martes, 8 de julio de 2014

Un soplo de aire fresco

Por Juan Antonio Polo

 

El novillero sevillano Borja Jiménez salió a hombros de la plaza de toros de Pamplona tras cortar tres orejas en la novillada.

Borja Jimenez por la Puerta Grande de Pamplona (Foto agencia EFE)

Acostumbrados como estamos a presenciar la lidia de reses tontas, sin fuerza y, lo que es peor, mansas y descastadas, la novillada de El Parralejo jugada ayer en Pamplona supuso un auténtico soplo de aire fresco.

Bien presentados, sin exageraciones, los seis novillos se comportaron como debe suponerse que deben hacerlo los toros bravos. Algo desiguales en presencia, también fue desigual su juego, aunque en todo momento predominó la nobleza.

Corretones de salida, costaba fijarlos; algunos, como el primero y el sexto, mansearon algo con los caballos, pero todos se vinieron arriba en el tercio final, se movieron y embistieron a las telas con casta y alegría.

Buenos el primero y el quinto, sosote el segundo y con problemas el sexto, el tercero y el cuarto, "Donador" y "Camillero", merecen una mención especial por su bravura, clase y nobleza. Ambos se ganaron la vuelta al ruedo, aunque la presidencia sólo sacó el pañuelo azul tras la espectacular muerte en los medios del encastadísimo cuarto.

Los toreros, por su parte, también decidieron sumarse a la fiesta, especialmente el debutante sevillano Borja Jiménez, que tuvo una gran tarde y se llevó tres justísimas orejas. Bien con el capote, se prodigó en quites, cuajó dos excelentes faenas, mató bien a sus enemigos y en el cuarto dejó una faena para el recuerdo. Temple, hondura, empaque, clase e inspiración. ¡Casi nada! Un torero de una pieza.

Buenas formas mostró el también debutante Francisco José Espada, que confirmó su triunfo madrileño y muleteó con un gran desahogo a sus dos oponentes, despachándolos con eficacia. Cortó una oreja del quinto e hizo pensar en lo que podría haber realizado de caer en sus manos un novillo como el tercero o el cuarto.

El extremeño Posada de Maravillas, triunfador en la novillada del año pasado, tuvo la mala suerte de resultar feamente herido con el estoque al pinchar por segunda vez al extraordinario tercer novillo, tras una faena iniciada con sosería y ciertos titubeos, que tuvo la virtud de ir a más y que en sus últimos compases, con la muleta en la izquierda, adquirió una dimensión inusitada. El citado accidente le hizo perder las orejas.

Finalmente cabe señalar el atípico aspecto que, sin peñas y sin una gran parte de abonados, presentaba ayer la plaza de Pamplona. Los amigos y parientes de los abonados desertores, que usufructuaron las entradas de la novillada, no parecieron enterarse de nada durante los primeros compases de la lidia. Sin embargo, fue curioso ver como merced al juego de los toros y al comportamiento de los espadas, los asistentes fueron entrando en la corrida y salieron de la plaza convencidos de haber visto algo importante.

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