viernes, 20 de junio de 2014

Cuaderno de notas (XXX) Ese embriagador entusiasmo

 

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La corrida acabó (como deberían acabar todas las corridas) entre los “gritos de alegría delirante” y los “relámpagos aprobadores” de los ojos de las aficionadas. El toreo fue una fiesta ayer en Granada, con José Tomás, como lo fue en 1851 cuando Maximiliano de México visitó España. 

 

La corrida había acabado. El pueblo bajó a la arena y afluyó a las puertas de salida. Lleno de embriaguez y entusiasmo dejé estos lugares, cuyo recuerdo quedará para mí imborrable, donde yo había pasado las horas más  interesantes de mi viaje (…)

¡Que la suerte me conduzca de nuevo a España en esta época [Maximiliano se refiere aquí a los meses del verano en los que se celebraban y celebran mayor número de espectáculos taurinos] a fin de que estudie de más cerca tales combates y el espíritu del pueblo que se manifiesta en ellos, y que yo guste una vez todavía, este embriagador entusiasmo, esta noble alegría, este interés palpitante que he sentido! (…)

Tal es mi deseo más querido, aunque deba oírme llamar por labios sentimentales un bárbaro sanguinario, un joven desnaturalizado.

Yo tendré mi compensación en los gritos de alegría delirante que se escapan de los lindos labios de las españolas y en los relámpagos aprobadores que lanzan los más bellos ojos de Andalucía.

En medio de la agitación de las mantillas y del rumor de los alaridos, yo no puedo dejar de gritar:

-¡Españoles, os envidio esta fiesta antigua!

Maximiliano de México. Aus meinem Leben, Reiseskissen, Aphorismen. Gedichte, Wien, 1868

 

Nota de LRI: Maximiliano de México estuvo en España en 1851, un año después de la muerte de Paquiro y quedó fascinado por el bárbaro pero magnífico espectáculo que presenciaron sus ojos: Las corridas de toros. Once años después escribía el texto que publicamos. Siglo y medio después todavía resuenan en nuestras plazas de toros esos “gritos de alegría delirante” que causaron la envidia del que llegó a ser monarca mexicano.

6 comentarios:

  1. Interesantísima entrada.

    Personalmente, ignoraba la anécdota y el significativo texto de su protagonista, el emperador Maximiliano de Máxico ―hombre culto y preparado como pocos―, que la subraya. Y su lectura me lleva a rememorar las sensaciones vividas, precisamente en la plaza de Granada, el ya lejano día en que me llevaron por primera vez a los toros. Pese a mi poca edad, salí del coso persuadido de que había asistido a una fiesta ―¡a una fiesta sin par!―, una sensación en la que me reafirmé a medida que seguí asistiendo a los toros y que, al enterarme de que sólo había festejos taurinos en España, me hizo preguntar asombrado: ¿Y qué hacen en el extranjero los domingos por la tarde?

    ¡La fiesta de los toros! Una fiesta auténtica y singular, distinta a todas, capaz de conmover a los espectadores, cualquiera que sea su status social, económico o cultural, sea por la vía de la emoción dramática ―el riesgo― o estética ―el arte―, y española por los cuatro costados, circunstancia esta última que, paradójicamente, fue captada mejor que nadie por los nacionalistas catalanes… hasta el punto de que les llevó a acordar su abolición.

    La fiesta de los toros es patrimonio de los españoles y de los países en que éstos han ejercido su influencia, entre los que incluyo ―junto a la América española― a la llamada Catalunya Nord y otras zonas francesas en las que la fiesta se vive con una seriedad y un aire festivo totalmente inusitados, como pudimos comprobar los numerosos españoles ―y catalanes― que nos dimos cita el pasado fín de semana en Istres al reclamo de la reaparición de Joselito. Y los españoles ―aún respetando a quienes no gusten de ella― debemos protegerla y congratularnos de tener en nuestro acervo cultural una fiesta tan singular como la de los toros.

    Un periodista meicano, Leonardo Paez, afirmaba recientemente que “la tauromaquia o arte de lidiar toros bravos” constituía “el espectáculo más original que ha dado Occidente”. Y estoy seguro de que el emperador Maximiliano de México habría disfrutado como un loco de haber estado el jueves en Granada o la semana pasada en Istres.

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  2. No quiero ser un aguafiestas, pero la crónica de Amorós en ABC me ha dado que pensar. Habla de falta de emoción hasta el quinto toro y se muestra bastante duro con la corrida.

    Lo que he visto en Tendido Cero me ha gustado, pero, claro, habrá pasado un buen filtro.

    Un saludo.

    Mosquete.

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  3. Interesante anécdota acerca de un hombre al que la historia oficial mexicana, ha juzgado dura e injustamente.

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  4. japolos:

    En efecto, acostumbrados como estamos los aficionados a tirar de escuadra y cartabón, olvidamos a menudo que el toreo es, ante todo y sobre todo, una fiesta popular.

    Es magnífico el ritual con el que se ve (y la seriedad con la que se vive) una corrida en la Feria de Sevilla.

    Como magnífico, aunque dramática, es la tensa mirada escrutadora del público madrileño dispuesto a no dejar pasar un mínimo error del torero.

    Pero donde la Fiesta se revela como tal Fiesta. Donde la Fiesta más aproxima a sus orígenes y a su esencia es en plazas como Granada con un público dispuesto a divertirse, interesarse o emocionarse pero siempre viviendo la corrida del lado del torero, ese héroe que es capaz de enfrentarse a un animal de media tonelada con el gracejo propio de quien está dispuesto a jugarse la vida a cambio de emocionar a los demás.

    Un fuerte abrazo

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  5. Miguel Ángel:

    En efecto.

    Y, además, cuestiones políticas o históricas al margen, es muy significativa esa capacidad de la Fiesta de despertar una pasión tan fuerte en un ciudadano centro-europeo tan alejado culturalmente de ese mundo cuando presenció su primera corrida de toros en España.

    Un saludo

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  6. Mosquete:

    La emoción (el "huy") no es la única sensación que el espectador de una plaza de toros puede vivir aunque para algunos parece que es la única que tiene verdadero interés.

    No comparto yo ese criterio pues el deleite ante una faena artística (el "olé") o el placer intelectual ante una faena inteligente y lidiadora (el "bien") pueden compensar sobradamente a los aficionados que no centran sólo en la "emoción" más primaria toda su afición.

    En cualquier caso sorprende que reclame emoción ("huy") un crítico seguidor de toreros más elegantes que emocionantes (como Enrique Ponce) o más cerebrales que intuitivos (como Marcial Lalanda).

    Curioso.

    Un cordial saludo

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