Machaquito en Santander en 1913, citando para un pase natural. Hoy ha cambiado la estética y también el comportamiento de las reses (más bravas y más nobles) y, en consecuencia, ha cambiado la actitud (confianza) de los toreros. Sin embargo, los principios básicos del lance son muy similares (no así sus matices ni el modo de engarzar unos pases con otros)
Dos modos de torear
Aunque parezca lo contrario, los que se han dedicado a analizar el toreo se han preocupado más del pase aislado que de la forma de ligarlos.
Es cierto que siempre se ha exigido cierta continuidad en la sucesión de los muletazos, lo que en cierto modo depende de las condiciones del toro, hasta tal punto que cuando falta esa continuidad surge el reproche del aficionado. Por el contrario, cuando el toreo se produce con fluidez se olvidan matices y tiquismiquis y el personal simplemente se dedica a disfrutar de la faena.
Cuando el toreo fluye, el público se olvida de todo (Antonio Bienvenida en un natural)
Pero hay algo más que torear seguido. Algo que atañe a la esencia misma del toreo y al modo de construir las faenas los diestros. Y es la forma de engarzar unos pases con otros.
Y es que no es lo mismo dar un pase que dar dos pues en la posibilidad de elección que se abre al torero después de un pase (darlo por el mismo pitón del toro o por el pitón contrario) se encuentran definidos dos modos de torear contrapuestos que dan lugar a dos tipos de toreo distintos y encontrados, por su tesitura, por su finalidad y por su alcance: El toreo natural o en “redondo” y el toreo cambiado o en “ochos”.
Joselito en Madrid un 24 de mayo del año 15. Un natural largo, larguísimo alargando el viaje gracias al mando de las muñecas y la posición de las piernas lo que permite ligar este pase con el siguiente de la tanda (Todavía no había perdido José la costumbre de ayudarse con el estoque lo que le reprochaban algunos aficionados).
Este dilema no es moderno sino antiguo pues viene de los primeros tiempos del toreo (las viejas tauromaquias, si bien con sutiles titubeos, se decantaban en general por el toreo cambiado pero incluían matices o atisbos del toreo al natural).
Desde luego la confrontación entre estas dos opciones (legítimas ambas) pienso que es más crucial y tiene tanto o más calado para la historia del toreo que la división en estilos o escuelas (Ronda y Sevilla), la controversia entre toreros versus matadores o la preferencia entre conocimiento de las reses frente a conocimiento de las suertes. Aunque todas esas disputas tienen entre sí y con la que estamos tratando una estrecha relación que exigiría un análisis más detallado.
¿Pero cual es el trasfondo real de este dilema? ¿Cuál la razón última y origen de estos dos modos tan distintos y distantes?
Juan Belmonte en un ayudado a un toro de Olea en Madrid el 26 de mayo de 1915. En este pase se ve muy claramente el claro concepto de toreo cambiado que era propio del trianero. El torero, enfrontilado, avanza la pierna del lado por donde pasa el toro para desplazarlo hacia afuera.
Una hipótesis sobre los dos modos del toreo.
Barcelona, 4 de mayo del año 16. Los dos modos de toreo frente a frente: Natural (Joselito) y cambiado (Belmonte).
Tengo para mí que el estilo del toreo cambiado, que ejemplifica mejor que nadie Juan Belmonte, viene de su propio aprendizaje y no me refiero aquí a la herencia que le transmite Calderón sobre el toreo de Antonio Montes, sino a su aprendizaje en capeas y en el campo en las noches de Tablada.
Belmonte aprendió a torear en las capeas y en las noches de Tablada con una pandilla de torerillos anarquistas del altozano de Triana. Sus mitos fueron el torero de la Alfalfa Manuel García El Espartero y el trianero Antonio Montes. (Andrés Martínez de León ha captado en este dibujo de forma magistral el modo de torear de Juan)
Y es que resulta muy común que los toreros hechos a salto de mata utilicen la técnica del toreo cambiado, que es el lógico para el toro corraleado de las capeas.
El complicado toro corraleado (y toreado) de las capeas que es capaz de dar cogidas dobles.
Un toro al que es difícil engañarle dos veces seguidas por el mismo lado lo que obliga a alternar los pases por ambos pitones (evitando además tener que cambiarle los terrenos algo mucho más peligroso).
