Por Alexandre Coursier
Jean-Luc Godard, le Mépris (1963). Fritz Lang, el maestro y su cuadrilla
Nota de LRI
No es la primera vez (ni será la última) que traemos aquí una entrada (traducida) del magnífico blog taurino francés Al Gurugú de Alexander Coursier.
Publicada el 22 de junio de este año (pocos días después de finalizado San Isidro) y en plena euforia hacia la cuadrilla de Javier Castaño, Alexandre nos propone una intensa, extensa, meditada, interesante, original y adecuada reflexión sobre el necesario equilibrio entre los tres tercios de la lidia.
Basta de preámbulos pues lo mejor es leer lo que nos dice Alexandre…
El tercio de varas está de moda
Decididamente, el tercio de varas está de moda. Los espectadores de las Ventas salieron, de la última corrida del pasado San Isidro, totalmente renovados gracias a la actuación del picador de Javier Castaño, el famoso Tito Sandoval, y la idea del reequilibrio de los tercios florea en los blogs. En mi turno y voy a decir algunas palabras sobre este primer acto tan controvertido y que contiene varias funciones.
Hablemos de ellas.
Aminorar el poderío del toro
Ante todo, la suerte de varas debe aminorar las facultades físicas del toro. Es lo que esperan los toreros y lo que se ha hecho a los largo de todas las décadas pasadas.
Para eso bastan un buen y gran caballo, un buen y gordo picador, una buena y gruesa puya y un buen y fuerte puyazo. No merece la pena repetir la suerte después de la primera vez: el trabajo está hecho desde el primer encuentro.
Evolución de las puyas en el transcurso del tiempo
Ventajas: La brega se limita al mínimo (tan sólo un cite y un quite); el toro sólo resulta dañado por la herida de la puya y economiza facultades musculares gracias la ausencia de desplazamientos y, sobre todo, de los múltiples encontronazos contra la muralla del peto; todos los toros, tanto los mansos como los bravos, reciben su ración de hierro en un mínimo tiempo.
Inconvenientes: No se le da importancia a la bravura (que no se pone en juego con esta manera de hacer las cosas) ni al espectáculo (no hay nada que hay que ver). Pero así es como se practica la suerte en la mayor parte de las plazas de 2ª y 3ª categorías.
Juzgar la bravura del toro
La segunda función, eventual, de este tercio sería la de juzgar la bravura del toro. Es lo que espera (o teme) el toro. Para eso, son necesarios : un torero que esté decidido a participar en el juego (Javier Castaño, por ejemplo); un caballo ligero (menos de 600 kg); un picador que sea buen jinete, capaz de colocar la puya en buen sitio (en el morrillo del toro), conocedor de los toros, dispuesto a dosificar la potencia y la duración del puyazo; una puya con dimensiones y sección ajustadas (puya andaluza, de tipo "Bonijol") y montada en la posición correcta (¡Por favor, señores alguaciles, vigilen eso!) y, finalmente, que el al toro se le coloque a más distancia en cada nuevo puyazo.
Dos, o mejor, tres puyazos serían los necesarios.
Toro de Morena Silva, Ceret 2012
Ventajas: Que el toro pueda acudir al caballo dos o tres veces permite ver cómo reacciona al castigo y si sus ganas de vencer son más importante que su temor al dolor: por otra parte, al ponerle en suerte a mayor distancia puyazo tras puyazo, se pone en evidencia la intensidad de su bravura y cuál es el terreno a su alrededor que el toro considera inviolable; finalmente, a lo largo de esos puyazos, podemos apreciar con mucha certeza el estilo del toro, pues no basta con ir al caballo, hay que hacerlo con clase (sin tardear, al galope, etc.) y, una vez en el peto, empujar humillando, perpendicularmente, con ambos pitones, apoyándose en las 4 patas. Los aficionados conocen estos criterios.
Inconvenientes: Si el toro no es bravo, y si el torero intenta hacer las cosas bien, este tercio se puede volver interminable. El manso al que se tapa la salida durante el primer puyazo se puede poner muy complicado si se le quiere picar otra vez, y las cuadrillas y los toreros se enfrascan en bregas infinitas, con los picadores yendo de un lado a otro, por toda la plaza; con un toro que se agota por las múltiples galopadas y con un público que se cansa al ver todo eso. Incluso cuando el toro no es un manso huido, sus ganas de volver a embestir al caballo son, la mayoría de las veces, escasas. Si se le coloca a una distancia excesiva, muchos se paran, vacilan y tardan en embestir, obligando el picador a continuas idas y venidas sobre su montura, acompañadas de vehementes cites con la vara y gritos camperos, algo muy espectacular cuando se ve por primera vez, pero que puede resultar muy molesto si se repite toro tras toro y corrida tras corrida. Mucho tiempo entre cada puyazo demuestra que el toro no es verdaderamente bravo. Insistir no tiene ningún sentido y hasta se corre el peligro de descomponer al toro que, con tanta parafernalia, tiene mucho tiempo para reflexionar y acaba perdiendo sus ganas de embestir.
