El primero será siempre el general táctico que planea las batallas; el O'Donell sapiente. El segundo será el que arrastra y enloquece a las multitudes con su valor indomable y su patriotismo legendario, el Prim de los Castillejos: el héroe del pueblo.
De ahí el que las ovaciones belmontinas suenen más, sean más estruendosas y espontáneas que las que se le tributan al hijo menor de Fernando. Parece que en éstas entra por mucho el cálculo, la mesura, algo así como si los espectadores aplaudiesen con guantes. Es su público, razonador, frío, discreto, que se rinde ante la ciencia y el dominio de su torero predilecto.
Los aplausos a Belmente son más clamorosos y más entusiastas; son los aplausos de la gradería de sol, el entusiasmo desbordante que pone en tensión los nervios y hace subir a la garganta la voz emocionada de sus adeptos, electrizados por el valor y el arte del ídolo, arte que asimismo recorre los ámbitos del circo haciendo llegar a todos los espectadores su grandeza extraordinaria.
José Antonio Caballero. "Juan Belmonte-Transformador del toreo" (Madrid, 1ª ed., 1918)
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