Por Jose Morente
Belmonte, vestido de luces, espera para hacer el paseíllo (Excepcional ilustración de Andrés Martínez de León para el libro de Luís Bollaín, “Los genios de cerca”)
Es muy difícil imaginar a un siglo de su alternativa (1913) el impacto que, entre los públicos de la época, causó el toreo de Juan Belmonte a quien sus contemporáneos motejaron de fenómeno nada más verlo aparecer en las plazas.
El toreo de Belmonte impactó a los aficionados desde el primer momento. Fue una especie de revelación.
Un aficionado nada sospechoso de “modernismos” como F. Bleu (pseudónimo de Félix Borrell) escribía en 1914, después de criticar las (para él, inexplicables en un torero) falta de facultades de Juan Belmonte que:
“Su verónica es sencillamente colosal pero no es del todo completa. Para y espera la acometida sin anticiparla con los alargamientos de brazos o de vuelos de capote a que nos tienen acostumbrados los manteadores contemporáneos.
Como la acometida del toro no se anticipa y el tiempo central de la suerte se efectúa en el tiempo debido y en el instante preciso, o sea cuando los pitones lamen el cuerpo, las dos primeras fases de la suerte, entrada y reunión, tienen el valor extraordinario y la capacidad emocionante de los grandes aciertos del toreo”.
El problema estaría en el remate pues ahí las facultades son –según Bleu- imprescindibles para evitar los embroques imprevistos o impuestos por el vigoroso empuje de algunos toros. Belmonte resolvería ese trance forzando la salida y violentando los brazos y el cuerpo:
“para lo cual se ve forzado a adoptar una posición parecida a la del estoqueador que vuelve la cara”
En el remate de la verónica, Juan adoptaba una posición “parecida a la del matador que vuelve la cara en la estocada”. Es decir forzando el giro del cuerpo, de cintura para arriba, debido a que mantenía la posición inicial de las piernas por su prurito de “parar los pies”.
De forma similar a la captada por Martínez de León, Belmonte toreaba así a la verónica en 1914. La foto corresponde al 18 de enero, día de su esperadísima presentación en Guadalajara (México). Juan torea a la verónica exactamente como decía F. Bleu.
Pocos meses después en Madrid, el día 2 de mayo y con toros de Contreras, Juan lanceaba así a la verónica, a su primer toro, intentando controlar el capote ante el fuerte viento que se levantó en ese preciso instante. Era el primer enfrentamiento de José y Juan delante de la cátedra madrileña. Les acompañaba Rafael el Gallo.
Por el contrario, en los últimos años, quizás por citar algo más perfilado (en rigor de tres cuartos) según aconsejaba Guerrita en su Tauromaquia, la posición del cuerpo resultaba mucho más flexible y la estética más lograda.
Juan Belmonte torea a la verónica en un Festival en la Maestranza algunos años después de la “revolución belmontina”. El cite, en este caso, sigue siendo casi de frente (no de tres cuartos) pero ya la estética de la figura se ha dulcificado y la figura ha perdido rigidez. Detalle importante: la forma de “volver” o girar la muñeca izquierda, lo que permitirá ligar ese lance al siguiente. ¡Esa muñeca de Belmonte!
Parece evidente que el impacto que causó su toreo en sus primeros años (sus famosas “cinco verónicas sin enmendarse”) se debía a lo mucho que esperaba, a ciertas apreturas de ritmo en su toreo y, sobre todo, a lo emocionante que resultaba su forma de torear pues daba la sensación que los toros podían cogerle en cualquier momento… y, de hecho, le cogían.
Por lo que hace a su toreo de muleta, Bleu pasa como de puntillas sobre él. Eso sí, señala que aquí el riesgo es menor por existir en esta suerte “diversos medios para resolver el conflicto, tantos, como pases de recurso existen en el toreo de muleta”. Lo que nos pone en la pista de dos cosas: Primero, que con lo que de verdad arriesgaba y emocionaba Juan era con el capote y, segundo, que con la muleta en la izquierda, y pese a ser su natural “notabilísimo”, se prodigaba mucho menos.