Ofrecer un verdadero espectáculo
Finalmente, los espectadores desearían que el tercio fuera un auténtico espectáculo que proporcionase unos momentos de placer donde se mezclen las emociones que conlleva la embestida del toro y el disfrute que proporcionan los quites variados.
Joselito Adame. Quite por Zapopinas. Toro del Conde de la Maza, Sevilla, 2012
Para eso es necesario que los toreros muestren deseos de agradar y se lancen a competir capote en mano. ¡Pero hay que hacerlo con parsimonia y moderación! No deben los toreros, por mera vanagloria, enfrascarse en quites interminables que arruinan la continuación agotando al toro
Algunos aficionados quisieran que la atención se centrase en el combate del animal y que se prolongara el enfrentamiento del toro contra picador más allá de las dos, y excepcionalmente tres, varas habituales. Así se hace en las corridas-concurso, (especialmente en Francia) donde podemos ver series de 4, 5 varas por toro, colocando al toro a distancias considerables (a veces de un extremo a otro del ruedo, como sucedió en Nîmes en la corrida de Miura en la que actuó de único espada Javier Castaño en el año 2012). Algunos, tomándole gusto a la cosa, desearían que eso se convirtiese en la norma general.
Corrida de Adelaida Rodríguez en Ales 2013
Para conseguirlo, sería preciso revisar completamente las condiciones materiales y reglamentarias en las que discurre ese tercio: puya reducida a la mitad (3 a 4 cm de la punta al tope. Tope que, además, debería ser regulable); duración del puyazo limitada a pocos segundos (algo que correspondería controlar a los alguaciles); un único picador en el ruedo tal y como se hace en las corridas-concursos o en las corridas ordinarias de Céret o Alès (¿Para qué sirve un segundo picador que no debe intervenir en la lidia? Bastaría con que estuviese preparado en la puerta de cuadrillas); retirada de los toreros a los que no corresponde actuar detrás de las barreras y de los burladeros: sólo quedarían en el ruedo el torero de tanda y su peón de brega, colocándose cada uno a un lado del caballo para evitar sus distracciones y la posibilidad de que escape; un caballo ligero y un peto flexible; supresión de las dos rayas que delimitan el espacio del jinete, el cual debe poder avanzar hacia el toro si éste, colocado demasiado lejos, tarda en arrancarse.
Así realizada, la suerte de varas podría ser llevada a muy buen término, a condición, por supuesto, que se efectúa juzgando, continuamente y con pertinencia, el estado del toro, sin obstinación, con tacto, con delicadeza incluso, sin arriesgarse a aniquilar al toro y arruinar cualquier esperanza de ver el tercio de banderillas y, sobre todo, de muleta.
No obstante, pedirle a un toro que se ponga al galope y que reciba tres pares de banderillas después de haber sufrido 4, 5 o 6 puyazos es inhumano: dos pares de arpones cortos serían suficientes. En cuanto a los toreros que esperan el primer aviso antes de decidirse a coger el estoque de verdad, deberán también revisar su modo de actuar.
Finalmente, los espectadores a los que les entusiasman los quites floridos, deberán conformarse: o el toro hace gala de su bravura arrancándose 4 veces contra el caballo, o se destina para lucimiento del torero pero no las dos cosas a la vez. Es preciso elegir el espectáculo que se quiere ver.
Reflexión final
Sin embargo, todo esto es cuestión de voluntades y aptitudes.
¿Quieren los buenos toreros ceder a otros parte de su gloria? ¿Las autoridades, los sindicatos estarán dispuestos a modificar las prácticas antiguas? ¿Los picadores serían capaces de llevar con brío un buen tercio de vara cuando poner la pica en buen sitio parece ya misión imposible para la inmensa mayoría de los profesionales actuales?
Juan José Esquivel, foto de la web de la Unpbe
El reequilibrio de los tres tercios es una cosa necesaria y saludable. Dar al primero significado y primacía es algo muy provechoso para el conjunto de la corrida.
Hay que tener cuidado, sin embargo, con los excesos y evitar desplazar el centro de gravedad de la tauromaquia relegando al torero al mero papel de matador. Los éxitos formidables y recientes de ciertos subalternos son simpáticos, pero obtenidos al efectuar, si bien de manera brillante, tareas que son menores.
Los picadores, desde lo alto de sus monturas, corren poco riesgo de cornadas y su vestimenta de caballeros de la Edad Media los hace casi invulnerables. La preeminencia del diestro sobre los demás actores debe ser preservada.
La corrida es ante todo el encuentro de un hombre y un toro con su destino. Todos los demás participantes son simples auxiliares y tienen obligación de seguir siéndolo.
Cesar Rincón con Bastonito de Baltasar Iban, foto del blog Solymoscas