La entrega novilleril pero firme y asentada de Andrés Roca rey (Foto de Javier Arroyo para Aplausos)
Que las cosas cambian resulta evidente. En el toreo damos por hecho que ha cambiado la bravura del toro, que ha cambiado la actitud de los toreros y que ha cambiado la forma de torear. Es posible y algo de eso hay pero sobre todo lo que ha cambiado, en mi opinión, son los gustos de los públicos. Ese es el cambio más relevante pues, a fin de cuentas, son los públicos los que marcan el rumbo por el que discurre el toreo. Siempre ha sido así.
Un ejemplo de ese cambio de actitud de los públicos lo tenemos en las novilladas. Antes, no hace tantos años, el trato que se dispensaba a los novilleros era muy diferente del que se reservaba para los toreros consagrados. Todo lo que para estos últimos era rigor y exigencia se convertía, en el caso de aquellos, en comprensión y apoyo.
Era lógico. Venían los novilleros como tienen que venir los novilleros. Con ganas, con empuje, con la decisión propia del que quiere ser alguien en esta dura profesión y esos públicos, tan duros y exigentes las restantes tardes, se ponían incondicionalmente de su parte, se volcaban con esos torerillos.
A esos públicos no les importaban errores, imperfecciones o incluso falta de destreza de los chavales que empiezan. Se entendía que era lo natural y que ya tendrían tiempo de aprender. Lo que se valoraba era su actitud, su buena disposición. Que los novilleros se comportasen como tales, que se la jugasen de verdad. Si además de firmeza, demostraban algo de conocimiento del oficio, miel sobre hojuelas. Pero no era lo más importante. Si a la hora de matar se lanzaban sobre el morrillo como unos posesos, entrando de verdad "a lo que pasara", el público enloquecía y con el público los exigentes aficionados de entonces que, ese día, se hacían de miel.
Hoy, por desgracia, las cosas han cambiado. Los novilleros (por mor de las Escuelas) llegan mucho más puestos a las plazas importantes. No ha cambiado, empero, su actitud. Si ha cambiado, sin embargo, la de los públicos.
En los tendidos no se sientan ya esos aficionados exigentes que tan bien conocían el toreo y que exigían a los toreros en función de las condiciones de los toros, máxime en el caso del escalafón inferior.
Dicen los aficionados de ahora que es necesario que salga a las plazas un toro complicado y con problemas que ponga a prueba la capacidad de los toreros. Está muy bien. El problema es que cuando sale ese toro, el mismo aficionado que lo pide, quiere luego que a ese toro difícil se le toree de forma preciosista como si se tratara de un burel noble y dócil. Un sinsentido.
Algo que se vio muy claro en la novillada de Madrid del pasado día 18.
Se jaleó con merecido entusiasmo a Posada de Maravilla por su toreo personalísimo, desmayado y convincente frente a un excelente novillo del Conde de Mayalde. Un lujo y una rareza en su forma de torear que nos viene muy bien a todos pues nos demuestra que el toreo no se agota.
Frente al perfeccionismo y la técnica del toreo de nuestros días, el toreo de Posada puede ser un contrapunto necesario. Para un novillo muy bueno, buenísimo, un toreo muy estilizado. De muy buen estilo. El toreo que demandan los públicos de ahora y puede que el toreo que demanden los públicos del futuro. Se le agradeció y se le premió de forma merecida.
Frente al perfeccionismo y la técnica del toreo de nuestros días, el toreo de Posada puede ser un contrapunto necesario. Para un novillo muy bueno, buenísimo, un toreo muy estilizado. De muy buen estilo. El toreo que demandan los públicos de ahora y puede que el toreo que demanden los públicos del futuro. Se le agradeció y se le premió de forma merecida.
A Andrés Roca Rey que ha venido a Madrid a por todas, como venían los novilleros de antes pero más hecho como torero que aquellos novilleros, le salió, por el contrario, un novillote muy bruto y muy complicado. Un novillo adecuado, no para estar lucido, sino para demostrar firmeza, decisión y las ganas de ser torero que se le suponen a un novillero puntero.
