Toro del Duque (de Veragua, por supuesto) rematando a coger en la tablas (Lámina de la Lidia de 26-07-1886). Claro ejemplo de manifestación de la bravura del toro a su salida al ruedo cuando conserva íntegro todo su ímpetu. El toro de esa época (y, en especial el toro de ese encaste vazqueño) “gastaba” toda su bravura en el primer tercio llegando agotado a la muleta, al contrario que el toro de hoy.
¿Conocimiento de las reses o de las suertes?
Venimos hablando en este blog de la técnica del toreo enfocada desde el punto de vista de la ejecución de las distintas suertes y del modo de construir las faenas. Y aunque es importante (y mucho) este conocimiento creo que se queda cojo si no lo ponemos en relación con el conocimiento del comportamiento del toro bravo.
El comportamiento del toro es –a priori- una incógnita. En la imagen, toro de encaste vazqueño de Fernando Pereira Palha lidiado en un concurso de recortes. Un toro de estampa espectacular y con mucho parecido a su bisabuelo de la lámina de la lidia.
Y es que a la vista de los cambiantes y diversos estados de las reses durante la lidia, surge la duda de si puede o debe existir un modo reglado para ejecutar cada lance del toreo (sea de capa o muleta) o si, por el contrario, la ejecución de las suertes debe adaptarse al modo de embestir de cada toro.
Aunque la respuesta parezca evidente, creo que el debate es legítimo pues en el toreo, por la incertidumbre e inseguridad que supone juzgar algo fugaz y tan complejo, todos los debates son (a priori) lícitos.
Y el caso, es que tampoco es de ahora esta polémica, pues viene de antiguo ya que, como comentamos en otra entrada de este blog, ese fue el principal motivo de disputa (aunque hubo otros no menos candentes aunque si menos trascendentes) de la competencia que a mediados del siglo XVIII sostuvieron Curro Cúchares y el Chiclanero.
La competencia de Cúchares y el Chiclanero (La Lidia. 10-05-1885). Aunque el motivo principal fue el distinto concepto que ambos tenían del toreo, sus disputas se producían por cualquier motivo por nimio que fuera. Uno de los enfrentamientos más sonados tuvo causa en el orden de lidia pues el Chiclanero discutía a Cúchares pese a la mayor antigüedad de alternativa de este último su derecho a matar el primer toro de la tarde. Es precisamente ese comprometido trance (los dos toreros armados de muleta y estoque intentando matar al mismo toro) el que recoge la lámina de la Lidia que aquí reproducimos.
Para el segundo, para el Chiclanero (y sus partidarios) la cosa estaba clara y lo primordial era la ejecución de las suertes con la máxima pureza, con el máximo respeto a las reglas, sin admitir el más mínimo desvío de estas, esto es sin admitir recurso alguno, pues el torero lo que debe buscar, ante todo, es imponer al toro su toreo.
Joselito el Chiclanero. Un torero muy puro y enemigo de recursos. Su toreo, reducido a lo fundamental, tenía su fuerte en la estocada recibiendo, en la que era gente.
Por el contrario para Cúchares (y sus partidarios) era más importante el conocimiento de las reses, el saber ver y entender (la intuición juega aquí un papel primordial) su modo de embestir para actuar en consecuencia. Los recursos son, en este concepto del toreo, no sólo admitidos sino necesarios pues al torero no importa (antes al contrario, busca) adaptar su toreo al toro.
Cúchares, torero de variado repertorio y de recursos infinitos(Detalle de lámina de la Lidia de 23-04-1883). No en vano se llamó al toreo “el arte de Cúchares”
Sin entrar en la valoración que a los aficionados del momento merecieron cada una de estas posturas, baste señalar que quedó entonces planteado un debate que, pese al tiempo transcurrido, ni se ha resuelto ni lleva trazas de resolverse, entre otras cosas porque ambos planteamientos son –volvemos a reiterar- perfectamente legítimos y tienen su “aquel” .
Intuición para entender al toro
Capacidad de manejar los engaños con precisión
El debate sobre si es preferible el conocimiento de las reses o el conocimiento de las suertes sigue vigente hoy día y, probablemente, seguirá existiendo mientras exista el toreo.
Gregorio Corrochano.
De todas formas y sea cuales sean nuestras personales ideas sobre esta polémica (que eso es otra cuestión) lo indiscutible es la importancia que, para el torero, tiene conocer y anticipar el comportamiento de las reses a las que se enfrenta. Pues este conocimiento condiciona, y determina en gran medida, sus posibilidades de lucimiento.
