"Manolete ya se ha muerto, muerto está que yo lo ví" (K-Hito)
Justo hace setenta y un años y por estas mismas horas (escribo entre las 10 y las 11 de la noche) trasladaban a Manolete en camilla desde la enfermería de la Plaza de Toros hasta el Hospital de los Marqueses de Linares donde se iba a consumar el drama.
Un drama que, como las tragedias griegas, tuvo coro de protagonistas: aquel torero joven, aquel ganadero amigo, aquella madre dominante, aquella novia, aquel apoderado y sobre todo, el público, aquel público.
La última temporada de Manolete en España fue un verdadero calvario por la inquina de algunos periodistas y la inquina de los públicos azuzados por aquellos periodistas. Unos públicos entretenidos siempre en derribar a sus propios ídolos (el viejo deporte nacional). Manolete pensaba retirarse al final de temporada pero lo que encontró fue la muerte en una plaza de pueblo a manos de un toro de Miura. El, de quien decían que ganaba más que nadie, pero que siempre dio más, mucho más, de lo que los demás merecían.
La entrega de Manolete fue proverbial, todas las tardes, en todas las plazas y con todos los toros. En la historia del toreo nunca, nunca, se había dado un caso parecido. Su concepto del toreo era además tremendo, tanto por absoluta entrega como por su perfecta y novedosa técnica. Por eso, todos los toreros le siguieron; Parrita su discípulo, Luís Miguel su joven oponente, Pepín quien elevó a categoría de arte el toreo del diestro de Córdoba, todos...
Mejor dicho, casi todos, pues muerto el mito, hubo quien aprovechó la ocasión para ganar en los púlpitos la pelea que no había podido ganar en los ruedos. El problema es que esas tesis mezquinas -seguidas al pie de la letra- fueron y son el dogma donde se han ido formando las sucesivas generaciones de aficionados que, desorientados, hace tiempo que han dejado de entender lo que realmente pasa en los ruedos.
No importa, porque todavía hay toreros -no todos, pero si los suficientes- que tienen como referente al Monstruo, en su toreo y en su ética. Ellos son los que mantienen vivo su recuerdo.
Dos toreros en el concepto de la entrega de Manolete: José Tomás y Saúl Jiménez Fortes
Hoy, instantes después de que Plaza 1 haya presentado oficialmente las lista de los once toreros que entrarán en el bombo de la feria de otoño, diseñado de aquel que se autoproclama “productor de arte”. Sorprende que el sorteo no esté una bola con tu nombre. Sólo te puedo decir Juan Ortega, tú sí que estás en mi otoño.
En ese sorteo, sí estará presenta la bola de la injusticia, del cambio de cromos, del mediocre sistema taurino que asfixia el toreo, la bola de la falta desensibilidad…porque el arte no se produce señor Casas. El Arte, se tiene o no se tiene. Como la torería, la que tú, Juan Ortega, derramaste en el coso venteño el pasado día de la Paloma.
Ya lo dijo Curro Romero “qué difícil es comer despacio cuando se tiene mucha hambre”, y que difícil debe ser después de que pasaran más de dos años desde tu confirmación y no haber vuelto a pisar su ruedo. Del olvido, de ostracismo que somete el sistema a tanto torero bueno. En tarde de canícula agosteña, del Madrid desierto, de mucho cemento, de escasa entrada y mucho turista, de andanadas cubiertas de andamios… pero también de fecha de tradición con aficionados dispuestos a paladear el toreo, el buen toreo. Tarde de jugarse el todo por el todo…
Por eso impactaste tanto, desde el primer quite, donde tu capote se mece en forma de dos verónicas. La media que esculpe y cincela tu cuerpo. Esa despaciosidad, esa mente despejada, ese aroma a toreo bueno. El reencuentro con el toreo añejo, el toreo caro, el toreo de sabor. El toreo de hoy y de siempre. Por tu forma de iniciar la faena con esos doblones por bajo, torerísimos, además de eficacia y dar al toro la lidia que necesitaba, reunieron belleza y se convirtieron en escultura.
