Una gran tarde y un público de Madrid entregado al buen toreo de Talavante y Ureña y al comportamiento de los toros de Victorino |
Anda el toreo, desde que el toreo es toreo, envuelto en la polémica de la primacía del arte o la emoción. Ese fue, en esencia, el tema de debate en la primera competencia que conoce la historia de esta fiesta, la de Pepe-Hillo y Pedro Romero. El toreo (arte) del sevillano Hillo frente a la estocada (emoción) del rondeño Romero.
Pasa el tiempo y el dilema sigue abierto y eso pese a que, nuestra época, el arte (el toreo) se impone y se lleva el gato al agua pues dicen que ya no salen por los toriles, con frecuencia, esos toros que decían que venían a llevarse el dinero de la temporada. De hecho, no creo que nunca hayan salido muchos de esos ejemplares a las plazas pero lo cierto es que la búsqueda de la emoción (igual que la búsqueda del arte) es consustancial a la fiesta y necesaria.
Después de mucho lío de corrales, trajo Victorino a Madrid la corrida que quisieron los veterinarios. Una corrida desigual de hechuras y comportamientos. Una corrida variada, en la que destacaron dos ejemplares, el segundo y el tercero. Aquel un toro bravo y noble pero enclasado, lo que antes llamaban pastueño. Este un toro bravo y noble pero fiero, lo que hoy llaman encastado.
Al toro bravo y noble y pastueño, le dio Talavante el trato que merecía su condición, manejando los engaños con extrema suavidad, suavidad que el toro agradeció y a la que respondió como se esperaba en una faena muy bien concebida y mejor ejecutada. Muy bien el torero con la mano izquierda (algo a destacar cuando tantos toreros de hoy y de siempre han ignorado esa mano). Cortó una merecida oreja.
La emoción del remate ante un toro bravo. |
Con el bravo, noble y fiero toro tercero, Ureña se planteó la faena de modo distinto, muy decidido, más tenso y crispado (no había otra) y vivimos por momentos el toreo, no como fue en el siglo XIX, pero sí como imaginamos que pudo ser. Una faena de enfrentamiento (enfrontilamiento), a toma y daca, donde el cite, el embroque, cobraba primacía sobre el remate (al contrario que en la faena del toro anterior). Faena de mucha emoción que, como es lógico, caló mucho en los tendidos que premiaron a Ureña con una más que merecida vuelta al ruedo.
La emoción del embroque ante un toro fiero. |
Dos fiestas, dos modos distintos de concebir el toreo, propiciados por dos toreros diferentes y, sobre todo, propiciado por dos toros de diferente condición. La fiesta del arte frente a la fiesta de la emoción. Sin entrar en matices, ni en enfrentamientos estériles, dos fiestas necesarias.
Hoy gana por la mano, día a día, la fiesta del arte. Son otros tiempos, otras sensibilidades y otros públicos pero la emoción es también base de este espectáculo y latente o no, tiene que estar siempre ahí.
Abundando en esa polémica, le preguntaba hace muchos años, en Sevilla, el limeño Manuel Solari a Juan Belmonte que cual era la base de la fiesta ¿el arte o la emoción?
Belmonte, sorprendido por la pregunta, socarrón y escurridizo, le contestó:
- El sentimiento. Lo que hoy llaman clase, la expresión. Hay toreros con alma y toreros desalmados.
Ayer en las Ventas (ausente Urdiales que no tuvo suerte en el sorteo), vimos a dos toreros con sentimiento, con expresión, con alma: Alejandro Talavante y Paco Ureña.
Bien que con dos sentimientos diferentes: El sentimiento del arte y el sentimiento de la emoción.
Gracias por haberme aclarado unas dudas que en estos días fueros motivos hacia mi persona por no compartir unas opiniones que ellos consideran verdades
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