El magnífico natural de Belmonte que, sin embargo (“rara avis”), prodigaba muy poco y nunca (o casi nunca) en series. La contextura técnica y estética de su natural es muy similar a la de su verónica: Cite frontal (no de tres cuartos) y con el cuerpo girado de cintura para arriba.
Un detalle. Mientras el pie izquierdo apoya completamente en el suelo, el derecho presenta el talón levantado, lo que es indicio de que el peso del cuerpo se carga sobre la pierna izquierda.
Geometría y estética
Fue tan fuerte el impacto de Juan Belmonte en el toreo que muchos aficionados llegaron a pensar que el toreo de Juan no sólo superaba a todo el toreo anterior (algo que siempre se afirma en todas las revoluciones) sino que era materialmente imposible que pudiera ser nunca superado en el futuro (algo más difícil de sostener racionalmente).
Eso es lo que se ha dicho y repetido hasta la saciedad y eso, lo que sostenía su mayor panegirista, Luis Bollaín quien dedicó todos sus esfuerzos y todos sus libros (y fueron bastantes) a glosar la figura del trianero. Bollaín situaba a Belmonte como cumbre indiscutible, inalcanzada e inalcanzable del toreo, tanto por su aportación técnica como por su indiscutible estética.
La cosa tiene enjundia.Y Bollaín recurre a un esquema geométrico para explicarla.
Con este esquema geométrico es como Luís Bollaín pretendía explicar la supuesta superioridad técnica del toreo cargando la suerte (En realidad, se refiere al toreo abriendo el compás y cargando el peso en la pierna de salida pues, en puridad, la suerte se carga con los brazos) frente al toreo de pies juntos (“Los dos solos”. Pág. 125).
Lo que sí permite apreciar claramente el esquema es el porqué, en el toreo de Belmonte, el pie de salida apoya en el suelo mientras el talón de la otra pierna aparece levemente levantado como veíamos en la fotografía anterior. Postura esta que muchos aficionados de la época defendían como la única posible desde el punto de vista de la ortodoxia. Algo que el propio trianero desmentirá posteriormente.
En conclusión, la tesis sostenida por Bollaín es que, sólo mediante el canon belmontista (toreo de tres cuartos y cargando la suerte), el toreo puede alcanzar su máximo equilibrio pues se aúna rigor técnico, estético e, incluso, ético.
Un giro inesperado. El natural de Juan de frente y sin cargar la suerte
Para Bollaín y sus epígonos (Domingo Ortega, Joaquín Vidal, etc.) cargar la suerte es la “piedra angular del toreo”. No se podría torear bien sin cargar la suerte, entendido este concepto (de modo impropio) como avanzar hacia adelante la pierna de salida y cargar el peso del cuerpo en dicha pierna.
En su libro “Los dos solos” (su primer libro), Luís Bollaín defiende esta tesis con fervor. Sin embargo, en un momento dado, se desdice y señala:
“Belmonte –mi ídolo, la cima inaccesible de perfección torera en todas sus facetas- prodigó sobre todo en su última época, un tipo de naturales sin cargar la suerte. Eran aquellos que daba citando muy de frente –quedándose por tanto, al final del pase, casi de espaldas al toro- y con los talones pegados al suelo a lo largo de la ejecución”.
Pruebas cantan y Bollaín aporta cuatro fotos de lo que dice:
Páginas 128 y 129 del libro de Luís Bollaín “Los dos solos” con los cuatro naturales –sin cargar la suerte- a los que se refiere el autor. Naturales muy parecidos a las verónicas de las que hablaba Bleu. Muy coherentes por tanto con la concepción torera del trianero.
Sorprendente ¿no?. Acostumbrados a oír decir y leer que Belmonte siempre cargaba la suerte, avanzando la pierna de salida y citando de tres cuartos resulta que aquí, por el contrario lo tenemos dando cuatro naturales de frente y con el compás ligeramente abierto pero con los dos talones asentados en la arena. Bollaín añade que eso lo hacía frecuentemente, en su última época. ¿En qué quedamos?