Faena maciza. Cadencia y compás. Para saborear y paladear. Tres series con la derecha y una tanda donde los naturales surgieron cristalinos y puros. Exquisita. Como exquisito volvió a ser el cierre por bajo. Tu corazón tras de tu espada, que quedó en todo lo alto… ¡Cómo olía a toreo en tu vuelta al ruedo con la oreja en la mano!
¡Qué pena que tu segundo no dejara redondear la tarde! Y qué ganas de volver a verte… Juan Ortega.
Por todo esto todavía doy más valor a tu actuación, que por sí sola y en otros tiempos te habría valido un buen número de contratos. Pero de lo que todos estábamos seguros, es que al menos te valdría para que tu nombre apareciese anunciado en los carteles de esta novedosa feria de otoño. La del sorteo.
Seguramente el Señor Casas no estuvo en Madrid ese día, lo que no es disculpa, porque gente de su amplio grupo y confianza, sí estaría. Y si no, están los videos y como todos los medios taurinos de forma unánime lo cantaron. Por eso duele más tu ausencia.
Hoy retumbarán en tu mente una y otra vez ese: “tanta lucha, pa ná”, que en su día pronunció tu apoderado, Pepe Luis Vargas, con el que tantas horas de toreo de salón, de sueños, de lucha has compartido este año…
Sé que mis palabras de poco servirán, pero cuando la temporada eche el cierre, las luces se apaguen, las plazas españolas cierren sus puertas y el invierno coja fuerza, mi mente de aficionado recapitulará para ver lo que quedó grabado en mi memoria esta temporada 2018. Eso es lo que verdaderamente distingue el arte. La inmortalidad del recuerdo que queda marcado a fuego en nuestro corazón de aficionado. Ese arte que parece desconocer el que dice llamarse “su productor”. El arte que vi y esparciste en las Ventas.
Por eso Juan Ortega, sólo te puedo decir que tú sí que estás en mi otoño.
El toreo en máxima quietud. Saúl Jiménez Fortes en la Malagueta
El pasado 17 de agosto, Saúl Jiménez Fortes desplegó en la Malagueta el mejor toreo posible, por pureza, por entrega, por suavidad y por verdad. A quienes andan todavía preguntándose qué es torear, Saúl les dio cumplida respuesta. Torear es lo que hizo Saúl Jiménez Fortes en Málaga ante dos buenos toros de Cuvillo el pasado viernes. En el toreo de muleta, estuvo cumbre. En el toreo de capote, sublime.
Hablemos de su capote. La clave de su toreo de capa (de todo su toreo, de todo el buen toreo) está en el valor. Y es que se necesita mucho valor para esperar tan parado la embestida del toro y pasárselo por la barriga tan, tan, tan despacio, con tanta suavidad como temple. Sin embargo, resulta evidente que, para torear así, no basta con el valor sino que se precisa un gran conocimiento de las suertes. Al toro hay que llevarlo toreado, muy toreado.
Con el capote, por ejemplo, esto que decimos no es nada fácil de conseguir. Con el capote al toro que no trae inercia, no se le puede pulsear como se le pulsea en el toreo de muleta. Decimos que no se puede, aunque después de ver a Fortes en Málaga, tendremos que poner en duda el aserto pues derrochó suavidad, temple y mando en el manejo de la capa en ambos toros en el bravo y agresivo segundo y, sobre todo, en el manso y parado quinto.
Pero la nota final y definitiva del toreo de Fortes la pone su naturalidad. La naturalidad en el toreo de Fortes, y en el de todos los grandes toreros de su misma cuerda, viene de la mano de la economía de movimientos, de despojar al toreo de cualquier gesto superfluo, de cualquier movimiento innecesario. Lo que puede hacer una articulación menor -los dedos, la muñeca- no es bueno que lo hagan la cadera o las piernas.
