lunes, 15 de junio de 2015

Ronda y Sevilla. Las escuelas no son los estilos

Por Jose Morente

Francisco Herrera Guillén (Curro Guillén) atronando al toro posiblemente sin haber entrado a la muerte (Detalle de una lámina de los Anales del Toreo de Velázquez y Sanchez, 1ª. ed., Madrid, 1868)

Ronda y Sevilla

Hemos dicho, en repetidas ocasiones, que hemos llegado a un punto de conocimientos en el que estamos en condiciones de reescribir la historia del toreo. Una historia del toreo que, hasta la fecha, ha sido mal contada por mal entendida.

Los libros de Pepe Alameda y la difusión (a través de las Escuelas Taurinas, de vídeos y de publicaciones) del bagaje técnico que atesoraban (hasta ahora solo en la intimidad) los toreros, nos permiten aproximarnos a esa historia (y también al presente) con un talante nuevo.

Un ejemplo de esa revisión del toreo tan necesaria, lo constituye la forma en que hasta la fecha se han venido entendiendo las dos escuelas clásicas del Toreo: La escuela sevillana y la rondeña.

Pasado su momento histórico, para la mayoría (por no decir la totalidad) de escritores, tratadistas, aficionados y toreros estas escuelas no habrían existido nunca. Ronda y Sevilla serían dos caras de una misma y única moneda. La diferencia estaría en el acento personal o sea en el estilo con el que los toreros de esas dos poblaciones (de esas dos escuelas) habrían interpretado el toreo. Un toreo que, no obstante y según esa visión, sería único y monolítico. Un toreo único con diferentes formas de expresarlo.


La opinión de un torero de Sevilla y otro de Ronda

 Pepe Luis, el Sócrates de San Bernado, prototipo de torero del gusto de Sevilla. Debajo de la gracia subyacia, sin embargo, un torero dotado de una gran intuición para conocer las reses.

Pepe Luis Vazquez, decía con su habitual perspicacia y lucidez a  François Zumbiehl "Yo nunca he creído en las escuelas, en el toreo sevillano, en el toreo rondeño. Yo creo que la escuela es única" ("La voz del toreo", pág, 22)


Pese a tratarse de uno de los más grandes toreros de la guerra para acá, Ordoñez no es de los más nombrados. Por suerte, todavía queda aficionados que lo recuerdan (portada de la revista Cuadernos de Tauromaquia)

Por su parte, el rondeño Antonio Ordoñez, apostillaba en declaraciones al mismo autor: "Para mi hay los que torean muy bien, los que torean bien y los que torean mal. Pero no hay escuela andaluza, escuela castellana (...) Insisto, lo que hay son los que torean bien y los que torean menos bien, o si se prefiere los estilos personales. Unos tendrán más profundidad y otros más alegría" ("La voz del toreo" págs. 98-99)

Ambos no hacen sino expresar en voz alta lo que es un lugar común entre historiadores, críticos, aficionados y toreros quienes opinan que el tema de las escuelas históricas del toreo se reduce a una cuestión de estilos.


El fondo del asunto

Creo que ese punto de vista, pese a estar comúnmente aceptado, no se sostiene desde el punto de vista histórico sino que responde a su momento, un momento en el que ya habían desaparecido, hacía mucho tiempo, las escuelas tradicionales.

Como suele ser habitual hablamos del pasado tomando como referencia el presente. Un modo de análisis que nos impide entender como fue realmente el toreo a finales del XVIII y principios del XIX y, por ende, un modo que también nos impide entender cabalmente el toreo de nuestros días.

En mi opinión, y contra lo que se afirma con tanta profusión, las Escuelas de Sevilla y Ronda no solo existieron realmente sino que fueron dos Escuelas bien diferenciadas en sus fines y no sólo en sus formas.

Ronda, la Escuela rondeña no es sólo, ni sobre todo, la sobriedad, la economía de medios o el toreo parado sino el concepto de aquellos toreros (Los Romeros y sus epígonos) que ponen en la estocada el acento primordial de toda la lidia. Son diestros que torean con el exclusivo objeto de matar al toro. De matar bien al toro y que, por tanto, desdeñan cualquier elemento extraño que no sirva a dicho fin. Prescindiendo, incluso, de los pases de muleta o de la propia muleta cuando era necesario.

No es ninguna casualidad que en los Anales del Toreo se represente a Pedro Romero citando a la estocada...


Sevilla. la Escuela sevillana, asociada a la gracia, la ligereza y el jugueteo con los toros (el toreo movido que anatemizaron los puristas) no es sólo eso sino mucho más que eso. Para el torero de esa escuela (Hillo, Cúchares, Guillén), la estocada es sólo el punto final de la lidia pero no es el objeto ni el fin primordial de la misma. La estocada puede ser prescindible y, de hecho lo es, pudiendo ser incluso sustituida directamente por el descabello (como haría Curro Guillén quien, paradojas de la vida, moriría en el trance de matar). Lo importante son los lances de capote y muleta que se convierten, para los toreros de esa Escuela, en un fin en si mismos.

...ni tampoco que, en la misma obra, Pepe Hillo aparezca ejecutando un lance de su invención. 

La disputa entre las escuelas sevillana y rondeña no es, por tanto, cuestión de estilos, como se piensa y dice, sino de ideas o conceptos. De planteamientos. Mientras Ronda apostaba por la estocada, Sevilla primaba el toreo.

La lógica de los tiempos y la evolución de la historia han llevado al triunfo de una sobre la otra, Hoy por hoy, Sevilla prevalece y ha eclipsado a Ronda.

Un proceso que no parece tener vuelta atrás.

El genial Cúchares, "inventor" del arte del toreo aunque muchos lo tengan por su primer corruptor. Fue uno de los máximos exponentes de la Escuela sevillana del toreo por su estilo y por su concepto (Lámina de los Anales del Toreo de Velázquez y Sánchez)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi padre,Pepe Luis, con media sangre de Málaga, mi abuela de Junquera, Málaga, cerca de Ronda, Antonio Ordoñez, su madre de Sevilla, uno prototipo, de la escuela Sevillana, otro de la Rondeña. Yo personalmente creo, que aquí se puede establecer un paralelismo, con el cante, la solea de Alcalá, con la de Aurelio Sellés de Cádiz, la bulería de Jerez, o la de Utrera, es el mismo palo, diferente ritmos, propiciado por los espejos taurinos, que se fijaron y su propia personalidad, igual que en el cante, abrazo, Manuel Vazquez