domingo, 19 de febrero de 2017

Suertes en desuso (VII) El salto de Martincho

Por Jose Morente

Detalle del dibujo preparatorio de la Lámina XIX de la Tauromaquia de Goya, titulado "Otra locura suya en la misma plaza [Zaragoza]" (Museo del Prado-D04305)
La fama del diestro Martincho nos ha llegado a través de varios grabados de Goya y también a través de la no menos famosa Carta histórica sobre las Fiestas de Toros (1776) de Nicolás Fernández de Moratín. Dice Moratín sobre Martincho:
Fue insigne el célebre Melchor, como lo fue el famoso Martincho con su cuadrilla de Navarros, de los cuales ha habido grandes banderilleros y capeadores, como lo fue, sin igual, el diestrísimo Licenciado de Falces.
Sobre su identidad concreta existen algunas dudas pues hasta tres Martinchos nos ha legado la historia. Dos de ellos llamados Martín (Martincho es diminutivo de ese nombre). El primero, fue Martín Barcáiztegui, de Oyarzun (Guipúzcoa) que toreaba allá por 1778 a 1785. El segundo fue Martín Ebassun de Ejea de los Caballeros (Zaragoza)

El tercero, Antonio Ebassun, sería hijo o hermano del anterior y, muy probablemente, el Martincho de los aguafuertes de Goya pues desarrolló su carrera profesional entre 1747 y 1763, lo que cuadraría con las fechas facilitados por Moratín. según opina Cossío.

Lo importante es que, sus míticas hazañas, han pasado a la posteridad gracias a los grabados de Goya y que sus lances (recibir al toro a porta gayola sentado en una silla y con grilletes en los pies o saltar sobre el burel -también con grilletes- desde lo alto de una mesa) forman parte del imaginario colectivo por lo que han servido de inspiración a artistas posteriores.

Así Daniel Perea. ilustraba en 1884 la siempre llamativa doble página central de la Lidia con el célebre salto.



Veinte años más tarde, en 1904, un dibujo de Marcelino de Unceta, volvía a recoger el atrevido lance, aunque esta vez con diferente y original perspectiva



Hoy este tipo de temeridades y locuras ya no se ven en las plazas de toros. Al menos, en corridas formales, y si bien la herencia de este tipo de suertes se mantiene en las calles y en los concursos de recortadores, lo es sin rizar el rizo como lo rizaban las cuadrillas de toreros vasco-navarros del siglo XVIII.

En cualquier caso, de todo este batiburrillo de suertes proviene al fin y al cabo, el toreo a pie, tal y como hoy lo conocemos. 

En efecto, las cosas evolucionan y cambian y, por eso, no tiene nada de extraño que quienes empezaron burlando a los toros a cuerpo limpio mediante recortes, quiebros, galleos o cuarteos, comprendieran luego, que esa burla podía hacerse, mucho mejor y con más seguridad, a favor de un engaño, ya fuera el capote o la muleta. De ahí, llegar al convencimiento de que la burla podía hacerse sin menear los pies (como afirmaba Pepe-Hillo en su Tauromaquia) sólo mediaba un paso.  Un paso hoy conseguido plenamente, pues en nuestros días es sólo el engaño y no el movimiento del cuerpo del torero el que sirve para burlar y, otro novedoso concepto, conducir las embestidas de las reses.

Pero estábamos con el salto de Martincho que, ahora y gracias al cinematógrafo, deshacedor de tantos entuertos, vamos a poder ver en la práctica ese salto aunque, eso sí, sin grilletes en los pies.

Las imágenes corresponden a la corrida de la Asociación de la Prensa de San Sebastián, celebrada el 25 de julio de 1932. Se lidiaron ese día 2 toros de Trespalacios para Simao da Veiga y 6 de Murube en lidia ordinaria para Marcial Lalanda, Manolo Bienvenida y Domingo Ortega.

En el segundo de los de Trespalacios y antes de la actuación del rejoneador luso, se practicó el salto de la garrocha y el salto de Martincho que es el que vamos a ver aunque -como hemos indicado- sin el impedimento de los grilletes.


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