martes, 13 de agosto de 2024

Parar no es estarse quieto

 Por Jose Morente


Cogida de Pepe Hillo. Por muy expresivo que sea el artista nunca sabremos si esa imagen refleja o no la realidad. 

Comprender cabalmente una faena no vista se revela tarea casi imposible. La reseña es subjetiva pues depende del punto de vista del revistero, sino venal, casi siempre parcial. Lo mismo ocurre con la pintura que refleja no lo que ocurrió en el ruedo sino la visión del artista, aunque  cuando se trata del toreo antiguo anterior a la invención de la fotografía no nos queda otra.

Con la llegada de la fotografía la cosa cambia porque ya no se trata de una interpretación de la realidad, sino que se capta con máxima fidelidad un momento concreto.

Cúchares en el ruedo de la plaza de Madrid. Una de las primeras fotografías de la historia
Pero sin embargo, el toreo es un arte en movimiento y, por tanto, un arte que es difícil de aprehender en su total complejidad si no estamos en la plaza. Sin esa visión directa todo se queda en mera especulación. 

Lo más próximo a la realidad es el cine, pero -por desgracia- la transmisión del toreo se ha hecho a base de palabras y fotografías. Vemos las fotografías de un torero en un lance y pensamos que, solo por eso, ya hemos destripado y  asimilado su forma de torear. Nada más lejos de la realidad.

La fotografía congela la realidad. De los diestros que hemos conocido por fotografías solo tenemos una pálida imagen de su toreo. Creemos que sabemos como toreaban pero no es cierto. Sus fotografías unidas al texto de sus exégetas nos han dado una imagen distorsionada de su toreo.

Uno de los más sangrantes, es el caso de Manolete. La conferencia de Domingo Ortega en el Ateneo (un ajuste de cuentas fuera de la plaza y a toro pasado) se ha convertido en el texto de cabecera de muchos aficionados y sus aforismos sacados de contexto (el mismo los sacó de contexto) en dogmas que han confundido la mente de varias generaciones de aficionados.

Leyendo a Domingo Ortega, y también a sus panegirístas como Corrochano o Vidal, y sobre todo viendo sus fotografías uno pensaría que toreaba parado citando al toro de frente y cargando la suerte en todos los lances. Pero nada más lejos de la realidad.




Su toreo en la plaza, muy recio, era monótono. Su faena (como la mayoría de las faenas de antes de la guerra) se hacía en ochos y en contínuo movimiento. Ortega delante del toro no se paraba. Eso es lo que Domingo Ortega no contó, no quiso contar, en su libro-conferencia "El arte del toreo".

Y es que Ortega en verdad, antes de la guerra, toreaba así.


Decía Luis Bollaín en crítica a Manolete, en su libro la Tauromaquia de Juan Belmonte, que "parar no es estarse quieto". Y tenía razón.

Pero no en el sentido en el que el lo decía sino en el sentido contrario

La quietud verdadera llegó con Manolete (y sus precursores fueron Lagartijo, Guerrita, Joselito y Chicuelo). Lo de Belmonte y Ortega, yendo al pitón contrario en continuo movimiento, no era quietud sino toreo en movimiento, un movimiento que se atenuaba un instante en el centro de la suerte -en el embroque- con una leve detención o parada, a veces solo insinuada. Ese momentáneo parar se convertiría en el primer precepto de la trilogía belmontista.

En el fondo, no se trataba de parar o estar parado, que es lo que uno piensa cuando lee la literatura belmontista, sino de pararse un leve instante, componiendo la figura en el centro de la suerte, en el embroque, para gratificación de los aficionados y los fotógrafos de la época. Una leve parada que acentuaba el gesto y la estética. Por eso, esos toreros y esos lances salían tan bien en la incipiente fotografía de la época. 

El parar de Belmonte en el embroque, daría lugar, al exagerarse, al "parón" de los toreros de la Edad de Plata.

Pero después de la guerra eso ya no tenía sentido, sobre todo si se comparaba con lo de Manolete y es que, insisto, ese pararse en el embroque no tenía nada que ver con la quietud de Manolete, quietud de estatua, con el torero parado (esta vez de verdad) desde el cite hasta el remate del pase. Aguantando la embestida -a veces descompuesta- de los toros, de todos los toros, gazapones incluidos.

Aquí no hay parón en el embroque, sino quietud del tren inferior del torero desde el cite hasta el remate.

Nuestras teorías sobre el toreo se cimentan en texto parciales y partidistas de autores dogmáticos y en fotografías mal entendidas y mal interpretadas, con olvido de que el toreo es un arte temporal o, dicho de otro modo, cinematográfico. Transcurre en el espacio y en el tiempo.

Mal asunto ese que nos hace no entender hoy casi nada de lo que ocurre en el ruedo. 

Me permito un consejo: de toros, tenemos que leer menos (sobre todo, a ciertos autores) y ver más (ya sea en la plaza o en el celuloide), pero sin prejuicios en la cabeza. Si no, no vale.




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