Ponce enfadado se encaraba, ayer en Bilbao, con un espectador (Foto captura de pantalla de televisión) |
Cada espectador tiene su forma de ver los toros. Su personal e intransferible escala de valores. Aquello a lo que concede mayor importancia y aquello otro a lo que no le da tanta o no le da ninguna. Eso es así y nadie va a cambiarlo. Podremos afinar nuestra percepción ampliando nuestro conocimiento pero lo que motiva y entusiasma a cada uno, ya sea el valor, el arte o la técnica, difícilmente variará a lo largo de nuestra vida.
En esa disparidad de enfoques, en esa distinta valoración de lo que se les hace a los reses está el mayor atractivo e interés de esta fiesta. Es también lo que explica el porqué algunos aficionados prefieren a Enrique Ponce mientras otros se decantan por José Tomás.
Lo malo es que, ese gusto por un concepto, ese interés por los matices o cualidades que adornan a determinados toreros, se suele traducir demasiadas veces en una inquina desaforada hacia el contrario, hacia el torero o toreros que representan un modo diferente de concebir el toreo. Creo que el primer antecedente de esa, tan deleznable y rechazable forma de actuar, se encuentra en aquel aficionado rondeño que provocó la muerte de Curro Guillén cuando le retaba a matar recibiendo a un toro de Cabrera que no se prestaba a esa suerte, una suerte que no era del gusto ni del concepto del diestro de Utrera pero si del gusto del protestante. Ese día se inició una deriva nefasta que llega a nuestros días.
En Bilbao, el pasado jueves, un inoportuno espectador pitaba no se sabe qué al Juli justo cuando arrancaba para matar al volapié. Al día siguiente, otro inoportuno espectador, recriminaba a Enrique Ponce en plena faena con otro inoportuno grito. Detengámonos en este segundo incidente.
Elaboraba Ponce una compleja y trabajada faena a un complicado toro del Puerto de San Lorenzo de ocultas calidades, cuando, en un momento determinado, una voz le conminó: ¡colócate!
Ponce, de natural tranquilo y apacible, nada respondón ni en el toreo ni en la vida, paraba la faena dirigiendo la mirada al aficionado protestón, en un gesto de reproche, ante lo inoportuno de su grito. Luego, se encogió de hombros, volvió al toro y remató la tanda con solvencia y buen toreo, la mejor respuesta posible, consiguiendo el aplauso unánime del público.
Ponce, de natural tranquilo y apacible, nada respondón ni en el toreo ni en la vida, paraba la faena dirigiendo la mirada al aficionado protestón, en un gesto de reproche, ante lo inoportuno de su grito. Luego, se encogió de hombros, volvió al toro y remató la tanda con solvencia y buen toreo, la mejor respuesta posible, consiguiendo el aplauso unánime del público.
Más tarde, ante los micrófonos de Movistar, mostraba su extrañeza ante lo sucedido aunque reconocía que, como torero, no tendría que haberse descarado con nadie. Concretamente, decía:
"Es que no viene al caso. Que diga ¡colócate! ¿Que no estoy colocado?¿Donde estoy? ¿Estoy en el burladero? Eso son tonterías y, además, no vienen a cuento porque estás con un toro, haciéndolo, construyéndolo, y además un toro con esas complicaciones... Yo trato de no hacer caso pero, me ha salido del alma, mira, por lo menos decirle ¿qué dices? ¡no me he podido aguantar! (...) La gente ha reaccionado bien porque lo ha visto igual que yo. Son cosas que son unos tópicos tan absurdos y tan tontos que hay que acabar con eso y es que eso está en manos de todos. Que te digan "colócate" ¿pero tú qué sabes donde me tengo que colocar? Son cosas que no tienen sentido y que hay que empezar a cortar. Un espectador puede decir lo que le de la gana, está en su derecho pero tiene que respetar. No le va decir uno a un pintor como tiene que coger el pincel. Vamos, digo yo..."
Enrique Ponce, maestro probado e indiscutible, tiene toda la razón del mundo. Una cosa es que no se comparta su concepto del toreo (el suyo o el de otros torero) o su forma de torear (la suya o la de otros toreros) y otra muy distinta es que, en la plaza, cualquiera se crea con derecho a decirle a él, maestro probado e indiscutible, o a cualquier otro torero, como tiene que coger los pinceles o sea, como tiene que coger la muleta o donde tiene que colocarse.
