Cogida mortal de Curro Guillén por J. Atienza
Uno de los casos más trágicos de la Historia del Toreo es el de la muerte en la plaza de toros de Ronda de Francisco Herrera Guillén, el señor Curro Guillén, acaecida en mayo de 1820. Caso trágico, no sólo por su mortal cogida sino por las circunstancias en que esta se produjo.
Su vida
Curro Guillén fue un torero de leyenda, arropado con un halo mágico y que consiguió las simpatías de todos (o, mejor dicho, casi todos) los públicos de España.
El Señor Curro Guillén (Detalle de una lámina de los Anales del Toreo de Velázquez y Sánchez)
Le tocó vivir una época muy complicada del toreo. La época de la invasión francesa, época plagada de prohibiciones por parte de la monarquía española y, por el contrario, de apoyos por los gobernadores y militares franceses (El hecho de que los políticos españoles estén en contra de la fiesta y sea Francia quien salga en su defensa resulta ahora que no es realmente nada nuevo en la Historia del Toreo)
Trajes de toreros del primer tercio del siglo XIX. La época de Curro Guillén.
Sin embargo, Curro como buen patriota prefirió emigrar a Portugal donde conoció un enorme éxito y alcanzó una popularidad sin precedentes, igual que antes había triunfado en nuestra tierra.
La suerte de varas por aquella época, según un grabado del libro de Bedoya
Su toreo
Curro Guillén daba el perfil de torero de dinastía. Con padre, tíos y antepasados toreros (Entre ellos figura nada más y nada menos que Costillares). De hecho se llamaba Francisco Herrera Rodríguez y el Guillén (su cuarto apellido) que utilizaba en los carteles era un homenaje privado a sus parientes toreros.
El árbol genealógico del Sr. Curro Guillén. La profesión de torero o picador se representa con una montera o castoreño encima del nombre (Del libro “Sevilla en la Historia del Toreo” de Luís Toro Buiza) Curiosamente no aparece su abuelo paterno Herrera Guillén de quien cogió sus apellidos.
Descolló muy pronto, destacando como nadie en las faenas camperas (acoso y derribo, enlazar reses, manejo del ganado en los campos). Esa aureola llegó a las plazas y de él se contaban hazañas increíbles.
Además, era un tipo simpático y agradable con mucho don de gentes y cuyo toreo transmitía la alegría característica de la escuela sevillana.
Este dibujo de 1850, que representa a un torero de la época de nuestro protagonista, abre el capítulo dedicado al mismo en el libro de Bedoya.
Por lo que nos cuentan de él, era torero de amplío repertorio que sabía adaptar su toreo a las condiciones de las reses (conocimiento de las reses) escuela que luego seguiría un hijo de su sobrina María, el simpar Curro Cúchares (Que por cierto, también se anunció como Francisco Arjona Guillén, cuando su segundo apellido era Herrera, esta vez en homenaje de nuestro protagonista, el señor Curro Guillén).
Curro Cúchares, según detalle de lámina de la Lidia
Para Guillén, la estocada era una suerte más del toreo ya que practicaba la lidia total destacando en galleos y recortes.
Un torero de la época pasa de muleta a un toro (de la Tauromaquia “la Fiesta española”). Por sus facciones podría tratarse de Curro Guillén.
Y aunque descollaba en la suerte de recibir, también lo hacía al volapié e Incluso llegó a descabellar toros sin entrar a matar, lo que se reputó de extraordinario.
Descabello sin estocada previa. Lámina dedicada a Curro Guillén en la “Historia del Toreo” de Bedoya
Los aficionados dogmáticos de su época (en todas las épocas ha habido aficionados dogmáticos y gruñones) no le perdonaron su supuesto alejamiento de la escuela de Pedro Romero, hasta tal punto que las diatribas de un grupo de estos aficionados fue la causa de su muerte en la plaza de toros de Ronda.
La Ronda que conoció Curro Guillén no debió ser demasiado diferente de la Ronda de cincuenta años después (fotografía de Hauser y Menet de 1870).
Su muerte en Ronda
Curro estaba contratado para torear allí toros de Cabrera (Antepasados de los actuales Miura) pero con la contra de parte del público rondeño, ya que era torero adscrito a la Escuela sevillana, con la que en Ronda no se transigía.
Pervivía, en esa ciudad, el recuerdo de las glorias pasadas de Pedro Romero, por lo que los denuestos acompañaron a nuestro diestro, representante escuela sevillana opuesta a la rondeña, desde el paseíllo.
Paseíllo en la plaza de Ronda, donde todos los años y durante un día se recuerda aquella época del toreo. El 20 de mayo de 1820, los denuestos e improperios acompañaron a nuestro torero durante todo el paseíllo.
Como ha pasado tantas veces en la historia del toreo, para el público de aquella plaza los buenos eran los mediocres Tragabuches y Panchón, supuestamente fieles discípulos y herederos del toreo de Pedro Romero. En realidad, eran segundones comparados con la calidad del toreo del diestro de Utrera que, además, era quien verdaderamente podía mantener viva, por sus cualidades, la llama del toreo del maestro de Ronda. Pero así son las cosas…y así son los públicos.
Tragabuches, representante de la escuela de Pedro Romero. Su vida de trágica leyenda fue biografiada por Miguel Hernández en el tomo III del Cossío.
Un grupo de aficionados (Entre los que destacaba un tal Manfredi, según algunos tratadistas) le recibió y trató con mucha acritud durante toda la tarde. Curro alternaba ese día con un discípulo suyo y antiguo miembro de su cuadrilla, Juan León.
Juan León haciéndose un quite. El gesto recuerda mucho el de Julio Aparicio antes de su cornada en la boca en la Plaza de Madrid el pasado año.
A la hora de la muerte de un cabrereño viejo (7 años dicen los cronicones) y de sentido, el tal Manfredi le inquirió en plan chulesco:
- ¿A que no lo recibe usted?
El toro por sus condiciones no se prestaba a ejecutar esa suerte. Sin embargo, en un arrebato de pundonor, Curro Guillén (que no en balde se encontraba en la plaza de los toreros machos) lo citó a recibir.
Torero de la época recibiendo al toro (Detalle de una lámina de la Lidia)
A partir de ahí los relatos son confusos. Parece que le dio un bajonazo contrario. El toro le cogió y le tiró a la arena para volver a cogerle en el suelo. Su antiguo peón, Juan León, le hizo un quite temerario dejándose coger también.
Hubo un momento, que ha pasada al imaginario taurino, donde los espectadores creyeron ver a los dos toreros cogidos a la vez, cada uno en un pitón del toro de Cabrera.
Detalle de la lámina de la Lidia del 24 de septiembre de 1883, con la cogida del Señor Curro Guillén y su antiguo discípulo Juan León.
Cuando el toro les soltó Juan León se incorporó a duras penas. Guillén se había levantado el primero pero llevaba ya una cornada de muerte. Falleció nada más entrar en la enfermería.
Un pliego de cordel recordatorio de la muerte de Curro Guillén
Curro Guillén no fue ni el primer torero ni el último en morir en las astas de un toro por una provocación del público. Le tocó vivir además una época políticamente convulsa pero su recuerdo quedó inmortalizado en coplas como esta: