Por Jose Morente
Si hubiera que sintetizar todo el toreo en un único torero, lo que es realmente imposible, el nombre de Joselito el Gallo sería probablemente el más adecuado. Joselito reunía todo: valor, técnica y arte. También aunaba conocimiento de las reses y conocimiento de las suertes.
Una infinidad de tauromaquias posibles
En todas las épocas del toreo han existido voces que han denunciado una cierta monotonía o uniformidad en los modos y maneras de cada momento.
De hecho, no son pocos los que hoy acusan a los toreros actuales de ser todos iguales. Y no es cierto. No tiene nada que ver José Tomás, valiente hasta la exageración, con Morante de la Puebla, pleno de arte, ni este con el Juli, una máquina de torear. Encarnan estos toreros, evidentemente, conceptos muy distintos del toreo.
Por el lado del aficionado son también evidentes las diferencias entre unos y otros. Por ejemplo, entre los dogmáticos toristas y los demasiado complacientes toreristas. Igual ocurre con las ganaderías, incluidas la del supuesto “monoencaste”. No hay dos iguales. Tanto es así que podemos hablar de mundos distintos. De tauromaquias distintas.
No es lo mismo el toreo de línea natural, el que tenía Chicuelo torero de escuela e hijo de torero, que el concepto del toreo cambiado, patrimonio de toreros como Domingo Ortega cuyo aprendizaje se hizo en las capeas de los pueblos pues responden a concepciones y tesituras distintas; tampoco es lo mismo torear erguido que encajada y, en efecto, la verticalidad de Manolete no tiene nada que ver con el toreo agachado de Juan Belmonte; Y, finalmente, tampoco es igual el torero que pretende imponer su toreo al toro (caso de José Tomás) que aquel que es capaz de adaptar su forma de torear al toro que tiene enfrente (caso de Joselito el Gallo).
Es básico entender estar diferencias y es básico entender que, en cualquiera de estos contrapuntos y sea cual sea nuestra opción personal, el modelo opuesto no puede ser rechazado ni ninguneado.
Por esa diversidad de situaciones y planteamientos, es evidente que habrá casi tantas tauromaquias como aficionados, toreros o ganaderos existan. Todas ellas válidas y ninguna de absoluta validez universal.
Tres tauromaquias esenciales
Simplificando mucho, son tres fundamentalmente las formas diferentes que, en mi opinión, existen a la hora de ver, concebir y practicar el toreo.
Tres tauromaquias distintas: La tauromaquia del valor, la tauromaquia del arte y la tauromaquia de la técnica. Hablemos de ellas, por separado
La tauromaquia del valor
Manolete, es posiblemente el torero más valiente del siglo XX. Un valor desnudo como el propio torso del torero en esta fotografía campestre. Además de valiente fue un torero muy clásico y muy puro. Su pundonor le llevaba a jugársela en cualquier plaza por pequeña que esta fuera.
La primera, la tauromaquia del valor, necesita un toro fiero y agresivo (“el toro que de miedo”) y un matador que se la juegue de verdad.
Se trata de la más ancestral de todas pues hunde sus raíces en los albores del toreo. Además, su carácter testicular le da un aire primigenio y primitivo. Provoca emociones viscerales y, si no sonara machista, diría que viriles.
Ganadería emblemática de este concepto puede ser la ganadería de Miura por su trayectoria y su leyenda, en la que pesan y muchos los toreros que han matado las reses de este encaste ya que se trata de una tauromaquia donde la cornada es necesaria e imprescindible y el sacrificio del torero (igual que antes el del caballo y siempre el del toro) sería lo único que justificaría la Fiesta de los toros y el toreo mismo.
A cada tauromaquia corresponde un tipo de aficionado distinto y esta, la del valor, es la tauromaquia del aficionado integrista. Un afición que, hoy por hoy, es minoritaria (pues no son muchos los que empatizan más con el toro que con el torero) pero cuyas opiniones, gracias a las redes sociales, gozan de mucha difusión aunque poco peso pues su repercusión real es escasa.
Geográficamente hablando, esta tauromaquia se despliega al norte de Despeñaperros. Su plaza emblemática es, sin lugar a dudas, la de Madrid, aunque tiene sucursal en Ceret.
