Por Jose Morente
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(Sin comentarios) |
Como lo de ayer no es nuevo, no me sorprendió lo más mínimo que el público de las Ventas se volviera de manera unánime contra los reventadores amargados que, por desgracia, son legión minoritaria, pero legión, de esta plaza.
Lo que le hicieron a Roca Rey lo llevan haciendo desde hace muchos años contra las figuras. Madrid tiene sus "consentidos", pero también tiene sus inquinas. Inquinas históricas que, en épocas pretéritas se desataron contra Cúchares, el Gordito, Lagartijo, Frascuelo, Guerrita, Joselito el Gallo, Luis Miguel Dominguín y tantos otros, recientemente contra el Juli. Lo dicho, los mejores.
No es nuevo y no sorprende. Lo que sin embargo, si sorprende, es esta nueva moda, de hace unos cuantos años a la fecha, de "reventar" las faenas mientras se torea. De protestar la colocación diestro. De vociferar en los cites de muleta cuando el toro se para. O de tocar las palmas de tango tras una tanda o una estocada. Solo porque a ellos y solo a ellos no les gusta una forma -legítima- de torear. Una guerra ideológica de quienes demuestran tarde a tarde y toro a toro saber muy poco, o nada, de toros.
Cuando llegué a Madrid a estudiar a mediados de los 70, no existía el 7 sino la Andanada del 8. Unos simpáticos (simpáticos visto lo de hoy día) protestantes que se limitaban a corear algunas frases hechas (como "a picar, a picar", "a tu sitio") sobre todo durante la suerte de varas y a protestar cojeras de toros, pero cuya interferencia en las faenas de muleta era mínima. Eso sí, se protestaban entonces las malas estocadas (por colocación; que por ejecución nadie echaba ni echa cuentas) y también se protestaban (en las vueltas al ruedo y haciendo gestos negativos con el índice de la mano derecha) las orejas que no se consideraban merecidas. Mientras la prensa "independiente" (esto de independiente hay que ponerlo entre comillas) alentaba y jaleaba estos incívos comportamientos con el peregrino argumento de que siempre había habido broncas en los toros.
Como Madrid es una plaza muy barata, algunos descubrieron que el 7 (tendido de sol pegadito al 8) era una muy buena localidad para hacerse escuchar. La llegada del Canal+ no hizo sino darles vuelos a algunos de esos personajes que, como Molés los sacaba en televisión, empezaron a hacerse famosos (¡Y a quien no le gusta la fama!). Así en vez de conocer el nombre de banderilleros y picadores empezamos a conocer al Lupas, al Brillantina, al Ensabanao, al Rosco, al japonés del 7 y a unos cuantos elementos mediáticos más.
Empezó el postureo y, sobre todo, empezó el intentar -y a veces lograr- que el espectáculo se desarrollase en función de los gustos particulares de los gurús de ese tendido. Un tendido que funcionó y funciona como funcionan los grupos ultras los estadios de fútbol. Con sus mantras, sus clichés, sus tópicos, sus eslóganes y sus consignas (a los antes indicados, se unieron el "crúzate", "pico", "fuera de cacho", "se va sin torear", etc.). Todo, sea dicho, dicho a destiempo. El colmo es que algún crítico llegó a dirigir esa orquesta en algunas ocasiones...
De aquellos polvos vinieron estos lodos y el 7 (aunque parecía imposible) siguió degenerando. Hoy una caterva de chavales (y no tan chavales), criados a los pechos de quienes ahora (¿ahora?) reniegan de ellos, gritan y se desgañitan desaforadamente, visceralmente, irrespetuosamente, haciendo imposible que en esa plaza se pueda -no ya torear- sino respirar. Han viciado la atmósfera taurina de las Ventas. Convertida por su culpa en plaza de talanqueras.
No se como se arregla este desaguisado. Que, en el fondo, solo denota una falta enorme de educación cívica, de respeto a los demás. Pagar una entrada (máxime lo barato de los abonos de Madrid) no da derecho a nada. No da derecho a incomodar a los demás espectadores ni mucho menos a inomodar y a increpar a los toreros. Un dato importante: en Madrid no se protestan las malas faenas. En Madrid la protesta es ideológica o conceptual. Se protesta un concepto del toreo que se tiene por impuro. Es como una guerra santa. Por eso, esos aficionados se han ganado a pulso el apelativo de talibanes. Lo son.
Objetan que, cuando se torea de verdad todo el mundo se pone de acuerdo. Es mentira, cochina mentira. Entre otras cosas porque cuando se torea como a ellos les gusta, los demás (incluidos aquellos a quienes no nos gusta el toreo que a ellos les gusta, ni el toro que a ellos les gusta) nos callamos educadamente.
Para colmo de males, a todo lo anterior se une la incompetencia de los presidentes. Ayer un presidente incompetente estuvo a punto de provocar un conflicto de orden público por incumplir el reglamento denegando una oreja pedida mayoritariamente. No lo provocó porque el público de los toros (menos los susodichos) es un bendito. Pero no hay derecho a tomarle el pelo a una plaza entera solo por chulería, desconocimiento o miedo a la crítica de los integristas. Ya está bien.
Pero lo peor es lo del título. Lo peor es que, quienes aleccionaron, adoctrinaron y amamantaron a sus pechos a los jovenes indocumentados y vociferantes que ahora enrarecen el ambiente de una plaza que hogaño fue referente del mundo taurino, quieran ahora escurrir el bulto y negar su paternidad. Su responsabilidad en este desaguisado.
Lo peor es que quienes tiraron la (primera) piedra, quieran ahora esconder la mano....
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Surrealistas declaraciones de quienes llevan años alabando la nueva hornada de jovenes aficionados de la grada 6 y altos del 7 (sus díscolos discípulos) y ahora -vista la reacción del resto de la plaza- los repudian. Esta claro que los valientes solo están en el ruedo (El Mundo). |