Joselito el Gallo. Foto de estudio. Pura torería |
El 14 de marzo de 1916, la revista Toros y Toreros dedicaba su número 2 a la figura -inmensa figura- de Joselito el Gallo. De esa revista, hemos entresacado las fotografías que se insertan a continuación y que componen una pequeña tauromaquia del torero de Gelves. Los comentarios son nuestros.
UNA TAUROMAQUIA GRÁFICA DE JOSELITO EL GALLO
El cambio de rodillas.
Joselito gustaba de rescatar suertes antiguas. Suertes, a veces, de otras épocas en las que no existían ni el cinematógrafo ni la fotografía. Por eso, el menor de los Gallos tenía que acudir al testimonio de viejos toreros como Paco Frascuelo o el Gordito, cuando no a "reinventar" esos viejos lances.
Una de esos viejos lances, era el "cambio de rodillas", que si pudo ver en las plazas, pues uno de sus mejores practicantes era Ricardo Torrres "Bombita", a quien Gerardo Diego dedicó una poesía en homenaje a su manera de ejecutar ese cambio.
Empero, su creador había sido su padre, Fernando el Gallo, de quien se guarda una vieja fotografía de estudio de rodillas y con el capote cogido por la esclavina, no por los corchos, en trance de cite.
Un cambio de rodillas que nada tiene que ver con esa larga afarolada, tan en boga en épocas posteriores a las de José y aún en nuestros días, con la que solo comparte dos cosas: el cite -de rodillas- y los terrenos -al hilo de las tablas-.
Un cambio de rodillas que nada tiene que ver con esa larga afarolada, tan en boga en épocas posteriores a las de José y aún en nuestros días, con la que solo comparte dos cosas: el cite -de rodillas- y los terrenos -al hilo de las tablas-.
La verónica comba
Joselito como torero largo y completo tenía un repertorio enorme y largo, de una rara precisión, de gran eficacia. Sin embargo, a Joselito no se le podía considerar un estilista. Quien aspira a dominar a todos los toros no puede perder el tiempo en zarandajas. Por eso, su verónica, eficaz y destroncadora no era un dechado de estética. Pero, perfeccionista obsesivo en todo lo que se relacionara con el toreo, José fue depurando su estilo hasta llegar a conseguir una verónica equiparable a la de los más depurados ejecutores de esa suerte.
En cualquier caso, estética al margen, en su quiebro de cintura -que no de caderas- y en ese mantener la inmovilidad de pinreles desde el inicio hasta el remate del lance, está gran parte del moderno toreo de capa.
Aunque nadie o muy pocos lo hayan querido contar o se lo hayan querido cantar.
Remate de un quite
Hemos calificado a Joselito como torero moderno y esta fotografía es la prueba gráfica que lo prueba. La verticalidad serena de Joselito en ese remate contrasta con el barroco y retorcido estilo de Juan Belmonte, su más digno competidor. Ese compás cerrado, ese recorte minimalista bebe en fuentes muy lejanas a Triana.
Ese remate huele a Sevilla y, más concretamente, huele a la Alameda de Hércules, el barrio de toreros y flamencos. Ahí están, en esa fotografía vieja y amarillenta, para quien sepa verlo, Chicuelo y Manolete. Tres toreros de muy distinto corte pero hijos de un mismo tronco común. Un hilo dorado e invisible, el hilo del toreo, los une a los tres.
Ese remate huele a torero.
Un par de banderillas
Joselito en banderillas no fue Guerrita, que encontraba toro en todos los terrenos, ni Gaona, que siempre pareaba al paso. Sin embargo, el mejor torero de la historia, fue también un banderillero gran banderillero, un banderillero excepcional, capaz de tremendos pares como el de la foto, de poder a poder, igualando en la cara del toro.
Al cuarteo, Joselito jugaba con terrenos y querencias como casi nadie ha jugado. Gustaba también José de banderillear al quiebro en los medios -en los medios, no en las tablas-. Primero, marcando sin clavar y luego colocando los palos con matemática precisión, con exactitud rayana en el milagro. Valiente y capaz tomaba los palos para sentar cátedra también en ese tercio. La lidia total y completa.
Joselito en banderillas no fue ni Guerrita ni Gaona, fue simplemente Joselito ¿Hay quien de más?
El pase natural
Es en la muleta, confesión de parte, donde Joselito alcanzaba mayor vuelo, su mejor vuelo. Ya todos (¡Gracias, Pepe Alameda!¡Gracias, Fernando Achúcarro!) saben que el moderno toreo de muleta nace con él y no con Belmonte, capotero excepcional.