El que se tiene que mover, eso Belmonte lo tenía muy claro, es el toro no el torero. El toreo así practicado suave, templado, lentísimo, con un toro en agresivo movimiento en contraste con un torero en máxima quietud, adquiere un aura de irrealidad, de algo lejano e imposible. Se convierte en un sueño.
Pero lo de Málaga no fue un sueño. Aquí está la prueba.
La verónica -de fama mundial- de Gitanillo de Triana.
El toreo es un arte en movimiento. La fotografía capta sólo un instante, por eso nunca una fotografía -al contrario que el cine- podrá dar cabal idea de como fue un lance y menos una faena.
Siendo ello cierto, no lo es menos que una eterna aspiración del toreo -puro movimiento- fue y es detener el tiempo, pararlo, congelar el instante. Parar el toreo es la primera premisa de la trilogía belmontina. Parar el toreo fue la vieja aspiración de los toreros del XIX. Huevo o gallina, nunca sabremos si fue esa momentánea parada dentro del lance la que permitió a los fotógrafos de la época captar el instante o, al contrario, si fue la aparición de la fotografía la que sugirió a los toreros más atentos la necesidad de detener el lance para que los fotógrafos pudiesen inmortalizar su obra de arte.
Y es que, viendo la fotografía que encabeza este post, nadie podrá poner en duda que el toreo es arte. Arte bellísimo, de delicadas y armoniosas líneas, cierto es. Pero, también y al mismo tiempo, arte denso y profundo, arte que hunde sus raíces en la tierra; arte terrenal.
La fotografía de este post es archiconocida mundialmente pero sus detalles quizás lo sean menos. Se trata en efecto de una de las verónicas más divulgadas de Gitanillo de Triana, el añorado y llorado Curro Puya pero ¿de quién era y donde se lidió ese toro que que coloca la cara (imaginamos) con tanto primor como bravura?
La respuesta nos la da José Antonio Villanueva Lagar en su interesante libro sobre la historia de la ganadería mexicana de San Mateo a la que pertenecía el burel de marras.
"Y en la Oreja de Oro celebrada el 3 de febrero del año siguiente, Francisco Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, a punto de regresar marchito a España por haber toreado sin mayor relieve, bordó el toreo con el encastado Como Tú y se llevó, tanto el rabo de su adversario, como el áureo trofeo en disputa; las seis verónicas que logró el hispano ante este burel pasaron a la inmortalidad y continúan siendo paradigma de lo que debe ser este lance fundamental. Como Túdejó un imborrable recuerdo al gitano conocido también como Curro Puya, por lo que su hermano Rafael solicitó toros de San Mateo para su confirmación de alternativa en México, el último día del año 1944".
En cualquier caso, viendo la fotografía de la verónica de Curro Puya a Como Tú de San Mateo, no me extraña nada que Gregorio Corrochano en una crónica le preguntara al torero de Triana:
Antonio Mairena. Su interpretación de la seguiriya de Joaquín Lacherna es sencillamente, antológica.
¿Qué será eso de "tragarse el cante"?
Busco la definición y no la encuentro. Ni en el "Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco" de José Blas Vega y Manuel Ríos Ruiz, ni en el más reciente "Flamenco de la A a la Z" de José Manuel Gamboa y Faustino Núñez se explica que es eso de tragarse el cante.
Y, sin embargo, se trata de una expresión relativamente habitual entre aficionados y cantaores. A eso de tragarse el cante se refieren, por ejemplo, Luis y Ramón Soler en su imprescindible "Antonio Mairena en el mundo de la seguiriya y la soleá" (1992) cuando hablan de la seguiriya de Joaquín Lacherna.