La protesta tiene su lugar importante en las plazas de toros y puede aparecer (y de hecho debe aparecer y aparecerá) ante la actuación desafortunada de los diestros pero esa protesta conceptual sobre el modo de torear es inadmisible e inaceptable. Suponer que nuestra forma de ver los toros (una entre las muchas posibles) es la única válida y pretender imponerla a los demás, a los toreros y al resto de la plaza, es una pretensión absurda, una pedantería que sólo se explica quizás por una obsesión compulsiva, por un trastorno de la conducta.
Ocurre con mucho de los tópicos hoy al uso y cuya difusión es achacable a la globalización de la fiesta provocada, entre otras causas, por esas recurrentes retransmisiones televisivas que han tenido por escenario la plaza de las Ventas. Una plaza que tenemos por referente pero que, desde los años 80 del pasado siglo, está marcada y condicionada por la forma de ver los toros de determinados críticos (como Zabala padre, en su primera época, Vidal, Navalón, etc.) con derroche de clichés, algunos tan manidos y tan erráticos como el pico, el toque o el cargar la suerte.
Esto último, por ejemplo, lo de cargar la suerte o cruzarse, no pasa de ser un recurso técnico adecuado en el toreo en ochos o ante ciertos toros, pero se le ha querido convertir en referente ético de todo el toreo, en piedra angular del mismo. Un desatino absoluto y aberrante pues no pasa de ser un recurso o tranquillo, cuando no una descarada ventaja según y como se emplee. Solicitado y exigido por algunos aficionados, tarde tras tarde, en todas las ocasiones y en todos los toros, resulta indigesto y causa empacho. Una obsesión compulsiva.
Los tópicos son nefastos porque sustituyen nuestra capacidad de intentar razonar, analizar y entender cabalmente el toreo por una serie de frases hechas y fórmulas baratas y facilonas que nos hacen creer que sabemos de toros todo lo que hay que saber cuando, de esta materia, nadie sabe nada o casi nada.
A veces el SILENCIO es más ELOCUENTE que unas SANDECES dichas en una PLAZA. Se van de BOCA con cada IRREVERENCIA, sin RESPETO al TORERO, ni al Público. QUE DIOS NOS COJA CONFESADOS con estos IMPERTINENTES. Sobran en todas partes. DILE SÍ A LOS TOROS.
ResponderEliminarPercy:
ResponderEliminarTiene usted razón. El silencio (Sevilla era un buen ejemplo) puede ser para el torero de una dureza infinita mayor que una gran bronca y es que el hecho de que te ignoren puede ser más fuerte que el que te piten. Ya lo dijo el Cordobés, que hablen de uno aunque sea mal. Sabiduría innata de Benítez.
Un cordial saludo
Toda la razón, José. Desconozco, con certeza, si fue Rafael el Gallo quien afirmó que "el mejor aficionado es al que más toreros le caben en la cabeza". No sé usted, mas yo no puedo hacer más que reafirmarlo. Por eso me considero mal aficionado: en primer lugar, por el camino restante de aprendizaje; segundo, sólo me llena (y esto es inevitable), al cien por cien, hasta los tuétanos, la tauromaquia pura, con verdad, garbo y arte. Si ya colocamos el atrezzo maestrante, con el mute, a expensas de lo venidero, ni le cuento.
ResponderEliminarPor cierto, habiendo tratado unas cuantas veces, no lo consideraría spam, sino simple recomendación: pase por mi blog y lea mi última entrada. Como aficionado a flamenco y toros, quisiera conocer su opinión del escrito: http://galleodelbu.blogspot.com.es/2017/08/me-dieron-una-ocasion.html
Galleo del Bú
Galleo del Bú:
ResponderEliminarMe acerqué y solo puedo decir que todo lo que hable de Camarón me tiene que gustar. Magnífica entrada y un detalle. Esa Mari Fortes (madre del torero Saúl Jiménez Fortes) acartelada -siquiera sea en distinto día- con el genio de la Isla.
Muchas gracias por el enlace y un fuerte abrazo
Desconocía lo de Fortes, José. Gracias por el dato.
ResponderEliminarLo que sí creo es una errata en la escritura del cartel, ¿no? Aparece como Mari "Forti": ¿es correcto?
Gracias y un saludo.