
nos levantamos a un tiempo,
ellos le cantan al alba,
yo alegro mis sentimientos.

(Soleá de Alcalá)

Yo sembré en una maceta
la semilla del encanto;
me salió la violeta.

Yo te quería, ya no te quiero,
tengo en mi casa género nuevo.

Como reza el título,Mairena canta en esta ocasión unas soleares bailables, o sea, con un ritmo más vivo, y que se cultivaron en algunas familias gitanas de Marchena y Alcalá. Así, la primera es la que cantaba la Jilica –o Gilica- de Marchena, tía de Melchor, y que Pastora grabó con el nombre de “Soleares marcheneras” (1948) con el mismo tocaor.

La segunda, “Te se caigan las carnes”, es una soleá de La Roezna, cantaora alcalareña, madre de Juan Barcelona. Se trata de un cante parecido a otro de Joaquín el de La Paula y que Mairena pudo aprender de los cantaores de Alcalá. Al mismo Juan Talega se lo hemos escuchado con la letra “Voy a perder la razón” en una casete que recoge cantes en reunión con Diego del Gastor (se editó en 1992, no confundir con el cante que graba en 1966).

De La Roezna es también el tercer estilo que escuchamos en este corte, un cante con evidentes sesgos trianeros y que gracias a Mairena se dio a conocer. Antes que a él no se lo hemos escuchado a nadie. Quien sigue con fortuna al maestro en este estilo es José Menese, que lo suele llevar en su repertorio(1971 y 1993). Destacamos la versión que canta en el segundo disco señalado que, como suele ser normal en él, interpreta con una letra de Moreno Galván: “Ni la alondra malhería / que con su cante muriera / se quejó con más dolor / que Fernanda la de Utrera”. Otros cantaores que aprenden de Mairena este estilo de soleá son Miguel Vargas, El Piki (1975), con la misma letra que Antonio), El Lebrijano,Manuel Mairena y Curro Malena (1971).

Antonio Mairena cierra esta serie con la soleá de Joaquín el de La Paula en la que se aprecia la huella de La Jilica.

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2 comentarios:

Esther Antolin dijo...

Luis me he sentido identificada con tu entrada, pues a mi terraza tambien vienen justo a la misma hora (hora del almuerzo) unos pajarillos que insistentemente pian pidiendo comida. Ya son como de la familia y tienen tanta conianza que alguno se posa sobre la mesa. Mis hijos ya los esperan. No se contarlo con tanta poesia como tu, pero comparto tus sentimientos y me ha encantado su lectura. UN ABRAZO.

Joaquin Barrera Bascón dijo...

Luis leyendolo me he emocionado, he creido que estaba allí en el patio contigo, disfrutandolo. Esto no tiene precio , si se pudiera valorar con los criterios de los economistas liberales. Y ademas es gratis , eres un ser afortunado. Sigue disfrutando, amigo Luis.
Un abrazo, Joaquín