Por Fernando Cámara
La verónica de Pablo Aguado (Arjona) |
La renacentista expresión del toreo desde la naturalidad y sólida fluidez de Pablo Aguado.
Siguiendo el hilo del temple y la armonía, Pablo Aguado, ha interpretado e idealizado el toreo dentro del más puro sentido de la proporcionalidad, de los angulados y escultóricos cánones clásicos de su tauromaquia. Desde lo humano a la irracionalidad, no ha habido ningún roce, ninguna fricción y ninguna disconformidad para desenmadejar una natural y sutil brega hasta encontrar el fin del hilado sueño sevillano.
Surgió allí donde se conjugan todo tipo pareceres y emociones y surgió una de las escasas veces que se da en la historia de nuestra genuina tauromaquia el renacer del toreo concebido desde una personal fantasía artística. Brotó fresco el toreo desde el subjetivo proceder de la emocional pasión, encontrando, a su vez, esa mágica comunión con el alma que sustenta la bravura, emanando sugerente desde su semblante terso y carente de laxitud, pero adaptable al encuentro con el furioso empuje.
Regresa una y otra vez a mi mente un trincherazo que hizo dibujar en el albero la embestida del toro desde lo imposible, desde la ausencia del toque o el desplazamiento, solo dejó que la bravura del de Jandilla se desplazara por delante del pecho empujado solo por un sutil y preciosista estímulo.
Pablo Aguado es un torero de corte físico discrepante con lo acostumbrado, con lo frecuente, con lo común, dotado además de una sublime sutileza para desenvolverse entre la adustez y la aspereza de la ungulada bravura. Torero hecho desde dentro, sin envolturas ni afectamientos y sin expresiones forzadas ni interpretaciones fingidas. Un torero natural del que florece la fantasía del toreo desde su personal porte auténticamente andaluz. Interpreta su excepcional toreo sin que se aprecie el encorsetado flash de la ornamental forma, pero eleva el alma de la tauromaquia hasta el sensible tendido maestrante. Y en el surgir de los acontecimientos, nos viene a la memoria aquel genio de su tiempo que llamaban Pepín Martín Vázquez. Nos recuerda aquel deslizante baile en la arena. Y sobretodo, algo nos trajo a la memoria el sevillanismo del ilustre apellido de todos los Vázquez. Aguado nos trajo torería de aquel llamado Pepe Luis, aroma del que llamaban Manolo, y la elegante gracia de Pepín...
Sevillanísimo aire fresco para la tauromaquia que pide el relevo a lo cotidiano, a lo acuñado y a lo que ha venido siendo tan habitual en todas las ferias, dando paso a un relevo generacional para recuperar el interés por lo nuestro, por la torerísima expresión de los sentimientos.
Un torero moderno con el recuerdo de un ilustre pasado, Pablo Aguado.
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