Un toro que exige un toreo a la defensiva ganando el pitón contrario y cargando la suerte sobre las piernas para desplazar a la res del terreno del torero evitando el riesgo de la cogida. Y donde se cumple el viejo aforismo de que la mejor defensa es un buen ataque.
La técnica del pitón contrario es fundamental en el toreo cambiado pero también se utiliza (en ocasiones) en el toreo de línea natural. En la secuencia se observa muy bien como aplica está técnica con mucha sutileza el gran torero sevillano Manuel Jimenez (Chicuelo). Cite que, además de su valor técnico, tiene una gran componente estética pues Chicuelo se conduce en la cara del toro con mucha personalidad, lo que es crucial para “llegar” a los tendidos. La técnica del pitón contrario, que aquí utiliza Chicuelo, fue llevada al límite como sistema de toreo por Juan Belmonte. Como todo en el toreo, la técnica es muy correcta si se utiliza correcta y adecuadamente cuando sea necesaria. Como abuso puede llegar a derivar en una ventaja excesiva.
Ese toreo (el de línea cambiada) es el mismo que preconizaban algunas de las viejas tauromaquias cuando el toreo alboreaba y cuando los toreros no habían acabado de entender en toda su magnitud el comportamiento del toro, que entonces era además más fiero y aleatorio. Por eso, hubo quien dijo que Juan no fue un revolucionario sino el restaurador de la verdad eterna del toreo. Porque su toreo a la defensiva entroncaba con el toreo a la defensiva de las primeras tauromaquias.
Por el contrario, con el toro bravo, el torero de escuela, de dinastía, confiado en la enseñanza de sus mayores, propende al toreo al natural esperando al toro a pie firme, trayéndole hacia dentro. Dando todas las ventajas al toro. Atreviéndose a repetir el mismo pase por el mismo lado, cuantas veces sea preciso.
Una foto de 1899 (muy poco conocida) publicada en Sol y Sombra. Los tres hermanos Gallo (Fernando, José, con cuatro años, y Rafael) con uno de sus perros, en la puerta del laboratorio taurino más famoso en la historia del toreo: la histórica Huerta de Gelves, donde se encontraba la placita de tientas en la que aprendieron a torear.
No creo que sea casualidad que los toreros de línea cambiada como Maoliyo Cuesta “el Espartero”, Antonio Montes, Domingo Ortega o Juan Belmonte se hicieran en capeas pueblerinas y en la clandestinidad de los cercados ganaderos.
La 1ª edición del libro de Joaquín Vidal, “El toreo es grandeza” (Madrid, Turner, 1987) lleva en portada la foto de una capea, cosa lógica si se considera que Vidal ha sido uno de los más acérrimos defensores del toreo cambiado.
Tampoco, que los toreros de línea natural como Joselito “el Gallo”, Manuel Jiménez “Chicuelo” o Manuel Rodríguez “Manolete” sean todos hijos de toreros y su aprendizaje se haya realizado en el seno de familias toreras, en ambiente taurino.
Del mismo reportaje que veíamos antes de Sol y Sombra, es esta otra foto con toda la familia de Joselito (aunque entonces el protagonista era Rafael que posa en el centro) al completo. José sentado en la rodilla de su madre, la señora Gabriela. Las familias de los buenos toreros son verdaderas academias taurinas.
Las dos líneas del toreo hoy
Amós Salvador (un gran aficionado y Ministro de Hacienda en su época) escribió la que pienso es la última tauromaquia que merece tal nombre. Su “Teoría del Toreo” se publicó, póstumamente, en folletones en la Voz en 1933. Sus eclécticos planteamientos siguen siendo hoy más válidos que los dogmatismos de algunos críticos profesionales.
La confrontación entre las dos líneas del toreo llega hasta nuestros días y hoy nos encontramos ante toreros de línea natural y toreros de línea cambiada.
Es más, muy frecuentemente el mismo torero utilizará estos dos sistemas estratégicamente, incluso a veces en la misma faena, según las condiciones de las reses o lo que pretenda el diestro en cada momento.
El toreo al natural en redondo en interpretación de Morante de la Puebla (aunque cuando un torero tiene tanta personalidad sobra decir su nombre).
El mismo diestro dando un pase de trinchera, un pase cambiado. Toreo en “ochos”.
Este eclecticismo viene de antiguo. Pues en los toreros acaba siempre primando más un necesario pragmatismo que la seca doctrina dogmática que propugnan los críticos y los aficionados exigentes.
