Pero salió el sexto toro, un castaño de bonita estampa, codicioso, y pastueño, y... el toreo volvió a envenenarse como se envenenó en el año 1913. i Qué no haría con este toro el "loco" torero de Castilla la Vieja!... A ver si lo recordamos: En cuanto pisó la arena el noble bruto, La Serna se descaró con él precipitadamente en el tercio del 2, y el caos.
El caos, al ver a aquel hombre substantiva, gramaticalmente, clavado en el suelo con las piernas en ángulo y sin mover un pie en las cuatro arrancadas que le dio la bestia; el caos al ver aquel capote también a ras del suelo, que se llevaba el toro de un lado para otro con una suavidad, una elegancia y un arte nunca vistos, y aquellos brazos movidos con la misma lentitud de derecha a izquierda; el caos al trazar aquella maravillosa media verónica en la que el toro tomó la forma de una pescadilla (como a las pescadillas estamos acostumbrados a verlas), rodeando la cintura del torero; y el caos al ver a los catorce mil espectadores que abarrotaron la plaza, en pie, entregados a un verdadero delirio que simbolizó una ovación y un olear de verdadero frenesí. Repitió su toreo, su excepcional toreo, su personalísimo toreo, el toreo cuyo estilo inverosímil ha traído otra vez el envenenamiento de la fiesta el torero segoviano, y las aclamaciones volvieron a oírse imponentes y arrolladoras.
CORINTO Y ORO. La Voz, 9 de mayo de 1932
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