Sigamos leyendo al simpático y vehemente notario:
“Fotos cantan. En todas se ve al toro impecablemente toreado, buen presagio de que los pases quedarían rematados a la perfección y de que, por ello, habría ligazón sin enmienda (…) Esto indica [habla de un pañuelo blanco cayendo al suelo en una de las fotos] que Belmonte no se desplazó entre uno y otro pase, que ligó el natural con el de pecho sin enmendarse o sea que paró, templó, mandó y remató; o, más claro todavía: que toreó de un modo técnicamente irreprochable… sin cargar la suerte”.
La última de las cuatro fotografías, donde se ve como está cayendo del bolsillo de Juan, el pañuelo blanco que aparecerá a los pies del trianero, en otra fotografía del Ruedo correspondiente al pase de pecho que siguió a este. “Prueba irrefutable” de que Juan no se enmendó después entre pase y pase.
Una verónica de Juan Belmonte de contextura muy similar a los cuatro naturales anteriores: De frente y sin cargar el peso en la pierna de salida (“El toreo” de Luis Bollaín. Pág. 256)
Sigue Bollaín:
“Y si torear es –que sí que lo es- ligar sin enmienda a base de temple, mando y remate, y ello puede hacerse sin cargar la suerte, hay que concluir que esta práctica torera no es requisito técnico inexcusable del buen torear”.
Atención también a lo que sigue que tampoco tiene desperdicio:
Pero… aquí viene la estética. y, con ella, mi gusto particularísimo: Desde el punto de vista de la belleza no se pueden comparar –sobre dejar escrito que en mi sentir- los cuatro naturales últimamente ofrecidos al lector, con todos los anteriormente publicados (…) Les falta la dulzura, la elegancia, de líneas, la armonía inigualable de aquellos otros naturales belmontinos en los que el torero ejecuta cargando la suerte”.
Dicho de otro modo, cargar la suerte no es (para Luís Bollaín, pontífice máximo del belmontismo), requisito indispensable para torear correctamente sino un simple medio de alcanzar determinadas cotas de estética. Cargar la suerte no es, por ello, una cuestión de técnica ni (mucho menos) de ética, como se empeñan en sostener bastantes aficionados.
Epílogo a modo de conclusión (provisional)
Como vengo repitiendo, cada vez estoy más convencido de que, en el toreo, no existen supuestas verdades eternas sino tópicos o dogmas con los que algunos pretenden arrimar el ascua a su sardina y hacernos comulgar con sus ruedas de molino.
El toreo de Belmonte fue exquisito e impresionante. Impresionante por el valor que el trianero derrochó en los ruedos, tarde tras tarde, le saliera o no su toro, y enfrentado además a un coloso de la categoría de Joselito, al que más de una vez incluso le ganó la pelea.
Y exquisito porque el expresivo patetismo de su figura le hacía transfigurarse ante el toro y transmitir a los espectadores novedosas sensaciones que éstos recibían con alaridos de placer.
Juan basó su toreo en una técnica intuitiva y arcaica (“ganar el pitón contrario”), aprendida en las capeas pueblerinas y en los cerrados de las noches de Tablada, muy alejada de la técnica espléndida, académica y depurada de su rival en los ruedos.
Fue ésta, la técnica de su rival la que cimentó y sirvió de base para el ligado toreo en redondo que vino después. Igual que fue la estética de Juan, en mayor medida que su técnica, la clave e inspiración para algunas de las nuevas formas estilísticas que llegarían años más tarde.
Después de ellos dos, en el toreo ya nada volvería a ser como antes.
Aunque la principal aportación de Joselito al toreo del futuro fue de índole técnico, no hay que desdeñar tampoco su influencia estética en los toreros sevillanos como Chicuelo o Pepín Martín Vázquez.
Una prueba irrefutable (y definitiva)
Hemos dicho que, en el toreo, ningún dogma tiene validez universal, algo que se encargan de demostrarnos día a día, los buenos toreros.
He aquí la prueba:
En la foto de Baldomero, el propio Juan Belmonte se entretiene en dinamitar los tópicos y dogmas belmontistas.
Juan ejecuta un natural “impecable” (impecable dice Luís Bollaín) pero citando de frente (no de tres cuartos) y sin cargar la suerte (pese al compás abierto).
¡Para que luego digan!