Aunque son muchos y variados los matices que, al respecto, se presentan vamos a ver hoy uno de ellos, sino el más importante si uno de los de más enjundia. Vamos a hablar, en concreto, del tiempo de reposo que, en el toreo moderno, el torero concede al toro después de cada tanda.
Sorprendentemente un crítico de la fama de Gregorio Corrochano criticaba duramente, en su libro ¿Qué es torear?-Introducción a la tauromaquia de Joselito, esos descansos entre tanda y tanda que propicia el toreo moderno.
Don Gregorio Corrochano, el crítico del diario ABC y del semanario Blanco y Negro
Le leemos:
“Uno de los defectos fundamentales de que adolece el toreo actual [Cuando dice actual Corrochano se refiere a 1953 año de publicación de este texto] es la falta de ligazón o continuidad. Las faenas cortadas, interrumpidas, quitan emoción, restan eficacia y suelen acarrear no pocos disgustos, cuando se está en presencia de un verdadero toro.
Para cortar la faena usan los toreros de dos procedimientos: dirigirse a saludar al público, en anticipada cortesía, puesto que nadie los reclama, o cambiar al toro de terreno con pases de tirón. La faena así, dada a retazos no tiene calidad, aunque reconozco que tiene su público como las liquidaciones”
Para Corrochano los tiempos muertos, de respiro, que el torero concede al toro entre tanda y tanda, son:
“Pretextos para separarse del toro con el que no se está a gusto, con el que no se sabe que hacer”.
A Corrochano, los paseos entre tanda y tanda no le gustaban (Ilustración de Andrés Martínez de León. ¿Que es torear? pág. 217)
¿Tiene razón Corrochano cuando señala como defecto este modo de proceder? O, por el contrario, ¿aciertan los toreros cuando, entre tanda y tanda, dan respiros sucesivos al toro que les tocó en suerte?
La explicación intuitiva de los toreros: Manolo Martínez
Corrochano, como otros críticos de su época y posteriores y como ya dijimos en otra entrada de este blog, creo que no llegó a entender cabalmente ni el significado ni la importancia que suponía el toreo en redondo en la evolución de la fiesta.
Y, en consecuencia, al no entender los nuevos derroteros del toreo tampoco se percató de los mecanismos técnicos que lo hacían posible. Uno de lo cuales (y no el de menor calado) es, precisamente, el tiempo de respiro que el torero concede al toro entre tanda y tanda.
Curro Romero remata la tanda y aprovecha, además de dar un respiro al toro, para componer la figura en uno de sus desplantes más característicos. Es más el tiempo que se está en el ruedo sin torear que el tiempo real que se emplea toreando por lo que el torero tiene que tener capacidad de “sugestionar” al público durante esos tiempos muertos, evitando que este pierda interés por lo que pasa en el ruedo.
Los toreros, sin embargo, si que son conscientes (los buenos, desde luego) de estas cuestiones que son necesarias para poder torear con un mínimo desahogo.
Manolo Martínez, el mandón indiscutible del toreo mexicano, se lo contaba a Guillerma H. Cantú en la larga entrevista incluida en “Un demonio de pasión” (Editorial Diana, 1ª edición, México D.F., 1990) y sobre esas pausas largas que utilizaba entre serie y serie, decía el propio diestro:
“Darle un respiro no es el objetivo primordial. El toro tiene fuerza suficiente para emplearse durante los 15 minutos de lucha que da, con intervalos razonables para su recuperación.
El propósito más importante consiste en que durante ese tiempo vital ordene su instinto mental y reconsidere que es él el que tiene que ir al trapo. Él es el bravo, el que debe acometer, para eso fue creado”.
Muchísima enjundia tiene esta explicación del diestro mexicano más de lo que pudiera parecer a simple vista pues supone intentar entender y explicar “cómo piensa” el toro, clave para poder torearle bien.
Manolo Martínez, en una pausa, ordenando el instinto mental del toro. El diestro mexicano es uno de los toreros que mejor ha entendido la manera de “pensar” de las reses (y, sobre todo, que mejor ha sabido explicarlo)
La explicación científica: El depósito de la bravura
Lo que Manolo Martínez y los demás toreros conocen de forma intuitiva tiene un sólido fundamento pues estos conocimientos hace tiempo que forman parte del acervo científico Concretamente, son objeto de estudio por la etología (la ciencia que trata del “estudio científico del comportamiento del mundo animal”).
En ese sentido, uno de los etólogos más destacados fue Konrad Lorenz (1903-1989) cuyas interesantes teorías, formuladas hace más de 60 años, continúan plenamente vigentes.
Konrad Lorenz (a la derecha) en 1978, con Niko Tinbergen otro de los padres de la etología.