La seguiriya de Joaquín Lacherna
A Joaquín Lacherna (o la Serna) se le atribuye un estilo de seguiriya que es, en realidad, una variante de la seguiriya del Viejo de la Isla. Es casi seguro que ese cante se difundiera gracias a su sobrino Manuel Torres que, no obstante conseguir una lograda versión, no fue el primero en grabarlo. Antes que él, lo hicieron Pastora ("Que alegría más grande" en 1918 y "No llamarme al meico" en 1929); Tomás (su genial "Apregonao me tienes" de 1928) y Cepero ("Qué doló de mi mare" en 1928 y "Rabiando te mueres" en 1930). Manuel Torres, la grabó dos veces ("Contemplarme a mi mare" y "El alma se me había arrancado") en 1929. Junto a la de Tomás y la de Manuel, los Soler destacan la versión de Antonio Mairena ("A la muerte yo llamo" de 1972), otra cumbre de este estilo.
Como dicen estos autores, la seguiriya de Joaquín Lacherna destaca por "su rajo, del mejor cuño jerezano" lo que la sitúa entre "las más acabadas y sublimes modalidades de todo el tronco siguiriyero". Según ellos, esta seguiriya "se hace en los tonos medios, con tercios muy modulados, quejumbrosos y muy ligados". Pierre Lefranc (2000) matiza que "en el repertorio moderno de Jerez es la seguiriya más altiva, aquella que transmite más rechazo y que llora menos"
Los Soler añaden -y eso es lo que nos trae aquí- que "en la exposición de los primeros tercios de muchas versiones se puede apreciar como el cantaor se traga el cante, cobrando en ellos toda sus sustancia".
Tragarse el cante
Hay muchas maneras de cantar pero, simplificando, pudiéramos decir que hay dos formas básicas y enfrentadas de enfrentarse al acto de cantar. Una, sería aquella del cante entendido como espectaculo, cante grandilocuente y efectista, del que canta por lucimiento, buscando la admiración del oyente y demostrando su capacidad de afinación, de compás, de modulación, de alcanzar notas imposibles. Otra, sería aquella de quien canta para el mismo o para un grupo muy reducido de cabales. Cante intimista, que sale de las entrañas, que se da pero no se vende. Es el cante de quien busca y rebusca dentro de sí sus emociones más hondas para así emocionar también hondamente a aquel que le escucha.
En esa pelea emocional y emocionante, tragarse el cante es retenerlo un momento en la garganta para luego dejarlo salir, libre y espléndido cuando y como conviene. Tragarse el cante es cantar hacia adentro para acrecentar la emoción. Es un no-cantar temporal, una pausa con sabor de siglos que denota sabiduría, conocimiento e introspección pero que, sobre todo, al atemperarlas busca transmitir de manera más potente esas sensaciones fuertes que vienen de las entrañas y pugnan por salir de la garganta del que canta.
Cuando canto bien me sabe la boca a sangre, decía la Piriñaca. Pues eso.
A título de ejemplo
Las primeras versiones que Pastora y Cepero grabaron del cante de Lacherna, se encuentran todavía vinculadas al estilo matriz del Viejo de la Isla o al más moderno de Paco La Luz, pero luego tras la publicación de la versión de Manuel Torre, ambos incorporarán en sus cantes esos matices e incidencias que estamos comentando.
Tomás en su "apregonao" introduce también esos matices de forma sutil y elegante a lo largo de los diferentes tercios pero será en el último donde se trague de verdad el cante. Pastora y Cepero, con el estilo ya más definido, harán lo mismo desde los primeros tercios, tal y como explicaban los Soler.
Pero quien de verdad da una lección de este cante, es Antonio Mairena. Su versión de la seguiriya de Joaquín Lacherna es paradigmática, ejemplar y... emocionante. Tanto que consigue arrancar el sentido olé de quien le jalea (¿Quizás Pepe Torres?) cuando se traga el cante.
