Por Jose Morente
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Lámina publicada en la Lidia el 18 de noviembre de 1895. El diestro remata un pase en redondo, cuando el toreo en redondo (inefable en nuestros días) era un ideal casi inalcanzable.
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Toreros y matadores
Desde Manolete a la fecha el toreo en redondo es la base incontestable del toreo de muleta, pero a finales del XIX, el toreo en redondo (pase en redondo llamaban al conjunto de tres naturales ligados) era un ideal casi inalcanzable y que pocas veces se realizaba en las plazas.
El 18 de noviembre de 1985, la Lidia publicaba esta curiosa lámina de Daniel Perea, donde un diestro sin nombre, remataba un pase en redondo. Remate por bajo, que no mediante un pase de pecho como hoy es habitual.
Pero lo curioso, con serlo, no es esta interesante lámina de una suerte entonces incipiente, sino el comentario que acompañaba al texto, firmado por Mariano del Todo y Herrero que, bajo el epígrafe recurrente de "Nuestro dibujo", analizaba una distinción que todavía hoy es de rabiosa actualidad: la distinción entre toreros y matadores. Dice la Lidia:
"Tendencia, no de ahora, sino de bastantes años atrás, es la de marcar la linea divisoria, tratándose de la más caracterizada representación de los lidiadores de reses bravas, en virtud de la cual, unos son considerados como más toreros y otros como más matadores de toros, dentro de la misma categoría de espadas ó jefes de cuadrilla. Esta subdivisión aparece indudablemente, cuando un arte ó profesión cualquiera cuenta con pocos representantes completos, y por consiguiente, la mayoría adolece de defectos que encuentran compensación en el extremo que da origen á que se les considere en uno ú otro sentido.
Entendemos que en buena conciencia artística no debía existir tal diferencia; pero atendiendo á lo difícil que es reunir ambas condiciones, y á la laudable costumbre de atenuar las deficiencias de los ídolos populares de modo más ó menos directo, entramos por la jurisprudencia establecida, y admitimos pacientemente la raya tirada por la afición sobre la entidad espada, colocándole según sus aptitudes, bien en la parte designada á los toreros, ó bien en la correspondiente á los matadores de toros.
Tenemos, pues, y es ahora fruta de todo tiempo, que un maestro puede ignorar en absoluto el manejo ó aplicación de la muleta, pero que por consecuencia de reunir serenidad suficiente para colocarse entre los cuernos de una fiera y ánimo sobrado para sepultar el estoque en su morrillo, desplomándola sobre la arena, justifica aquel concepto ante los partidarios de ese espectáculo, ó por el contrario, que un diestro puede pasarse lo mejor de su vida agujereando el pellejo de una res, y en el mero hecho de jugar con soltura y elegancia el rojo trapo, adquirir igualmente aquella preponderancia y categoría.
Hecho ya este deslinde convencional, justo es convenir en que para los aficionados libres de parcialidad y apasionamiento, tanto mérito encierra una faena de muleta, desempeñada á conciencia y con arte, como una muerte dada á un toro con valentía y oportunidad, siquiera en uno ó en otro caso falte el complemento que, de existir, llegaría á constituir la perfección".
Como bien dice el articulista de la Lidia, la división entre toreros y matadores viene de antiguo, pues raro será el diestro que reúna condiciones para desenvolverse con igual perfección en ambos campos. Siendo esto último lo ideal, lo habitual será que los diestros se encuadren en una u otro categoría.
El caso es que un maestro puede ignorar en absoluto el manejo de la espada pero ser considerado tal por su perfecto manejo de las telas. Tal es el caso de toreros dominadores y largos, que no han solido ser buenos estoqueadores. Eso de perder la vista de los pitones es, para los toreros de cabeza, superior a sus fuerzas. Paquiro, Guerrita y Joselito son los mejores ejemplos.
La suerte para ellos es que siempre han encontrado algún tranquillo para resolver ese trance. La mucha salida que daba Paquiro, el ataque eléctrico de Guerrita y el brazo suelto de Joselito, son paradigmáticos.
Peor lo tienen en general los artistas, pues para ellos y salvo honrosas excepciones, la suerte suprema puede acabar en debacle.
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Los toreros artistas -aunque hay egregias excepciones- han sido tradicionalmente medrosos y, por tanto, malos matadores. En la foto Rafael el Gallo mechando a un toro.
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Sin embargo, a la hora de torear, la cosa cambia y el estoqueador chapucero se transmuta en torero sublime.
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Igual que al Gallo le pasaba a Curro Romero al que vemos en un alevoso y horroroso bajonazo.
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Tras la bronca venía el quite redentor y magnífico. El caso es que hoy (y creo que siempre ha sido igual) se magnifica lo pasado y se mira con lupa lo presente. Las redes están llenas de fotos magníficas de Curro Romero (artista genial) toreando de capa y de muleta pero que, salvo excepciones, mataba de la fea manera que se ve en la anterior fotografía. La consecuencia de esta manipulación de la historia (del pasado se cuenta solo lo bueno y se omite lo malo) es que hoy proliferan los partidarios del torero cuando, en su momento, el currismo era religión de pocos adeptos.
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Todo lo contrario ocurre con los buenos estoqueadores. Si el que es buen torero a secas no tiene que ser un gran matador, resulta que el estoqueador no suele derrochar arte.
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El estilo eficaz pero poco depurado de Curro Martín Vázquez con el capote |
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Curro Martín Vázquez fue, por contra, un valiente y gran estoqueador, tanto que la prensa antigallista quiso utilizarlo contra Joselito al principio de la carrera del de Gelves pues José mataba echando la carta al buzón.
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Toreando corridas "duras" es casi imposible desarrollar el toreo de calidad que se exige hoy. El Fundi ha sido un gran torero de una absoluta dignidad y profesionalidad. |
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Pero en lo que realmente destacó fue en la suerte suprema. Aquí ejecuta la suerte con radical verdad y tremenda entrega (Foto: Pepe Pastor)
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Son evidentemente cosas distintas. Por eso, en la historia del toreo son contados los diestros que han alcanzado un
gran nivel en ambas disciplinas como torero y como matador. El caso más señalado ha sido probablemente el de
Manolete.
Pero
Manolete fue punto y aparte.
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Manolete toreaba y mataba |
Y puesto que Manolete es caso aparte, nada mejor que aceptar el consejo de Mariano del Todo y Herrero dirigido a esos aficionados imparciales y desapasionados (que tan poco abundan, añado yo) y aprendamos a reconocer que "tanto mérito encierra una faena de muleta, desempeñada a conciencia y con arte, como una muerte dada a un toro con valentía y oportunidad".
Aunque en ambos casos falte el complemento de la buena estocada o la buena faena, complemento que "de existir llegaría a constituir la perfección" pero, como diría Billy Wilder...
¡Nadie es perfecto!