Por Jose Morente
David Silveti es cogido por el toro de Valdefresno que se le coló al intentar el toreo al natural (Imagen elaborada a partir de una fotografía de Juan Pelegrín)
Vimos en Sevilla a un David Silveti correcto, aunque algo frío, en su toreo y le veíamos de nuevo en Madrid con esa misma corrección intentando torear al natural –ahí es nada- a un muy complicado toro de Valdefresno.
Un toro al que había que llevar muy sometido en la muleta pues protestaba continuamente con un cabeceo no sólo molesto sino aparentemente peligroso.
El peligro no era sólo aparente sino real y, en uno de los naturales, el toro metió su pitón izquierdo por debajo de las piernas del torero mexicano y lo lanzó al aire donde de un refilonazo, con la punta del pitón, le partía el labio.
Final de faena. Silveti lleva ya el labio partido del pitonazo del toro (Foto de Juan Pelegrín)
Silveti, que hasta entonces había permanecido impasible y relajado, se encorajinó con el animal que había osado herirle, siquiera fuera tan levemente, y se enfrentó a él con ese gesto de rabia no contenida y de imponente arrojo que, se me antoja, tanto debió abundar en el toreo antiguo cuando los recursos técnicos y el conocimiento escaseaban y los toreros se hacían a salto de mata en capeas y cercados nocturnos peleando contra el toro y contra el mundo.
Que esas actitudes las adopten los torerillos de capea y cercado, entra dentro del guión pero cuando es un torero de escuela el que se arrebata, me parece sublime. Sublime y heroico pues el torero olvida en esos momentos, lo que no es nada fácil, todas las enseñanzas recibidas y se entrega a las astas de los toros con la verdad desnuda de su propio cuerpo.
El público, generalmente, no entiende ni comprende esas apuestas pues las cataloga de suicidas, y puesto que no las entiende las repudia y protesta.
Sin embargo, personalmente, creo que son necesarias pues el valor, el derroche de valor es la base de esta fiesta. Habrá quien diga que es un derroche gratuito y posiblemente tendrá razón pero hay un punto límite en algunas faenas que cuando se cruza (y se debe cruzar siquiera sea en raras ocasiones), nos devuelve la esencia de la fiesta de los toros. Su verdad más pura.
Ese punto límite es el que atravesó en la atardecida de ayer el valeroso diestro mexicano David Silveti cuando, finalizando su trasteo y encerrado en tablas con un complicado toro de Valdefresno, se dirigió a este con la muleta en la espalda dispuesto a citarlo para una bernardinas que a todos (y creo que incluso al propio torero) se nos antojaban imposibles.
Tan imposibles que espantaban al asustadizo y asustado público de las Ventas el cual, sin saber como evitarlo, pitaba el gesto del torero en un intento de impedir que siguiera en la cara del toro.
Pero Silveti siguió, porque no podía hacer otra cosa y el toro le volvía a coger porque tampoco podía hacer otra cosa.
Luego, después de su derroche de valor, en el filo de nla navaja, el valiente torero mexicano cogió la espada, mató al toro, fuese y no hubo nada….
¿Nada?
Hubo todo. La esencia de un hombre, que por su condición de hombre, se enfrenta a la naturaleza salvaje y no se arredra frente a la enorme dificultad. Una lección palmaria no solo taurina sino profundamente humana.Solo el que entiende lo que es el hombre-afirmación de la superación de su animalidad-puede comprender y admirar la acción de Silveti
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ResponderEliminarFrancisco Butler:
ResponderEliminarMuy bien descrito. Ese instinto de superación y darlo todo cuando ya no hay otras opciones, creo que es el fondo del asunto.
Un cordial saludo