Nota de LRI: Tiene aires de modernidad la interesante propuesta de Simón Casas de "sortear los toreros" en la próxima feria de Otoño. Pero curiosamente la idea no es tan moderna y ya hace algún tiempo hablaba de ella en estas páginas nuestro amigo Luis Miguel López-Rojas. Sin embargo, no hemos sido nosotros -ni mucho menos- los primeros en proponer el sorteo de toreros. Hace más de 100 años,Antonio Fernández de Heredia "Hache" en su Doctrinal Taurómaco (1906) proponía este sorteo de toreros y además citaba ejemplos más antiguos aún de propuestas parecidas, como las recogidas por Sánchez de Neira en su Diccionario. Lo de Neira que hablaba de un suceso de 1833 donde se sorteaba el orden de lidia, era otra cosa. pero lo de Hache, sorteando toreros en corridas de varias ganaderías, es idéntico a lo que propone Simón Casas.
La modernidad no es de hoy sino de ayer. O, mejor dicho, de antesdeayer. Leámos, pues, a Hache, el moderno...
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Puesto que el sorteo no puede hacerse si se corren toros de distintas vacadas, allá va la solución más imparcial y que á nadie perjudica: después de enchiquerados los toros, que los espadas se sorteen entre sí el orden por el cual han de matar. Es lo más equitativo.
Sortéense los toreros.- La cosa trae miga pero será necesario ponerla en práctica. Así -escribía yo en La Lidia el año 1899- el ganadero dispone de lo que es suyo: ¡se descomponen esas supuestas cábalas! y el publico, que es quien sostiene el espectáculo -por tanto, el número UNO-, ve lidiar los toros en el orden señalado por el dueño, de lo cual depende en muchos casos el resultado de una corrida (...)
Y para que veáis que no es extravagancia lo propuesto, acudo al maestro D. José [de Neira] (...) y en la pág. 742 del Diccionario leo lo que sigue y prueba que en la antigüedad ocurría sortearse los puestos los espadas; y conste, por el contrario, que nada leí respecto á sortear los toros:
"De ser cierto cuanto la tradición expresa, ya consta que en el siglo pasado hubo un sorteo, NO DE TOROS, sino de lidiadores para preferencia de puestos; y en el mismo sentido y con igual fin aparece reproducida la cuestión en 1833 (...)"
FERNÁNDEZ DE HEREDIA, Antonio "HACHE", Doctrinal taurómaco (1ª ed., Madrid,1906. Pág. 288)
Manuel Vallejo le hace palmas a Pastora Pavón. El Niño Ricardo a la guitarra.
Hoy nos escuchamos pocos unos a otros, que eso es lo peor, porque lo oímos una vez, o lo escuchamos en un disco, y ya sabemos como canta. Antiguamente, nos poníamos a escucharlo todos los días y, si cantaba bien, no nos importaba que fuera de Sevilla o Córdoba, ni si era payo o gitano; lo escuchábamos desde un punto de vista artístico, y le dábamos sus ¡olés! sinceros.
En aquella época La Niña de los Peines le decía olé a Vallejo y, cuando grababa un disco Pastora se molestaba en ir a Madrid, si hacía falta, a hacerle las palmas, y no es que fuese a cobrar nada; lo hacía porque era admiradora de ese artista.
Y lo mismo ocurría cuando era ella la que tenía que hacer una grabación: allí estaba Manuel para tocarle las palmas y decirle sus ¡olés!
NAVARRO, José Luís y TRIGO, José Manuel, "Naranjito de Triana-Fiel a sus sentimientos", Sevilla, Editorial Castillejo, 1992. Página 157.
Pastora Cruz Vargas (Fotografía del libro "La Niña de los Peines en la casa de los Pavón" de Manuel Bohórquez)
Pastora Cruz Vargas, conocida como Pastora la deCalilo, nació en El Arahal (Sevilla) en 1858.
Casada con su primo Francisco Pavón Cruz, conocido como "El Paiti" y madre de La Niña de los Peines y de Arturo y Tomás Pavón, fue una gitana de rompe y rasga.
Cuenta Manuel Bohórquez que, una feria de abril, entró en la plaza de la Maestranza con su hijo Arturo en el cuadril y la banda de música, al verla, le tocó la Marcha Real.