Su texto emblemático (la Biblia del integrismo) es el “Antes y después del Guerra” de F. Bleu y su torero fetiche, el negro Frascuelo. De nuestro días el torero que más se basa en el valor es, sin dudas, José Tomás.
Sin embargo, esta tauromaquia es, en su conjunto, la tauromaquia del pasado. Un pasado más recreado que real, más imaginado que vivido.
José Tomás, el valor en grado superlativo pero un valor con muchos más argumentos técnicos y estéticos que los que atesoraron otros toreros de su misma estirpe (excepción hecha de Manolete). Un valor que coloca a veces al torero en situaciones imposibles, en todas las plazas y en todas las tardes.
La tauromaquia del arte.
Rafael el Gallo, el torero más artista entre todos los artistas. Torero hasta vestido de paisano. Rafael decía que torear era acariciar suavemente. No era valiente (más bien al contrario) pero conocía el toreo como pocos… y lo sabía “decir”.
La del arte es también una tauromaquia emotiva y profunda aunque ahora el órgano implicado sería el corazón. Es por tanto una tauromaquia apta y aconsejable para los espíritus más sensibles.
Es una tauromaquia que exige el toro noble y dócil (“que colabore con el torero”) y un diestro que sea capaz (algunas veces, al menos) de acoplarse a ese toro. Entonces surge el milagro.
Ganadería emblemática de este concepto, ha sido y es la de don Juan Pedro Domecq, tan denostado por los integristas. En la tauromaquia del arte, la cornada se teme y rechaza, por eso, se invoca a la superstición (cuando no a la “espantá”) como medio de ahuyentarla.
Esta tauromaquia era antes patrimonio del aficionado llamado, despectivamente, del clavel pero, hoy por hoy, es la religión mayoritaria pues el público de nuestros días se decanta por la estética que es, de lo que ocurre en la plaza, quizás lo más fácil de apreciar y valorar por todos pues sólo precisa un mínimo de sensibilidad.
Esta tauromaquia sienta plaza (y cátedra) en Sevilla. Tiene sucursales en toda Andalucía y Extremadura y sede delegada, en la plaza de Nimes. O sea, que su ámbito geográfico es, esencialmente, de Despeñaperros para abajo pero con las excepciones señaladas.
No tiene texto de cabecera pero si tiene música: El flamenco jondo. El torero emblemático de la tauromaquia del arte ha sido Rafael el Gallo y es, hoy día, Morante de la Puebla.
Es la tauromaquia del presente. Con todas sus grandezas y miserias. Tan irregular como el arte de los toreros que la representan.
Morante de la Puebla, un genio del toreo, excéntrico como todo los genios pero que atesora en sus muñecas el mejor toreo posible. Como el mago de su chistera, saca de su capote momentos de mágico ensueño. Y para más inri, valiente como no lo han sido casi nunca los toreros artistas (excepto el llorado Curro Puya). Dicen que es, además, un estudioso obsesivo de la historia del toreo.
La tauromaquia de la técnica.
En la tauromaquia de la técnica, el conocimiento de las reses es la clave. Por eso, los toreros de esa cuerda se caracterizan por estar dotados de una precoz intuición para entender al toro, que se convierte así en su verdadera obsesión en detrimento, a veces, de los aspectos estéticos del toreo. En la imagen, Joselito el Gallo –muy joven con sólo dieciocho años- juega con un novillo el día de su santo en los corrales de la plaza de Valencia.
La tercera, la tauromaquia de la técnica, apela a la inteligencia del hombre para domeñar a la fiera. El órgano básico en funciones, en esta tauromaquia, es el cerebro. Adecuada para espíritus alerta.
La tauromaquia de la técnica, no busca el toro fiero ni el dócil pues se conforma sencillamente con el toro bravo. Un toro al que no se exige nada más que eso, bravura, pues sus problemas ya se encargará el torero de resolverlos.
Ganaderías emblemáticas de este concepto es hoy la de Victoriano del Río o quizás, Garcigrande. En esta tauromaquia, la cornada ni se busca ni se rehúye, simplemente se asume como un riesgo inherente al oficio.