Asentadas las zapatillas toda la tarde (más que asentadas, clavadas en la arena), Andrés, se la jugó sin cuento desde el primer capotazo hasta la estocada final. Una lidia que tuvo toda la emoción que pone el torero que apuesta en serio.
La faena de Andrés Roca Rey no fue preciosista pues no pudo serlo, ya que el toro no empujaba ni se desplazaba, simplemente topaba y calamocheaba (hoy a calamochear le llaman "llevar la cara suelta"). El torero estuvo sencillamente colosal, sacando muletazos de enorme mérito y verdad.
La faena fue de premio. Máxime al coronarla con tres entradas a matar que (aplicando las teorías de Corrochano) valieron por tres soberbias estocadas, Primero, un pinchazo del que el torero sacó un puntazo en el muslo pues el toro se defendía. Segunda, media estocada bien puesta en la que el toro (que seguía defendiéndose) le arrancó parte del corbatín al derrotar en el pecho. Y de remate, una estocada hasta la bola con los pitones del novillo "acariciando" el cuello del torero que se desplomó del refilonazo. Para el que quiera "emociones a la antigua" ayer hubo ración triple.
Sin embargo, esta claro que a los públicos de hoy no les van estas emociones fuertes. Bien está. Pero el problema, el verdadero problema es que .visto lo visto, parece que estas emociones fuertes tampoco les van demasiado a los aficionados exigentes pues ni siquiera las valoran ni las premian.
La faena fue de oreja. Una oreja que nadie pidió en la plaza pero que a nosotros nos vale mucho más que alguna otra de las que se han concedido esta feria. Es posible que, en el público de ahora que valora la muerte rápida del toro antes que la buena ejecución de la estocada, influyeran las tres entradas a matar. El argumento vale como justificación de la actitud del público pero ¿y la actitud indiferente del aficionado? ¿como se justifica?
Difícil justificación. Recapitulemos. Proponen, algunos aficionados, como paradigma, el toro complicado y el torero que, con capacidad, torería y entrega, le haga frente. Sin embargo, luego cuando tienen delante de sus narices, como ocurrió ayer, un toro complicado y un torero capaz, parece que no se enteran. Y si se enteran, no lo premian.
Aquellos públicos de antes, que se alborozaban con los novilleros valientes que rodaban por los morrillos de los novillos y les premiaban con largura, tienen ganado el cielo taurino. Estos públicos de ahora, por el contrario, merecen el purgatorio. Un purgatorio que, en materia taurina, consistiría en el castigo de asistir todos los días a la "misma" corrida. Una corrida de toros descastados y toreros desangelados.
Aunque, al menos, se libran del infierno por su entrega al arte de Posada de Maravillas.
Aunque, al menos, se libran del infierno por su entrega al arte de Posada de Maravillas.
4 comentarios:
<<...Fernando, se la jugó sin cuento desde el primer capotazo hasta la estocada final. Una lidia que tuvo toda la emoción que pone el torero que apuesta en serio.
La faena de Fernando Roca Rey no fue preciosista pues no pudo serlo...>>
favor de corregir es "Andres" y no Fernando
Jorge Wilfredo Panta Curo:
Le pido disculpas. Ya está corregido.
Saludos y gracias por advertir el error.
Paso a paso... tiene mucha madera para ser figura. Esperemos que siga, el Perú y el mundo taurino se lo merecen.
Las novilladas no son lo que eran. Pero es que los novilleros de ahora (de escuela, mucho más preparadps) tampoco son los de antaño. Ni los público se comportan lo mismo. Y de los novillos que se lidian en algunas plazas (auténticos toros) prefiero no hablar.
Otras consideraciones sobre las novilladas. ¿Han reparado en lo aburridísimas que resultan las novilladas sin caballos? ¿No les dice nada el hecho de que muchas de esas novilladas terminan sin un sólo revolcón?
¿Y que me dicen de las novilladas picadas en las que algunos matadores (que posiblemente hayan pagado por torear) dejan transcurrir la tarde sin hacer un sólo quite?
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