Platón vs. Aristóteles
La anterior entrada de este blog ha propiciado un curioso debate bastante inusual.
Tan inusual como el tema que nos proponía Jack Coursier quien planteaba la posibilidad de que la forma de moverse de los toros pudiese depender o tuviese relación con su encaste. Así el Parladé giraría apoyado en los cuartos delanteros (las manos) y el de Saltillo-Ibarra lo haría en los cuartos traseros o sobre las cuatro patas.
Creo que los comentarios que se han hecho en el blog han tenido suficiente interés como para que merezca la pena que los rescatemos del pie de página donde se han insertado y que nos detengamos un rato en ellos.
Y al principio fueron las hechuras
Parece evidente que el comportamiento del toro en general y sus movimientos en particular están condicionados por su conformación física. De ahí las diferencias que presentan los distintos encastes.
En ese sentido, se pronunciaba Paco Aguado quien señalaba que las hechuras son “el espejo del alma de este animal”.
Las buenas hechuras se supone que son garantía de buen comportamiento. Es la regla general pero, por desgracia, no siempre es así. El ejemplo de los toros de Pablo Romero (los más bonitos del mundo) es contundente.
La Condesa de Estraza a la palestra. Atención a los pitones
Dentro de las hechuras, los pitones son elemento esencial, como planteaba la Condesa de Estraza quien asociaba la forma y disposición de la cornamenta del toro con la forma de embestir que, como nos recordaba, se producía por el desplazamiento del animal alrededor del hombre (la vertical y la horizontal que dijera Ortega y Gasset)
La Condesa opinaba que un toro veleto humillará más –por regla general- que uno cornidelantero, por la sencilla razón de que si lo que pretende el toro es llegar a coger las telas que se mueven, mientras el matador permanece quieto, el veleto no tiene más remedio que bajar mucho la cabeza (humillar) para poder alcanzar el trapo.
Para la Condesa de Estraza, el toro veleto bajará la cabeza en mucha mayor medida que el gacho, el cual se puede permitir el lujo de la media altura. En la imagen (Dax, 1935), Manolito Bienvenida banderillea a un toro veleto.
Además, el toro veleto, necesita otro "tempo" diferente y mayor para recuperar la posición de ataque, lo que llamamos repetir, pues embestir con el morro por los suelos no es una condición natural (anatómicamente hablando) del animal.
Paolo Mosole. La distancia entre los ojos
La distancia entre los ojos varía de un encaste a otro e incluso entre animales del mismo encaste.
Mi amigo Paolo Mosole planteaba una duda que –decía- le rondaba por la cabeza hacía tiempo y es que pensaba que la forma de volverse de los toros podría estar influida por la dimensión de la cara y la distancia entre los ojos.
Y como los toros de saltillo-albaserrada tienen normalmente una cara más chica y la distancia ocular es menor, que en otros encastes, su cono visual sería menor y, por ello, tendría mayor visión. El saltillo vería más que otros toros.
Paolo añadía que eso podría ayudar a que se revolviese más rápido y más en corto.
Y es que, por experiencia propia, tenía claro que las añojas se revuelven mucho más y se meten más para dentro...lo que achacaba como hemos dicho a tener la cara más chica y una distancia ocular menor que las eralas y utreras.
A cara más chica, menor distancia ocular (Fotografía del libro Trapío Verde. Página 20)
Las orejas también cuentan (y no sólo como trofeos)
En apoyo de sus observaciones, Paolo citaba a Luis Francisco Esplá quien en alguna ocasión había comentado que en lo que de verdad se fijaba como torero era en los ojos y las orejas del toro.
Yo me permitía apostillar y recordar que ya Francisco Montes Paquiro, en su tauromaquia, advirtió de la importancia de fijarse en las orejas del toro para determinar el momento en que inicia la embestida. Según este torero (y también según Esplá) se podría saber cuando el toro va a arrancar por el movimiento de los orejas. Aunque añadía que para mí lo más relevante seguían siendo los ojos.
Antes de arrancarse el toro suele “avisar” con algunos gestos peculiares. Entre ellos el movimiento de las orejas ha sido recalcado por algunos toreros. En la foto de Anya Bartels-Suermondt, José Tomás cita para torear por gaoneras.
Paco Aguado. Un remate de altura
Remataba Paco Aguado, quien coincidía con Paolo en que la clave principal está en los ojos. En los ángulos de visión de cada encaste.
Según el, la visión lateral del encaste Saltillo-Santa Coloma, por la colocación de los ojos de estos toros, es mucho más amplia, lo que facilita y propicia una mayor capacidad de reacción en sus escorzos.
A esa condición decisiva habría que añadir que, al ser un encaste menos enmorrillado, el de Saltillo tiene más flexibilidad de cuello para girarlo, sin olvidar tampoco que esa forma embestir al paso o al trote, como ya se había comentado, evitaba la inercia del galope para rebosarse.
El toro de Saltillo se caracteriza por su poco morrillo (En la foto, toro de Victorino en el campo)
Paco hacía una comparación muy interesante del toro Saltillo con el caballo árabe, también con mucha visión lateral por la conformación triangular de su cabeza y, como consecuencia, muy ágil de reflejos.
El caballo árabe tiene una conformación muy peculiar de la cabeza.
Finalmente, discrepaba elegantemente sobre lo que habíamos dicho de la bravura de los distintos encastes ya que, en su opinión el Saltillo que se emplea de verdad, tiene un paso de más en la embestida, una mayor profundidad (la misma profundidad que Villamarta le da a Núñez), que el galopón toro de Parladé.
El toro de encaste Núñez tiene un “tranco” más de embestida. En la foto (de Juan Pelegrín) Sebastián Castella con Arrestado de Alcurrucén.
Conclusión (esta vez casi definitiva)
Al final, coincidencia en que hechuras, tipo y pitones influyen en el comportamiento pero que la clave está –por encima de todo- en los ojos.
Y es que, como se ha recordado aquí, la frase de Antonio Corbacho, “no se torean los pitones sino la mirada” no puede ser más afortunada.
Y con estos sesudos comentarios, creo que podemos poner punto final al tema y elevar las conclusiones a definitivas.
Bueno, a definitivas no. Porque ahora no hay más remedio ya que hablar de “los ojos del toro”. Lo haremos.
La clave son los ojos
Post-data. Lo mejor de todo.
Lo mejor del debate que ha propiciado Jack Coursier es que –como recalcaba Paco Aguado- cuando se plantean temas atípicos fuera de los manidos temas de discusión habituales (el toro de las figuras y el de los modestos, el pico y el toque, cargar la suerte o no cargarla, etc.) y el aficionado habla de toros sin prejuicios, la cosa florea.
Y es que, bajar del pedestal en el que solemos subirnos los aficionados a los toros para pontificar y dogmatizar, no sólo es sano sino también mucho más fructífero.
¡Aunque lo parezca NO se trata de un aficionado a los toros pontificando, sino de Simeón el Estilita! (Fotograma de “Simeón del Desierto” del genial Luís Buñuel)