Real Cédula de 1805 prohibiendo las corridas de toros (De Wikipedia) |
Es preciso señalar que el toreo ha sido siempre un arte en peligro. No sólo por el riesgo consustancial a su propio ejercicio, sino por la amenaza de muerte que ha venido acompañándolo a lo largo y ancho de su historia.
Decretaron su aniquilación tiaras papales, reales coronas y privanzas escandalosas como la de Godoy. Jurisconsultos, frailes, teólogos, científicos, periodistas, parlamentarios, literatos, eruditos y miembros de las sociedades protectoras de animales, abogaron por su abolición. Amenazaron a sus practicantes y asistentes con penas de excomunión, multas, cárcel, destierro, y a quienes murieran en los ruedos llegaron a negarles cristiana sepultura.
Según las épocas, el toreo fue fustigado por diversas razones, ya fuera por ser impropio de fieles al interesar a turcos y moros, ya por arrojar vidas humanas al destrozo de las bestias; bien por perjudicar a la agricultura con la cría del toro, bien por no ser lícito a los príncipes consentir entre los súbditos tal práctica de bárbara valentía; unas por el peligro con que se expone al hombre, otras por el quebranto para la economía que acarrea la frecuente celebración del espectáculo; aquí por considerar triste la diversión de los ojos lograda a costa de peligros ajenos, allá por la pérdida de jornales y los gastos desmedidos que su asistencia supone al pueblo trabajador. y todas ellas envueltas en la pátina de espectáculo cruel: para Cadalso, por ejemplo, por los muchos hombres que morían en la plaza; para los animalistas de ahora, por los pocos que lo hacen.
ORTIZ, Santi. "El toreo frente al mundo" (1ª ed., Barcelona, Editorial Bellaterra, 2016. Págs. 141 y 142)
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