miércoles, 5 de agosto de 2015

El dolor, la pena e infinitos llantos. Canela ha muerto

Por Luis Soler Guevara

Foto de archivo del cantaor del Campo de Gibraltar

Canela se ha ido y con él marcha la soleá y la siguiriya compungidas y llorosas.  El negro luto tiñe los balcones y ventanas de muchos flamencos cuyas banderas, lasos y crespones, ofrecen un colorido gris plomizo a su blanco San Roque. Hasta el último momento esperando un milagro que no se produjo. Hasta última hora estuvo luchando contra la guadaña de la muerte, y con la poca vida que le quedaba sacaba fuerzas donde no había más que flaqueza y un cuerpo exhausto con un rostro de gran ternura

Ayer de mañana, al despertarse, llamó a sus hijos para que le hicieran son, y cantó desde la sensación de horror que provoca ese dolor traicionero y la percepción del que no se arruga ante nada, ¡vaya! Ni ante la muerte.  

Una muerte injusta que trunca el sacrificio de un gran artista al que todos le decían en el bar, en la peña, en la calle, que nadie le hacía sombra cantando por soleá, a lo que añadimos: ni por siguiriya. Canela se ha ido pero no para siempre. Ahí queda su obra. Su voz, su gran voz, su enorme voz.

Y sobre todo, en su más atinado hacer: la expresión del cante. Porque a la postre, más que nada Canela ha sido, y valga la palabra aunque no tenga mucho uso académico, nada más y nada menos, que un gran expresador del cante. Ello califica a un tipo de cantaor flamenco cuyo mensaje se acompaña con el dolor, con la pena y la amargura, pero no sólo argumentándolo, fundamentalmente sintiéndolo en su corazón  hasta límites inconcebibles.

En este sentido es apropiado y tiene alcance y empleo el citado término. La sensación de dolerse mientras se expone el cante es real, y por ello, totalmente ajena a adornos literarios. En este aspecto Alejandro ha sido un cantaor como la copa un pino. Es su CANTE con mayúscula lo que mejor le define. Su riqueza, ese mundo de sensaciones mágicas que dando nombradía, por contagios, a esa forma de decir el cante, sobre todo de sentirlo, en el más alto y solemne escenario. Ahí su voz se levanta como un huracán que sólo él es capaz de detener. 

Ya todo esto es historia viva de un hombre del Campo de Gibraltar que nació no para cantarle al mundo y ser oído, sino para ser escuchado. Todo esto se encuentra en este tan gran firme puntal del cante por soleá y por siguiriya. A ese altar nadie ha podido acceder con más arte, con más gusto y sobre todo doliéndose tanto. La voz de Canela además de un lamento tiene magia y, como dijo Félix Grande, pertenece a lo sagrado.    

Luis Soler Guevara Escritor y aficionado al flamenco (artículo publicado hoy en Diario Europa Sur


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