Lorenz consideró que el comportamiento de los animales funcionaba como una caja negra a la que llegaban estímulos que producían las correspondientes respuestas.
Más concretamente, Lorenz propuso un modelo explicativo de la motivación que equiparaba el comportamiento del animal (el toro, en nuestro caso) a un depósito hidráulico. Depósito que, a mí personalmente, y para el caso del toro bravo me gusta llamar “el depósito de la bravura”.
Grabado explicativo del modelo de comportamiento propuesto por Lorenz (del libro “El toro bravo” de Miguel Padilla. Pág.31). El grifo (PR) representa la producción automática (interna) de estímulos. Las pesas y el vaso (EL1), los estímulos-llave (exteriores).
Todo esto lo cuenta el profesor Miguel Padilla Suarez en su interesante libro “El toro bravo-Etología, aprendizaje y comportamiento” (Editorial Egartorre, 1ª edición, Madrid, 2011).
Portada del libro “El toro bravo” de Miguel Padilla.
Dice Miguel Padilla que, para Lorenz, el animal se comporta como si tuviera en su interior un depósito de energía que puede estar más o menos lleno y que tiene dos salidas. Una que se abre, cuando está a punto de rebosar, casi automáticamente y otra que depende de la intensidad del estímulo que reciba.
Cuando un toro tiene su nivel de energía (bravura) más bajo necesitará mayor estimulación (toques, voz, golpecitos en la cara, etc.) para reaccionar. Al contrario, cuanto más tiempo hubiera transcurrido desde la última acción más se habrá recargado el depósito y menor será el estímulo necesario.
En uno de los extremos (baterías cargadas al máximo) el toro puede “actuar en vacío” sin necesidad de estimulo o al mínimo estímulo.
De salida el toro trae las baterías a punto de rebosar lo que explica su comportamiento inicial sin necesidad de estímulos. En la espectacular foto de Silvia Ollo, vemos la salida al ruedo del toro Ermitaño de Miura.
En el otro (batería descargada) se produce una situación de “agotamiento” (psíquico que no necesariamente físico) situación que puede aparecer también ante estímulos demasiado repetidos (Por ejemplo, cuando el torero insiste demasiado en el cite).
Al final de la faena el toro tiene las baterías descargadas por lo que será necesario acentuar el estímulo. En la foto, Manolo Martínez en un desplante.
En este caso (baterías descargadas), lo procedente (como aconsejaba Manolo Martínez y como no supo ver Gregorio Corrochano) es separarse del animal y dejarle reposar, para que pueda recargar sus “baterías”. Para que se vuelva a llenar el “depósito de la bravura”.
Entre pase y pase
Este modelo permite explicar muchas más cosas y, lo importante, tiene más matices pues, a título de ejemplo, no sólo funciona (o explica el comportamiento del animal) entre tanda y tanda, sino que también es perfectamente aplicable entre pase y pase.
Cuando el toro se para entre pase y pase el torero debe aprovechar esa pequeña pausa para recuperar su posición y para que el astado recobre las ganas de embestir. Aunque a veces pueda pesar la impaciencia de los espectadores, lo correcto es que el diestro espere a que sea el toro el que decida embestir. En la foto, Manolo Martínez esconde la muleta detrás del cuerpo pues de mantenerla siempre delante (estímulo repetido) el toro se aburriría y dejaría de responder a los toques.
Ligar las series en continuidad llega mucho al público (y a los críticos como Corrochano) por la emoción que provoca, pero sólo es posible con un toro bravo y repetidor.
Lo normal será, al contrario, que el torero tenga que estimular al toro incluso entre pase y pase despertando su instinto de continuar embistiendo.
En ese caso, el torero debe cuidar al máximo su colocación, rectificando si fuese necesario su posición tanto como sea preciso y volviendo a repetir el cite adecuadamente. Toque con la muleta, voz, desplazamiento del cuerpo al pitón contrario e, incluso, un zapatillazo son los mecanismos habituales (Uno más elegantes y otros menos, cierto es) para incitar al toro pero siempre (y aquí está la clave) debe respetarse la regla de oro que consiste (lo decía Manolo Martínez y lo corrobora la etología) en conceder al toro el tiempo necesario (esta vez, necesariamente, más breve) para reordenar mentalmente su instinto de embestir.
Llegan mucho al público las tandas continuadas, pues suponen un toro bravo y una exquisita colocación del torero, pero tienen tanto interés o más para el aficionado aquellas otras en que el toro se para entre pase y pase y el torero tiene que echar mano de todos sus recursos para provocar la embestida y continuar la serie.