Por Juan Antonio Polo
Olivito de Miura se ensañó con un corredor australiano
Los Sanfermines se cerraron con la clásica e imprescindible corrida de Miura, ganadería siempre esperada en Pamplona por mor de su particular aureola, una leyenda que en la tarde de ayer aparecía incrementada por los desaguisados causados en el encierro matutino por Olivito, número 38, un precioso toro salinero, con casi 600 kilos sobre los lomos, que fue a la postre el que salvó el honor de la divisa, bastante malparado hasta entonces –Olivito se corrió en sexto lugar– por la blandura y el mal juego desarrollado por sus hermanos de camada.
Lamentablemente, Olivito cayó en las manos de Esaú Fernández, cuya bisoñez le impidió aprovechar las buenas condiciones del burel, pese a la buena voluntad que presidio la actuación del sevillano. Además, dio un mítin con la espada.
A destacar también la movilidad mostrada por el segundo, bien aprovechada por el veterano Luis Bolívar, que terminaría cortándole la oreja… gracias a la espeluznante voltereta sufrida al entrar a matar.
La corrida no tuvo más historia. Javier Castaño, que sigue en horas bajas, pasó un quinario para liquidar al toro que abrió plaza, pero tuvo la habilidad de cazar a la primera al peligroso cuarto, el más miura de los seis.
Finalmente cabe dejar constancia de la escasa raza, mal estilo y poquísima fuerza mostrada por la corrida, varios de cuyos toros se derrumbaron espectacularmente por la arena. Miura era la última baza de las llamadas corridas toristas y, a la postre, quedó tan mal como sus antecesoras, en un ciclo, la Feria del Toro, en la que por su presentación, casta y buen juego brillaron con luz propia varias de las habitualmente denostadas ganaderías comerciales.
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