Por Antonio Luis Aguilera
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El Cordobés. V Califa del toreo. Un diestro de singular personalidad y de tremendo influjo en los públicos. |
Nota LRI: En 2002 se publica en Córdoba un libro homenaje al diestro de Palma del Río: "Manuel Benítez El Cordobés. V Califa. Su Tauromaquia" con una recopilación de artículos sobre el torero que marcó toda una época.
Me ha parecido interesante recuperar algunas de las reflexiones que, en ese libro, hacía un buen amigo mío, Antonio Luis Aguilera. Aficionado cabal donde los haya que no solo escribe muy bien sino que siempre dice verdades como puños. Estas son sus reflexiones sobre Manuel Benítez.
"Ahora bastantes años después, aprovechando la perspectiva que ofrece el paso de los años, observo la verdadera dimensión de quien fue figura en la historia del toreo como uno de los espadas más importantes de todos los tiempos, aunque siga siendo cuestionado por un sanedrín de aficionados y críticos que lo etiquetan como un fenómeno social, y le culpan de todos los trucos y fraudes del toreo de su época, acusación que también hubieron de soportar toreros como Guerrita, Joselito y Belmonte, Manolete... Sería absurdo ocultar que durante el reinado de El Cordobés pudieron cometerse abusos con la intención de proporcionar cierta comodidad al torero. Más ello siempre ocurrió y ocurrirá con los matadores que han mandado de verdad en el toreo, y no debe ocultar que Benítez, aceptando su condición de máxima figura dio la cara en todas las plazas importantes, tiró del carro de la Fiesta como nadie jamás lo hizo, y triunfó clamorosamente donde actuó, sin que se le resistiera ninguna puerta grande, incluida la del Príncipe en Sevilla, plaza donde cortó un rabo, o la de las Ventas, cuyo umbral cruzó cinco ferias de San Isidro, dos de ellas en 1970 tras cortar ocho orejas en dos tardes.
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El Cordobés en Sevilla tras cortar un rabo a un toro de Nuñez. |
El Cordobés fue la locomotora que remolcó el toreo de su tiempo. Y lo hizo con una fuerza arrolladora que no nacía de su simpatía natural, ni de los chispazos de humos que intercalaba en algunas actuaciones, ni del desenfadado salto de la rana... Si prescindimos de la puesta en escena del genio y analizamos objetivamente el fondo de su obra, comprobaremos que la verdadera energía que lo propulsó hacia la cúspide del firmamento taurino fue su propio toreo. Así de simple ¡Y de difícil! Un toreo que conectaba inmediatamente con el público que aguardaba expectante la llegada del último tercio de la lidia. Era en ese momento cuando el genial torero tomaba los trastos para dirigirse a los medios y allí, centrado con el toro, lo citaba para dejarlo venir por su terreno natural y con espléndida flexibilidad de cintura y portentoso juego de muñecas, lo llevaba hacia atrás, hacia el terreno de su espalda, donde lo recogía nuevamente para ligar interminables series de pases redondo, técnicamente resueltas con el de pecho, que por cierto era auténticamente obligado.
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El natural de El Cordobés, mandón y rematado detrás de la cadera... ¡Y en series de 6 o 7! |
Así de esta forma tan ortodoxa, fue como el heterodoxo Manuel Benítez rompió todos los moldes tremendistas con que los escolásticos pretendieron encasillar su toreo.