Superando el antiguo toreo en ochos, alternando pitones, de pases sueltos, con José se consagra el moderno toreo en redondo, alternando terrenos, siempre por el mismo pitón del toro y, preferentemente, por el lado izquierdo. Joselito fue -taurinamente hablando- torero de izquierdas, igual que Juan fue -taurinamente hablando- torero de derechas.
Una pierna izquierda, levemente flexionada, como eje inmóvil sobre la que gira la embestida del toro que remata en curva detrás de la cadera. Una muleta que, al remate, queda muerta, y un toro que, al volverse y fijarse en esos vuelillos, permite el milagro del toreo en redondo, la vieja aspiración de los toreos decimonónicos del pase en redondo (tres naturales seguidos y encadenados). Un pase, un modo de torear, un concepto, un sueño que Joselito hizo realidad en las plazas. Pues casi todas las tardes y con casi todos los toros lo intentaba.
Honor y gloria a los valientes que exploran terrenos inexplorados. Honor y gloria eterna a quienes descubrieron la nueva tierra prometida del toreo en redondo.
Pase de muleta rodilla en tierra
Era muy duro el toreo antiguo. El toreo antiguo o moderno siempre será muy duro aunque eso nunca lo entenderán cabalmente los nostálgicos. Dureza que se evidencia en ese caballo muerto junto a las tablas y en ese toro que, renuente a seguir la muleta, se mete por el terreno de dentro, marcando el pecho del torero o sus ingles.
Por esa dureza y, sobre todo, por esa falta de auténtica bravura del toro de antes, no siempre se podía salir por naturales y, muchas faenas, tenían el necesario preludio, a veces la sustancia toda, del toreo dominador y eficaz, de la lidia atada y previsora que exigían esos toros.
Pero la intención de mando y dominio del torero que es lo que realmente importa, se vislumbran en esa actitud serena del diestro -el verdadero valor- ante el peligro cierto y en esa mirada del torero fija en el toro, que escudriña y analiza la forma de comportarse el animal.
La inteligencia al poder.
El kikiriquí
Tras la tempestad llega la calma. La tormenta amaina y aparece, feliz sorpresa, el adorno. Sevilla vuelve a ser Sevilla y el toro ya dominado, se entrega a la entrega del torero.
El adorno, cuando el torero es como tienen que ser los toreros, no se prepara sino que surge como respuesta inmediata a una embestida del toro. Cuando el adorno, ayudado por alto con los codos por alto y el compás cerrado, tiene además la marca de la casa (una casa torera equiparable en abolengo y rango taurino a la casa de Alba en el mundo de la nobleza), el teorema se cierra. La hipótesis ha quedado demostrada.
Torear es eso.
La estocada
Hemos llegado al final. La guerra acaba -y guerra hubo como delata esa chaquetilla que no está- aunque falte todavía la última batalla. La que decide la contienda. La estocada.
No el fin último pero si el punto final. La estocada es para los toreros como el paso del Tourmalet o del Mortirolo para los ciclistas. Sobre todo para los toreros de arte, carentes en general de redaños pero también para los toreros de inteligencia, a quienes perder de vista los pitones, les produce pavor o les parece una soberana estupidez.
Opiniones hay para todos los gustos, incluso la de quienes sostienen lo contrario y -todavía en nuestros días- pide y valora la actitud contraria, la más irracional, la más heroíca. La de quien se tira a matar y morir. Algo que tiene mérito, mucho mérito, pero...
Pero dejemos ese debate para otro día.
Desplante tras la estocada
Las aguas vuelven a su cauce. Otra vez el torero -en un último desplante- vuelve a mirar al toro, a la cara del toro, a los pitones del toro. Un toro que empieza a tambalearse, presiente la muerte y esquiva la mirada del diestro que le dominó y le pudo. Triunfa el torero -como debe ser- y la lidia acaba. Aunque no siempre será así, esta vez el final sigue el guión prefijado.
Luego, los aficionados bajaran tumultuosamente al ruedo, alzarán en hombros al diestro y se lo llevarán en triunfal peregrinación, como una profana procesión, por las calles de esa ciudad en fiestas.
La fiesta de los toros.
Todas las fotografías publicadas pertenecen a este número 2 de la revista Toros y Toreros (14/03/1916) |
1 comentario:
Splendide, tout cela, mon cher José; magnifiques analyses, écriture superbe. Parfait. On en redemande.
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