La tauromaquia de la técnica concita a la minoría más minoritaria de la afición. Algunos toreros retirados (pocos) y algunos aficionados desubicados (muy pocos) engrosan (lo de engrosar es una manera de hablar) sus filas. Los aficionados de esta cuerda, como son tan pocos, carecen de sede social y se desperdigan y entremezclan entre los aficionados de las otras tendencias por las diferentes plazas.
Su texto de cabecera es el libro “¿Qué es torear-Introducción a la tauromaquia de Joselito”, precisamente dedicado a Joselito el Gallo, el mejor referente histórico de esta escuela. Escuela que hoy representa el diestro el Juli, tan denostado como en su día lo fue Gallito por los aficionados de la “cáscara amarga”.
Es una tauromaquia intemporal y, probablemente y sin quitarle importancia a las otras tauromaquias, constituye la espina dorsal de todo el toreo, a costa, también posiblemente, de no pocas renuncias y no menos sacrificios pues los diestros de esta cuerda han sido siempre –paradójicamente- los menos comprendidos y queridos.
El Juli también destacó desde niño por su precoz intuición. El toro y el toreo han sido desde el comienzo de su carrera la obsesión de este torero, donde la técnica sustentada en el valor consiguen, muchas tardes, en detrimento de la estética, llevar el toreo a nuevos territorios. En la foto, el Juli, con sólo quince años, en los corrales de la México acaricia al novillo Feligrés, la primera res indultada por un torero español en esa plaza.
Etiquetando y jaleando
Y ya puestos, no está de más que etiquetemos. Así a la primera, la tauromaquia del valor, la puede caracterizar y definir la palabra “oficio”. A la segunda, la expresión “toreo” le viene como anillo al dedo y a la tercera, a la tauromaquia de la técnica, le cuadra como un guante el término, desusado y decimonónico, de “lidia”
La suerte básica y casi la única importante en la tauromaquia del valor es la suerte de matar: la estocada. Por el contrario, la tauromaquia del arte se basa en el capote. A ser posible, un capote de seda. Finalmente, en la tauromaquia de la técnica, la suerte primordial es la muleta. Una muleta que puede funcionar como látigo o como caricia, según convenga.
Hasta en el jaleo, hay diferencias.
En la tauromaquia del valor, el “ozú”, como expresión de susto, es la interjección más recurrente. Por el contrario la tauromaquia del arte, recurre al castizo y sonoro “oleeeeeé” cuando la ocasión lo merece, mientras que en la tauromaquia de la técnica, sus seguidores se contentan con un casi susurrado y sentido “bieeeeeeen”.
Y todo eso, para que luego digan que el toreo es monótono o aburrido y que los toreros salen en serie.
Será en el Senegal porque lo que es aquí…
Epílogo. Estar atentos
Creo que resulta evidente que las anteriores reflexiones no tienen por objeto compartimentar el toreo (lo que sería demasiado burdo) sino mostrar que este arte es mucho más amplío de lo que algunos están dispuestos a admitir y que, en el toreo, caben diferentes opciones, todas válidas y legítimas. En mi opinión, excluir o suprimir alguna de estas opciones a priori, como pretenden algunos, no es de recibo.
Como tampoco es de recibo suponer que sólo vale lo que se hace en plazas como Madrid, Sevilla, Bilbao o Pamplona, ante un toro que lleve el hierro de Miura, Pablo Romero o Cuadri y conforme a unos estrictos y supuestos cánones.
Al contrario, el toreo, el buen toreo, y eso lo deberíamos tener muy en cuenta todos, puede surgir en cualquier momento, en cualquier lugar, con un toro de cualquier ganadería y, sobre todo, puede adoptar formas o estilos muy diversos.
Sólo es necesario estar atentos.
La mejor faena de Pepe Luis, tuvo lugar el día 18 de septiembre de 1951, a un toro de Villagodio (no de Miura ni de Pablo Romero) en la plaza de toros de Valladolid (no en Sevilla ni en Madrid)
Fue una faena tan mágica que hizo entrar en trance al torero.
Y es que el buen toreo puede surgir en cualquier época, en cualquier plaza y ante cualquier toro.