En las primeras décadas del siglo pasado Amós Salvador intentaba traducir, en su Teoría del Toreo (publicada póstumamente en folletones del diario La Voz en 1933), a sistema científico la práctica del toreo.
La Teoría del toreo de Amós Salvador se publicó en 1933, aunque el texto se había escrito años antes.
Lo más interesante es que al describir el pase natural y para los toros que se ciñen o ganan terreno, Amós Salvador aconseja despegarlos del cuerpo acompañando el movimiento de éste con el de la muleta y sacando el pie del lado del movimiento aunque sin “espatarrarse”.
Por el contrario, cuando hay que dar al toro salida más larga, el consejo es aún más evidente y es que se debe adelantar un pie o retrasar el otro para colocar el cuerpo paralelo a la dirección del movimiento.
Amós Salvador dice que Frascuelo lo hacía con mucha frecuencia pero adelantando el pie contrario lo que, aunque eficaz, resulta feo .
En este grabado antiguo (recuperado para un artículo de Palmas y pitos de 1913) se ve a Frascuelo en un pase cambiado adelantando el pie contrario al del lado del muletazo, para perfilarse con el toro, como decía Amós Salvador que lo hacía habitualmente el torero de Churriana de la Vega.
Por eso aconseja retrasar el pie de salida al cargar la suerte y ello por dos razones: Primero porque se alarga el trayecto de los brazos y segundo, porque se hace lo natural que es seguir y acompañar el movimiento de muleta con el del pie de su lado.
Lo más curioso es que en el dibujo que acompaña el anterior texto (publicado en la Voz el 4 de febrero de 1933) se ve a Juan Belmonte toreando como aconsejaba Amós Salvador que no es como realmente toreaba el trianero. Belmonte no atrasaba la pierna de salida al cargar la suerte. Un tema interesante, pues hoy se confunde “cargar la suerte” con el hecho de avanzar la pierna hacia adelante o al lado, lo que no es enteramente correcto. Avanzar la pierna es un modo más de cargar la suerte, pero no el único.
En esta edición reciente del texto de Amós Salvador (Ed. Biblioteca Nueva-Colección La piel de toro), el torero ejecuta el natural alargando el pase, al recargar la suerte retrasando la pierna de salida, y acompañando de modo natural y no forzado el movimiento de muleta y la embestida del toro, como aconseja Amós Salvador. El toreo al natural así realizado se convierte en uno de los momentos más importantes y elegantes de la lidia. Detalle a anotar: el torero de la imagen está “cargando la suerte”, aunque no avanza sino que retrasa la pierna del lado de la muleta. No lo digo yo, lo dijo Amós Salvador. Quede constancia.
Epilogo. Cerrando el círculo
Lo que si es cierto es que, en esta historia, ha sido el toreo cambiado o en “ochos” el que ha tenido mayor predicamento entre críticos, escritores y aficionados rancios, lo que Alameda achacaba al “silencio” de Pedro Romero que no llegó a escribir su tauromaquia como si hizo Paquiro.
Desde luego, parece cierto, pues si hay un torero en la historia del toreo, que haya gozado de buena prensa y de buena literatura, ha sido Juan Belmonte. No en balde, su amistad con literatos, artistas e intelectuales le produjo el enorme beneficio de una literatura belmontista excepcional por su calidad pero mixtificadora del torero y, sobre todo, del papel que el trianero realmente ha jugado en la historia del toreo.
Belmonte con los escritores y artistas: En la foto con Sebastián Miranda, Ramón Pérez de Ayala y Ramón María del Valle-Inclán. Un cierto complejo de inferioridad de los aficionados taurinos ha propiciado una actitud bobalicona de estos hacia la opinión de los intelectuales en esta materia.
Baste recordar para comprobar la verdad del aserto el libro de Chaves Nogales (“Juan Belmonte Matador de Toros”), que todos hemos leído y con el que todos nos hemos emocionado. Juan Belmonte, matador de toros pero, sobre todo y ante todo, héroe literario.
Portada de una edición facsímil del libro de Chaves Nogales. El belmontismo (como otros ismos de la misma cuerda) jugaba con el viento de la historia a favor pues el toreo cambiado siempre ha gozado de predicamento literario. Siendo el que propugnaban las viejas tauromaquias que defienden y entienden el toreo como conjunto de reglas defensivas. Por el contrario, el toreo natural ha gozado y goza del favor (y del fervor) de los públicos y el de los toreros (que no suelen escribir de toros pero que lo hacen y lo disfrutan).
Sin embargo y pese al excesivo furor y mitomanía de sus partidarios, el trianero, como torero irrepetible, merece todos lo elogios.
Belmonte paró el toro y el toreo. Heredó el concepto del muletazo que venía de Antonio Montes y antes de él, de los esbozos de toreo parado que había intentado hacer el mítico Espartero. Magnífica herencia que Juan tuvo la capacidad (como el inmenso torero que era) de devolvernos convertida en oro de ley.
Juan en un natural con su magnífico estilo. Sus virtudes (y sus defectos) son los propios del toreo cambiado. Al situarse de frente o de tres cuartos y no de perfil, el muletazo resulta sesgado y más corto el recorrido. El lance gana en tensión lo que pierde en naturalidad. Pero el trianero fue torero genial e irrepetible. Su expresión personal (trágica y honda) causó sensación en los públicos. Y no era para menos.
Mando, quietud y un temple infinito definen el magnífico y espectacular toreo del trianero. Toreo que además se adobaba con algo que, a partir de él sería clave, la expresión personal. Pues Belmonte conseguía transmitir un sentimiento hondo y trágico a todo lo que hacía en los ruedos.
Juan es caso singular en la historia del toreo. Con muy poco bagaje, pero con una íntima convicción personal armó la tremolina. Resulta, por ello, lógico y explicable el alborozo que su manera de torear produjo en los públicos. De ahí los epítetos con los que le conocieron: Cataclismo, Terremoto, Fenómeno.
Feria de Sevilla del año 15. Belmonte a hombros
Lo mejor es que se ganó la admiración de todos los buenos aficionados y, especialmente la de Joselito, quien reconocía la calidad del toreo del trianero. Joselito fue probablemente el mejor belmontista pues entendió cabalmente a su compañero y amigo y asimiló sus conceptos.
Cerrando el círculo. Joselito con la herencia de sus mayores y con la estética nueva de Juan Belmonte refundó (si no lo inventó) el toreo en redondo tal y como lo conocemos hoy. El dibujo (magnífico) de Andrés Martínez de León explica muy bien como toreaba Joselito al natural en redondo explorando nuevos caminos para el toreo. Técnicamente, hay que resaltar el remate del pase muy detrás de la cintura y el detalle del torero que ha llevado al toro por los ignotos terrenos de los adentros.
Con las mimbres estéticos de Juan Belmonte pero, sobre todo, con la herencia recibida de sus mayores, Joselito el Gallo concibió y refundó el toreo en redondo, soñado por los diestros que le precedieron, sentando las bases del futuro y cumpliendo una vieja aspiración de esos diestros (Pepe-Hillo, Cúchares, Cayetano Sanz, Lagartijo y Guerrita).
Aunque también, en cierto modo, el sueño del Espartero, Reverte, Antonio Montes y (¿porqué, no?) del propio Juan Belmonte.
El círculo se empezaba a cerrar.
Natural de Joselito el Gallo en la plaza de toros de Madrid. Si alguien pensara que el torear en redondo puede suponer una ventaja del diestro por la posición de perfil, esta foto (incluida en el libro el Toreo de Luis Bollaín) es la prueba palpable de lo contrario. Impresiona la postura de la res descoyuntándose alrededor del cuerpo del torero que se convierte en eje del toreo y eje de la fiesta.
(Fin de la serie)
3 comentarios:
Al final resulta que Joselito admiró al trianero,reconoció la calidad de su toreo y fue él más belmontista.
B.G.
B.G.
Por supuesto y como era lógico ¿O no?.
Son varias las anécdotas de Joselito que acreditan su admiración por el de Triana. Pero tambien numerosas las que atestiguan que el mayor "joselista" fue... Belmonte
Ambos se profesaban como no podía ser menos, además de amistad, mutua admiración.
Un abrazo
PD: Críticos y aficionados pueden andar "despistados". Los toreros, nunca.
B.G.
Se me quedaba en el tintero...
(Por si hubiera alguna duda) Lo anterior (admiración de José por Juan) no quita para que -visto lo visto- el "mejor torero" fuese Joselito, pues lo reconocía el propio Belmonte.
Y lo más importante, ¡el que tuvo mayor proyección de futuro!.
Un abrazo
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